miércoles, 2 de abril de 2014

CONFESIÓN DE PECADO por Charles Spurgeon

(Traducido por Allan Román)
NO. 113



Mi sermón de esta mañana se apoyará en siete textos, y, sin embargo, me atrevería a decir que no habrá ni tres palabras diferentes en la totalidad de ellos, pues sucede que los siete textos son todos semejantes, a pesar de que se encuentran en siete diferentes porciones de la santa Palabra de Dios. Sin embargo, necesito utilizarlos a todos para ejemplificar diferentes casos. Debo pedirles a los que trajeron sus Biblias que se refieran a los textos conforme los vaya mencionando.

El tema del sermón de esta mañana será: LA CONFESIÓN DEL PECADO. Nosotros sabemos que esto es absolutamente necesario para la salvación. A menos que haya una verdadera confesión de corazón a Dios de nuestro pecado, no tenemos ninguna promesa de que encontraremos misericordia por medio de la sangre del Redentor. "Mas el que confiesa (los pecados) y se aparta (de ellos) alcanzará misericordia." Pero no hay ninguna promesa en la Biblia para el hombre que no confiese sus pecados.

Sin embargo, como sucede con cada punto de la Escritura, hay un riesgo de que estemos engañados, y muy especialmente en el tema de la confesión del pecado. Hay muchos que hacen una confesión, y una confesión delante de Dios, pero, a pesar de ello, no reciben ninguna bendición, porque su confesión no contiene ciertas señales que son requeridas por Dios como demostración de que son genuinas y sinceras y que prueban que se trata de la obra del Espíritu Santo.

En esta mañana mi texto consta de dos palabras, "He pecado". En unos casos de tres, "Yo he pecado". Y ustedes verán cómo estas palabras, en labios de diferentes hombres, indican sentimientos muy diferentes. Mientras que uno dice "he pecado", y recibe el perdón, otro que analizaremos dice: "he pecado" y prosigue su camino para ennegrecerse con peores crímenes que antes, y sumergirse en mayores profundidades de pecado que hasta ese punto hubiere experimentado.


EL PECADOR ENDURECIDO

Faraón: "He pecado". Éxodo 9: 27.


I. El primer caso que voy a presentar ante ustedes es el del PECADOR ENDURECIDO, que cuando está bajo el terror dice: "he pecado". Y podrán encontrar el texto en el libro de Éxodo, en el capítulo 9 y versículo 27:
"Entonces Faraón envió a llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo: He pecado esta vez; Jehová es justo, y yo y mi pueblo impíos."

Pero, ¿por qué se dio esta confesión de labios del tirano altivo? El Faraón no acostumbraba humillarse delante de Jehová. ¿Por qué se inclina el orgulloso? Ustedes podrán juzgar sobre el valor de su confesión cuando oigan las circunstancias bajo las cuales fue hecha.

"Y Moisés extendió su vara hacia el cielo, y Jehová hizo tronar y granizar, y el fuego se descargó sobre la tierra; y Jehová hizo llover granizo sobre la tierra de Egipto. Hubo, pues, granizo, y fuego mezclado con el granizo, tan grande, cual nunca hubo en toda la tierra de Egipto desde que fue habitada."

"Ahora" -dice Faraón, cuando el trueno está retumbando a lo largo del cielo, y los relámpagos están prendiendo fuego al propio suelo, y el granizo está cayendo en grandes trozos de hielo, ahora, dice él: "he pecado". Faraón no es sino un tipo y un espécimen de multitudes de personas de la misma clase.

Cuántos rebeldes empedernidos a bordo de un barco, -cuando los maderos se ven forzados y crujen, cuando el mástil está roto, y el barco es arrastrado por la corriente y azotado por el temporal, cuando las hambrientas olas abren sus fauces para tragarse al barco entero y a los tripulantes vivos, como son tragados los que descienden al Seol- cuántos marineros empedernidos han doblado su rodilla, y con lágrimas en sus ojos han clamado: "¡he pecado!"

Pero, ¿de qué provecho y de qué valor fue su confesión? El arrepentimiento que nació en la tormenta murió en la calma; ese arrepentimiento que fue engendrado en medio de los truenos y de los rayos, feneció tan pronto todo fue acallado en la quietud, y el hombre que era un pío marinero cuando se encontraba a bordo del barco, se convirtió en el más malvado y abominable de los marinos cuando puso su pie sobre terra firma (en tierra firme).

¿Cuán a menudo, también, no hemos visto esto en una tormenta de truenos y relámpagos? Las mejillas de muchos empalidecen cuando oyen el retumbo de los truenos. Cuando las vigas de sus casas están temblando, y el propio suelo a sus pies está vacilando ante la voz de Dios llena de majestad, las lágrimas brotan de sus ojos y claman: "¡oh Dios, he pecado! ¡Pero ay, por ese arrepentimiento! Cuando el sol brilla de nuevo, y las nubes negras se disipan, el pecado viene de nuevo sobre el hombre, y él se torna peor que antes.

¡Cuántas confesiones del mismo tipo, también, hemos visto en los tiempos del cólera, y de la fiebre y de la pestilencia! Entonces nuestras iglesias se han visto atiborradas de oyentes, que, debido a que tantos funerales han traspasado por sus puertas, o debido a que tantos han fallecido en las calles, no podían dejar de subir a la casa de Dios para confesar sus pecados. Y por causa de esa visitación, cuando una, dos, o tres personas han muerto en la propia casa, o en la casa vecina, ¡cuántos han pensado que realmente se volverían a Dios! Pero, ¡ay!, cuando la pestilencia hubo cumplido su tarea, la convicción cesó; y cuando la campana hubo tañido por última vez por una muerte causada por el cólera, entonces sus corazones cesaron de latir con penitencia, y sus lágrimas dejaron de brotar.

¿Cuento en esta mañana con algunas personas de esas? No dudo que cuente con personas empedernidas que escarnecerían a la propia de religión, que me considerarían un farsante y un hipócrita si me esforzara por convencerlos de la religión, pero que saben muy bien que la religión es verdadera, ¡y que lo sienten en sus momentos de terror! Si hay aquí esta mañana algunas personas de esas, permítanme decirles solemnemente: "señores, ustedes han olvidado los sentimientos que experimentaron en sus horas de alarma; pero, recuerden, Dios no ha olvidado los votos que hicieron entonces."

Marinero, tú dijiste que si Dios te daba vida para ver otra vez la tierra firme, serías Su siervo; no lo eres; has mentido contra Dios; le has hecho una falsa promesa, pues nunca has cumplido el voto que tus labios expresaron.

Tú dijiste, sobre el lecho de enfermo, que si Dios te daba la vida, no pecarías nunca más como lo hiciste antes; pero aquí estás, y tus pecados de esta semana hablarán por ellos mismos. No eres nada mejor de lo que eras antes de tu enfermedad. ¿Acaso podrías mentir a tu semejante y quedar sin censura? ¿Y piensas tú que vas a mentir contra Dios y quedar sin castigo? No; el voto, aunque haya sido hecho imprudentemente, es registrado en el cielo; y aunque sea un voto que el hombre no pueda cumplir, sin embargo, como es un voto que él mismo ha hecho, y que además, lo ha hecho voluntariamente, será castigado por su falta de cumplimiento; y Dios ejecutará venganza en contra de él al final, porque dijo que se volvería de sus caminos, y luego, cuando la desgracia hubo concluido, no lo cumplió.

Un gran clamor se ha elevado recientemente en contra de los permisos de salida de los reos; no tengo ninguna duda que hay algunos hombres aquí que delante del alto cielo están en la misma posición que los reos con permiso de salida están en relación a nuestro gobierno. Estaban a punto de morir, según pensaban; prometieron portarse bien si se les podía perdonar, y están hoy aquí con permiso de salida en este mundo: ¿y cómo han cumplido su promesa? La justicia podría alzar el mismo clamor contra ellos como lo alzan las personas en contra de los ladrones que son dejados en libertad tan constantemente en medio de nosotros.

El ángel vengador podría decir: "oh Dios, estos hombres dijeron que si se les perdonaba serían mucho mejores; pero solamente son peores. ¡Cómo han violado su promesa, y cómo han atraído la ira divina sobre sus cabezas!

Este es el primer estilo de penitencia; y es un estilo que yo espero que nadie imite, pues es completamente inútil. De nada les sirve decir: "he pecado", simplemente bajo la influencia del terror, para luego olvidarlo posteriormente.


EL HOMBRE DE DOBLE ÁNIMO

Balaam: "He pecado". Números 22: 34.
II. Ahora vamos con un segundo texto. Les voy a presentar otro carácter: el hombre de doble ánimo, que dice: "he pecado", y siente que ha pecado, y lo siente incluso profundamente, pero que es de mente tan mundana, que "ama el premio de la maldad". El personaje que he elegido para ilustrar esto, es Balaam. Vayan al libro de Números, al capítulo 22 y versículo 34: "Entonces Balaam dijo al ángel de Jehová: He pecado."

"He pecado",
dijo Balaam; sin embargo, prosiguió después con su pecado. Uno de los caracteres más extraños del mundo entero es Balaam. A menudo me he maravillado ante ese hombre; él pareciera encarnar realmente, en otro sentido, los versos de Ralph Erskine:

"Al bien y al mal igualmente inclinado,
Y a la vez un diablo y un santo."

Pues realmente parecía ser ambas cosas. En algunos momentos, nadie podía hablar más elocuentemente y más verazmente, y en otros momentos Balaam exhibía la más ruin y sórdida avaricia que pudiera deshonrar a la naturaleza humana.

Imagínense que están viendo a Balaam: está parado en la cumbre del cerro, y allí están las multitudes de Israel a sus pies; se le pide que los maldiga, y clama: "¿Por qué maldeciré yo al que Dios no maldijo?" Y cuando Dios abre los ojos de Balaam, comienza a hablar incluso de la venida de Cristo, y dice: "Lo veré, mas no ahora; lo miraré, mas no de cerca." Y luego concluye su disertación diciendo: "Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya."

Y ustedes dirían de ese hombre que es un carácter esperanzador. Esperen a que baje de la cima del monte, y le oirán dar el más diabólico consejo al rey de Moab, un consejo que era posible que el propio Satanás lo sugiriera. Balaam le dijo al rey: "no podrías vencer a este pueblo en la batalla, pues Dios está con ellos; intenta alejarlos de su Dios." Y ustedes saben cómo los habitantes de Moab, con lascivias desvergonzadas trataron de alejar a los hijos de Israel de la lealtad a Jehová. De tal forma que este hombre parecía tener la voz de un ángel en un momento, y, sin embargo, la propia alma de un diablo en sus entrañas. Él era un personaje terrible; él era un hombre de dos propósitos, un hombre que iba en gran medida hasta el fin siguiendo dos propósitos.

Yo sé que la Escritura dice: "
Ninguno puede servir a dos señores". Ahora, esto es malentendido con frecuencia. Algunos lo leen: "Ninguno puede servir a dos señores." Sí puede; puede servir a tres o a cuatro. La manera de leerlo es esta: "Ninguno puede servir a dos señores." Ambos no pueden ser señores. Puede servir a dos, pero ambos no pueden ser su señor. Un hombre puede servir a dos que no sean sus señores, o podría servir hasta veinte; él podría vivir para veinte propósitos diferentes, pero no puede vivir para más de un propósito rector, pues sólo puede haber un propósito rector en su alma.

Pero Balaam se esforzaba por servir a dos señores; era como la gente de la que se decía: "Temían a Jehová, y honraban a sus dioses." O como Rufus, que era una hogaza de pan de la misma levadura; pues ustedes saben que nuestro antiguo rey Rufus pintó a Dios de un lado de su escudo, y al diablo del otro, y abajo escribió el lema: "disponible para los dos; sigo al que pueda."

Hay muchas personas de ese estilo que están listas para ambos. Cuando se encuentran con un ministro, cuán píos y santos son; el día domingo esas personas son la gente más respetable e íntegra del mundo, según pensarías; en verdad, hasta afectan un amaneramiento al hablar, afectación que consideran eminentemente religiosa. Pero en los días de semana, si quisieras encontrar a los mayores pillos y tramposos, son precisamente algunos de esos hombres que son tan mojigatos en su piedad.

Ahora, tengan la seguridad, mis queridos lectores, que ninguna confesión de pecado puede ser genuina a menos que sea hecha de todo corazón. De nada sirve decir: "he pecado", y luego seguir pecando. "He pecado", dices tú, y muestras un rostro sereno, muy sereno; pero, ¡ay!, ¡ay!, por ese pecado que cometerás cuando te alejes. Algunos hombres parecieran haber nacido con dos temperamentos.

Cuando estaba en la biblioteca de Trinity College, Cambridge, observé una hermosa estatua de Lord Byron. El bibliotecario me dijo: "párese aquí, señor". Miré, y dije. "¡qué hermoso rostro intelectual! ¡Qué gran genio era!" "Pase por aquí" -me dijo- "al otro lado". "¡Ah, qué demonio! Allí está el hombre que desafió a la Deidad." Parecía tener tan mal cariz y tan terrible mirada en su rostro que semejaban la pintura que Milton hizo de Satanás cuando dijo: "mejor reinar en el infierno que servir en el cielo." Yo me alejé y le dije al bibliotecario: "¿crees que el artista diseñó esto?" "Sí" -respondió- "deseaba pintar los dos caracteres: el grande, grandioso, el casi sobrehumano genio que poseía, y también la enorme masa de pecado que albergaba en su alma."

Hay algunos hombres de ese mismo tipo. Me atrevo a decir que, como Balaam, quisieran demolerlo todo usando como argumento sus encantos; podrían obrar milagros; y, sin embargo, al mismo tiempo, hay algo en ellos que revela un hórrido carácter de pecado, tan grande como el que parecería ser su carácter por la justicia.

Balaam, ustedes saben, ofreció sacrificios a Dios sobre el altar de Baal: ese era justamente el tipo de su carácter. Muchos lo hacen; ofrecen sacrificios a Dios en el santuario de Mamón; y aunque dan para la construcción de una iglesia, y distribuyen a los pobres, en la puerta contigua de su despacho trituran al pobre por pan y exprimen la propia sangre de la viuda, para poder enriquecerse. ¡Ah!, es inútil y vano que digas: "he pecado" a menos que quieras decirlo de todo corazón. Esa confesión del hombre de doble ánimo no sirve de nada.


EL HOMBRE INSINCERO

SAÚL: "He pecado". 1 Samuel 15: 24.
III. Ahora un tercer carácter y un tercer texto. Lo encontramos en el primer libro de Samuel, en el capítulo 15 y versículo 24: "Yo he pecado".

Aquí tenemos a un hombre insincero: el hombre que no es como Balaam, sincero hasta cierto punto en dos propósitos; sino el hombre que es exactamente lo contrario: que no tiene un punto prominente en su carácter del todo, sino que es moldeado permanentemente por las circunstancias que atraviesan sobre su cabeza.

Saúl era un hombre así. Samuel lo reprendió y él dijo: "Yo he pecado". Pero no quiso decir lo que dijo, pues si leen el versículo completo lo encontrarán diciendo:
"Yo he pecado; pues he quebrantado el mandamiento de Jehová y tus palabras, porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos", lo cual era una excusa mentirosa.

Saúl nunca le temió a nadie; siempre estaba muy listo para hacer su propia voluntad: él era un déspota. Y justo antes había aducido otra excusa: que había salvado los novillos y las ovejas para ofrecerlos a Jehová, y por tanto, ambas excusas no podían haber sido verdaderas.

Ustedes recuerdan, amigos míos, que la característica más prominente del carácter de Saúl era su insinceridad. Un día sacó a David de su cama, -como él pensaba- para matarlo en su casa. En otro momento declara: "Vuélvete, hijo mío David, que ningún mal te haré más." Un día, debido a que David le salvó su vida, Saúl dijo:
"Más justo eres tú que yo; no te perseguiré más", y eso lo dijo el día antes de salir a luchar contra su propio yerno, para matarlo. Algunas veces Saúl estaba en medio de los profetas, fácilmente convertido en profeta, y luego, posteriormente, entre las adivinas; algunas veces estaba en un lugar, y luego estaba en otro lugar, siendo insincero en todo.

Cuántas de esas personas tenemos en cada asamblea cristiana; ¡hombres que son fácilmente moldeables! Siempre están de acuerdo contigo sin importar lo que les digas. Tienen disposiciones afectuosas, y muy probablemente una tierna conciencia; pero entonces la conciencia es tan notablemente tierna que cuando se toca, cede, y temes explorar más profundamente: sana tan pronto es herida.

Debo usar ahora una comparación muy singular que usé alguna vez anteriormente: hay algunos hombres que parecieran tener corazones de caucho. Si simplemente los tocas, queda una seña al instante; pero no sirve de nada, pues se restaura a su forma original. Podrías presionarlos lo que quisieras y son tan elásticos que siempre puedes lograr tu propósito; mas, sin embargo, no tienen un carácter fijo, y pronto vuelven a ser lo que eran antes.

Oh, señores, demasiados de ustedes han hecho lo mismo; han inclinado sus cabezas en la iglesia, y han dicho:
"Hemos errado y nos hemos extraviado de tus caminos"; pero no tenían la intención de decir lo que dijeron. Te has acercado a tu ministro; has dicho: "me arrepiento de mis pecados"; pero no sentías que eras pecador; sólo lo dijiste para agradar al ministro. Y ahora asistes a la casa de Dios; nadie es más impresionable que tú; las lágrimas ruedan por tus mejillas en un momento, mas sin embargo, a pesar de todo ello, las lágrimas se secan tan rápidamente como brotaron, y tú permaneces para todos los fines y propósitos, siendo el mismo que eras antes. Decir "yo he pecado" de una manera artificial, es algo peor que inútil, pues es una burla en contra de Dios confesar así con insinceridad de corazón.

He sido breve en mis comentarios sobre este carácter; pues parecería que está relacionado al de Balaam; aunque cualquier ser pensante vería de inmediato que hay un contraste real entre Saúl y Balaam, a pesar de que hay una afinidad entre ambos. Balaam fue el gran hombre malo, grande en todo lo que hizo; Saúl fue pequeño en todo, excepto en la estatura: pequeño en su bien y pequeño en su vicio; y era demasiado necio para ser desesperadamente malo, aunque demasiado perverso para ser bueno en algún momento: mientras que Balaam fue grande en ambos sentidos: fue un hombre que en un momento pudo desafiar a Jehová, y, sin embargo, en otro momento, pudo decir: "Aunque Balac me diese su casa llena de plata y oro, no puedo traspasar la palabra de Jehová mi Dios para hacer cosa chica ni grande."


EL PENITENTE DUDOSO

ACAN: "Yo he pecado". Josué 7: 20.
IV. Y ahora tengo que presentarles un caso muy interesante; es el caso del penitente dudoso, el caso de Acán, en el libro de Josué, en su capítulo 7, y versículo 20: "Y Acán respondió a Josué diciendo: verdaderamente yo he pecado."

Ustedes saben que Acán robó una parte de los despojos de la ciudad de Jericó, hecho que fue descubierto por suertes, y fue condenado a muerte. He escogido este caso como representativo de algunas personas cuyo carácter es ambiguo en su lecho de muerte; personas que se arrepienten aparentemente, pero de quienes lo más que podemos decir es que esperamos que sus almas sean salvas al fin, aunque en verdad no lo sepamos.

Acán, -ustedes están conscientes de ello-, fue apedreado por contaminar a Israel. Pero yo encuentro en la Misná, una antigua exposición judía de la Biblia, estas palabras: "Josué dijo a Acán, el Señor te turbará en este día." Y la nota acerca del texto es: "dijo en este día, implicando que iba a ser turbado únicamente en esta vida, al ser lapidado hasta morir, pero que Dios tendría misericordia de su alma, en vista de que hizo una plena confesión de su pecado." Y yo también, al leer este capítulo, estoy inclinado a coincidir con la idea de mi venerable y ahora glorificado predecesor, el doctor Gill, en la creencia que Acán realmente fue salvo, aunque, como un ejemplo, fue castigado con la muerte por el crimen. Pues ustedes pueden observar cuán amablemente habló Josué a Acán. Él le dijo: "Hijo mío, da gloria a Jehová el Dios de Israel, y dale alabanza, y declárame ahora lo que has hecho; no me lo encubras." Y descubrimos a Acán haciendo una muy plena confesión. Él confiesa: "Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho. Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello." Parece una confesión tan plena, que si se me permitiera juzgar, yo diría: "espero conocer a Acán el pecador delante del trono de Dios."

Pero encuentro que Matthew Henry no comparte esa opinión; y muchos otros expositores consideran que de la misma manera que su cuerpo fue destruido, también lo fue su alma. Por tanto, he seleccionado su caso como representativo de un dudoso arrepentimiento.

¡Ah!, queridos amigos, me ha tocado en suerte estar junto a muchos lechos de muerte, y ver muchos arrepentimientos como este; he visto al hombre, cuando ha sido reducido a un esqueleto, sostenido por las almohadas en su cama; y ha dicho, cuando le he hablado del juicio venidero: "señor, siento que he sido culpable, pero Cristo es bueno; yo confío en Él." Y yo he dicho dentro de mí: "yo creo que el alma de ese hombre es salva." Pero siempre me he alejado con la melancólica reflexión que no recibí pruebas de ello, más allá de sus palabras; pues se requiere de pruebas en actos y en vida futura, para poder sostener una firme convicción sobre la salvación de un hombre.

Ustedes saben ese importante hecho, que un médico guardó una vez un registro de mil personas que creían que se estaban muriendo, y que él creía que eran penitentes; él escribió sus nombres en un libro como personas que, si hubiesen muerto, habrían ido al cielo; esas personas no murieron, sino que vivieron; y él comenta que de las mil personas no hubo ni tres que fueran verdaderamente convertidas después, sino que regresaron otra vez a sus pecados y fueron tan malas como siempre.

¡Ah!, queridos amigos, yo espero que ninguno de ustedes tenga un arrepentimiento en su lecho de muerto como aquellos; yo espero que su ministro o que sus padres no tengan que estar junto a su lecho, y luego se alejen y tengan que decir: "pobre individuo, yo espero que sea salvo. Pero, ¡ay!, los arrepentimientos a la hora de la muerte son cosas muy endebles; son bases tan pobres y tan triviales para la esperanza, que me temo que, después de todo, su alma esté perdida."

¡Oh, morir con una plena certidumbre! ¡Oh, morir con una abundante prueba, dejando atrás un testimonio que hemos partido de esta vida en paz! Esa es una manera más feliz de morir que hacerlo de una manera dudosa, yaciendo enfermo, estando suspendido entre dos mundos sin que sepamos ni nosotros ni nuestros amigos a cuál de los dos mundos nos dirigimos. ¡Que Dios nos conceda gracia para que demos en nuestras vidas evidencias de verdadera conversión, para que nuestro caso no sea dudoso!


EL ARREPENTIMIENTO DE LA DESESPERACIÓN

JUDAS: "Yo he pecado". Mateo 27: 4.
V. No los detendré por largo tiempo, así confío, pero debo darles ahora otros caso malo; el peor de todos. Es el ARREPENTIMIENTO DE LA DESESPERACIÓN. Vayan por favor al capítulo 27 y versículo 4 de Mateo. Allí encontrarán un terrible caso del arrepentimiento de la desesperación. Ustedes reconocerán al personaje en el instante de leer el versículo: "Diciendo: yo he pecado." Sí, Judas, el traidor, que había traicionado a su Señor, cuando vio que su Señor era condenado, "devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. . . Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió. . .", ¿y qué pasó? "Y se ahorcó."

Aquí tenemos el peor tipo de arrepentimiento de todos; de hecho, no sé si tenga justificación llamarlo arrepentimiento; debería ser llamado remordimiento de conciencia. Pero Judas, en efecto, confesó su pecado, y luego salió y fue y se ahorcó.

¡Oh!, esa horrenda, esa terrible, esa espantosa confesión de desesperación. ¿No la han visto nunca? Si nunca lo han hecho, entonces bendigan por no haber sido llamados nunca a ver ese espectáculo. Yo lo he visto una vez en mi vida, y le pido a Dios que no tenga que verlo de nuevo: el arrepentimiento del hombre que ve a la muerte mirándole en el rostro, y que dice: "yo he pecado". Tú le dices que Cristo ha muerto por los pecadores, pero él responde: "no hay esperanza para mí; yo he maldecido a Dios en Su cara; yo lo he desafiado; yo sé que mi día de gracia ya pasó; mi conciencia está asustada como un hierro candente; me estoy muriendo, ¡y yo sé que estaré perdido!

Un caso como ese sucedió hace mucho tiempo, ustedes saben, y está registrado -el caso de Francis Spira- el caso más terrible, tal vez, excepto el caso de Judas, que esté registrado en la memoria del hombre.

¡Oh!, mis lectores, ¿tendrá alguno de ustedes ese arrepentimiento? Si lo tuvieren, será como un faro para todas las personas que pequen en el futuro; si tienen un arrepentimiento como ese, será una advertencia para las generaciones venideras.

En la vida de Benjamín Keach -y él también fue uno de mis predecesores- encuentro el caso de un hombre que había sido un profesante de la religión, pero que se había apartado de la profesión, y había caído en terrible pecado. Cuando llegó la hora de su muerte, Keach, con muchos otros amigos, fue a verlo, pero no pudieron quedarse con él por más de cinco minutos cada uno; pues él decía: "vete; es inútil que vengas a mí; he pecado contra el Espíritu Santo, alejándolo; soy como Esaú, pues he vendido mi primogenitura, y aunque la busco cuidadosamente con lágrimas, no puedo encontrarla de nuevo." Y luego repetía palabras terribles, como estas: "mi boca está llena de cascajos y bebo ajenjo día y noche. ¡No me digan nada de Cristo, no me digan nada de Cristo! Yo sé que Él es un Salvador, pero lo odio y Él me odia. ¡Yo sé que debo morir; yo sé que debo perecer!" Y luego se sucedían gritos lastimeros, y ruidos horrendos, que nadie podía tolerar. Ellos regresaban otra vez en sus plácidos momentos sólo para excitarlo una vez más y hacerlo gritar en su desesperación: "¡estoy perdido! ¡Estoy perdido! ¡No tiene caso que me digan algo al respecto!"

¡Ah!, pudiese haber un hombre aquí que llegue a tener una muerte como esa; permítanme advertirle, antes de que llegue a ella; y que Dios el Espíritu Santo conceda que ese hombre pueda ser vuelto a Dios, y hecho un verdadero penitente, y entonces no necesita tener más miedo; pues sus pecados han sido lavados en la sangre de un Salvador, y no necesita tener ningún remordimiento por sus pecados, pues le son perdonados por medio del Redentor.


EL ARREPENTIMIENTO DEL SANTO.

JOB: "Pequé". Job 7: 20.
(Versión 1909)
VI. Y ahora vengo a la plena luz del día. Los he estado llevando a lo largo de oscuras y funestas confesiones; no los detendré allí por más largo tiempo, sino que los llevaré a las dos buenas confesiones que les he leído. La primera es la de Job en el capítulo 7, y en el versículo 20: "Pequé, ¿qué te haré, oh Guarda de los hombres?" Este es el arrepentimiento del santo.

Job era un santo, pero había pecado. Este es el arrepentimiento del hombre que ya es un hijo de Dios, que ha experimentado un aceptable arrepentimiento delante de Dios. Pero como tengo la intención de reflexionar sobre esto en el sermón de la noche, voy a dejar este tema, para no cansarlos.

David fue un espécimen de este tipo de arrepentimiento, y quisiera que estudiaran cuidadosamente sus salmos penitenciales, cuyo lenguaje está siempre lleno de humildad llorosa y sincera penitencia.


LA CONFESIÓN BENDITA

EL HIJO PRÓDIGO: "He pecado". Lucas 15: 18.
VII. Llego ahora al último caso, que voy a mencionar; es el caso del hijo pródigo. En Lucas 15: 18, encontramos que el hijo pródigo dice: "Padre, he pecado." ¡Oh, aquí tenemos una bendita confesión! Aquí tenemos aquello que demuestra que un hombre es un carácter regenerado: "Padre, he pecado." Permítanme pintar la escena.

Allí está el hijo pródigo; él ha huido de un buen hogar y de un padre amoroso, y ha consumido todo su dinero con rameras, y ahora no le queda nada. Acude a sus antiguos compañeros y les pide ayuda. Ellos se burlan de él hasta el escarnio. "Oh" -dice él- "ustedes han bebido mi vino por largo tiempo; siempre he sido el que paga todas sus francachelas; ¿acaso no me podrían ayudar?" "Lárgate de aquí", le dicen; y lo echan de sus casas. Él acude a todos sus amigos con quienes se ha asociado, pero ninguna le da nada.

Finalmente un cierto ciudadano de aquella tierra le dijo: "necesitas algo que hacer, ¿no es cierto? Pues bien, ve y apacienta mis cerdos." El pobre hijo pródigo, el hijo de un rico terrateniente que poseía una gran fortuna, tiene que ir y apacentar cerdos; ¡y eso que él era judío! Alimentar cerdos era el peor empleo (según su parecer) que le podían asignar.

Véanlo allí, vestido de escuálidos harapos, alimentando a los cerdos; ¿cuál era su salario? Vamos, era tan poca cosa que él "deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba." Mírenlo, allí está, con sus compañeros plebeyos en la pocilga, con todo su cieno y su inmundicia. Súbitamente, un pensamiento puesto allí por el buen Espíritu, atraviesa su mente. "¿Cómo es posible", -pregunta- "que en la casa de mi padre haya abundancia de pan e inclusive hay en exceso, y yo aquí perezco de hambre? Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros."

Y se levantó y se fue. Mendiga en todo su camino de pueblo en pueblo. Algunas veces alguien lo lleva en su carruaje, tal vez, pero en otros momentos va caminando trabajosamente subiendo las áridas colinas y descendiendo a los desolados valles, completamente solo. Y ahora, por fin, llega a la colina ubicada fuera de la aldea, y ve la casa de su padre al pie de la misma. Allí está; el viejo álamo frente a la casa y allá están los promontorios alrededor de los cuales él y su hermano solían correr y jugar; y ante el espectáculo de la vieja casa solariega, todos los sentimientos y las asociaciones de su antigua vida se le vinieron de golpe, y las lágrimas rodaron por sus mejillas, y casi estaba a punto de salir huyendo otra vez. Dice. "me pregunto si mi padre ha muerto, y me atrevería a decir que a mi madre se le destrozó el corazón cuando me fui lejos; siempre fui su favorito. Y si alguno de ellos vive, no me querrá ver nunca; cerrarán la puerta en mi cara. ¿Qué he de hacer? No puedo regresar y tengo miedo de seguir adelante."

Y mientras deliberaba de esta manera, su padre había estado paseándose por el techo de la casa, buscando a su hijo; y aunque el hijo pródigo no podía ver a su padre, su padre sí podía verle. Bien, el padre baja las escaleras tan rápido como puede, corre hacia él, y mientras está considerando huir de nuevo, los brazos de su padre rodean su cuello, y comienza a besarlo, como un padre amante, en verdad, y luego el hijo comienza a decir: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo," e iba a agregar: "hazme como a uno de tus jornaleros." Pero su padre tapó su boca con su mano. "No digas nada más", le dice; "Yo te perdono todo; no me dirás nada acerca de ser un jornalero; no aceptaré nada de eso. Ven conmigo", -le dice- "entra, pobre hijo pródigo. ¡Oíd!" -Les dice a sus siervos- "traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse."

¡Oh, qué preciosa recepción para uno de los peores pecadores! El buen Matthew Henry dice: "El padre lo vio, y los suyos eran ojos de misericordia; corrió a recibirlo, y las suyas eran piernas de misericordia; puso sus brazos alrededor de su cuello, y los suyos eran brazos de misericordia; lo besó, y fueron besos de misericordia; le dijo, y lo que dijo fueron palabras de misericordia: 'Sacad el mejor vestido.' Hubo hechos de misericordia, maravillas de misericordia, todo fue de misericordia. Oh, qué Dios de misericordia es Él."

Ahora, hijo pródigo, haz tú lo mismo. ¿Lo ha puesto Dios en tu corazón? Hay muchos que han andado huyendo desde hace mucho tiempo. ¿Dios te dice: "regresa"? Oh, entonces yo te pido que regreses, pues ciertamente tan pronto como regreses, Él te recibirá. No ha habido todavía ningún pecador que haya venido a Cristo, que Cristo haya echado fuera. Si Él te echara fuera, tú serías el primero. ¡Oh, si simplemente le probaras!

"Ah, señor, yo soy tan negro, tan inmundo, tan vil." Bien, ¿qué pasa contigo?, no eres más negro que el hijo pródigo. Ven a la casa de tu Padre, y tan ciertamente como Él es Dios, Él mantendrá Su palabra: "Al que a mí viene, no le echo fuera."

¡Oh, si yo pudiese oír que algunos han venido a Cristo esta mañana, yo en verdad le bendeciría! Debo decir en este punto, para honra de Dios y de Cristo, una notable circunstancia, y luego habré concluido.

Ustedes recordarán que una mañana mencioné el caso de un infiel que había sido un escarnecedor y un burlador, pero que, por medio de la lectura de uno de mis sermones impresos, había sido traído a la casa de Dios y luego a los pies de Dios. Bien, el pasado día de Navidad, el mismo infiel juntó todos sus libros, y fue al mercado de Norwich, y allí hizo una retractación pública de todos sus errores, y una profesión de Cristo, y luego, tomando todos sus libros que él había escrito, y que guardaba en su casa, sobre temas impíos, los quemó a la vista del público. He bendecido a Dios por tal maravilla de gracia como esa, y oro para que haya muchos casos más de individuos, que, aunque hayan nacido como hijos pródigos, regresen todavía a casa diciendo:
"he pecado".

Fuente original:http://www.spurgeon.com.mx

CONFESIÓN CON LA BOCA por Charles Spurgeon

(Traducido por Allan Román)

"Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación." Romanos 10: 10.


Esta mañana, cumpliendo mi promesa, voy a predicar sobre la segunda parte de este versículo: "Con la boca se confiesa para salvación." Lamento en cierta medida que no todos mis oyentes en esta mañana hayan estado presentes el domingo pasado, pues podrían imaginarse erróneamente que exagero la importancia de la confesión externa, pero si hubieran estado presentes cuando consideramos la primera frase, habrían visto que yo engrandecí la aseveración "con el corazón se cree", y declaré que era lo esencial y lo más importante; sin eso, la confesión con la boca sería un pecado, una falsedad, y un insulto atroz al Altísimo.

Una circunstancia mitiga grandemente mis temores: todos ustedes pueden leer ambos sermones a su mejor conveniencia, y así pueden comprobar por ustedes mismos cuán sinceramente me he esforzado para poner los dos deberes en su debido lugar, sin exaltar indebidamente al menor, ni depreciar al mayor.

"Con la boca se confiesa para salvación." No ha de haber confesión con la boca allí donde no hay fe con el corazón. Profesar una fe que no se tiene, equivaldría a convertirse en un comerciante falaz, que pretende mantener un negocio muy grande, pero sin tener inventarios, ni capital, y que únicamente obtiene su crédito por medio de falsas apariencias y que por tanto es un ladrón.

Hacer una profesión sin tener una posesión de la fe, es ser una nube sin lluvia, un lecho de río que ha sido bloqueado con piedras secas y que está completamente desprovisto de agua; es ser un actor de teatro, que se contonea sobre el escenario con el nombre y los atuendos de un rey, para cambiarlos luego, tras bastidores, por la vestimenta de la pobreza y el carácter de la vergüenza; es ser un árbol podrido, verde por fuera, pero internamente, como John Bunyan lo dijo vigorosamente: "apta sólo para servir de yesca para el yesquero del diablo." Estén alertas contra engañosas pretensiones cuando no haya nada que las respalde. Por sobre todas las cosas huyan de la hipocresía; apártense de toda mera pretensión. No profesen ser lo que no son, para que en el día en que Dios venga para escudriñar los secretos de todos los corazones, no sean condenados como plata desechada ni consumidos como escorias.

La verdadera fe, allí donde existe, produce obras; y, entre todas ellas, una valerosa, constante y consistente confesión de Cristo. El hombre que no sea inducido a confesar con su boca para salvación en el sentido contenido en el texto, no tiene fe. La fe, sin obras, es una raíz muerta, que no produce botones ni da ningún fruto; es un pozo que no tiene agua, y que más bien está saturado de un vapor mortífero; es un árbol doblemente muerto, arrancado de raíz, como algunos de esos monstruos del bosque que obstruyen la navegación en el río Mississippi, y que forman prominencias sumergidas que han hundido a muchos excelentes barcos.

La fe, sin obras, es una de las cosas más condenables fuera del infierno. Huyan de ella, pues recuerden que si profesaran tener una fe en Cristo, y su conducta no fuera santa, acarrearían oprobio a la Iglesia de Cristo. Ustedes estarían crucificando de nuevo al Señor de gloria. Convertirían la verdad de Dios en una mentira, y, si estuviese en su poder, harían de Dios el alcahuete de sus lascivias.

De la misma manera que han de huir de una profesión sin fe, igualmente han de huir de una fe que no produzca una buena profesión que pueda ser expresada ante muchos testigos.

Yo creo que la confesión mencionada en el texto, comprende el todo de la vida cristiana. No creo que signifique el simple decir: "yo soy un discípulo de Cristo", o el sometimiento al rito ordenado por Dios del bautismo. El apóstol incluye, bajo el término confesión, la puesta en obra de aquello que Dios ha obrado dentro. Es la confesión mediante actos, obras y palabras, de esa gracia que Dios, por medio de Su Santo Espíritu, ha puesto en el alma.

Decimos, en un proverbio conocido, que "una golondrina no hace verano." Así, la simple confesión de Cristo con la boca por una vez no cumple con la confesión descrita aquí. Un árbol no es un bosque, y una profesión de Cristo no es la confesión de Cristo para salvación. La intención va más allá de un acto por claro y por excelente que pueda considerarse en sí mismo.

Voy a procurar esta mañana, con la ayuda de Dios, ilustrar el significado de confesar con la boca para salvación; y luego, voy a ocupar unos cuantos minutos en hacer vigente esta confesión; exhortando a aquellos que en verdad aman al Señor, y han creído con su corazón, que se aseguren de confesar con sus bocas.

I. CONFESAR A CRISTO CON LA BOCA -ya lo he dicho- abarca toda la vida y obra del cristiano. Espero que puedan ver esto antes de que finalice. Diferentes casos requieren de los hombres diferentes formas de confesión. Algunos tienen que confesar al Señor de una manera; otros de otra manera. Todo cristiano es llamado a confesar con su boca de acuerdo a aquella manera que su propio estado, habilidades, y posición en la providencia, requiera de sus manos.

1. Primero, entonces, una de las formas más tempranas y sencillas de confesar a Cristo con la boca, ha de encontrarse al unirse en actos de adoración pública. Muy pronto, casi tan pronto como las dos claras partes de la simiente de la mujer y de la serpiente eran discernibles, leemos: "Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová." Quienes no temían a Dios se alejaron a sus diversas ocupaciones; mientras que los justos, en el día séptimo, se congregaban para orar y alabar y sacrificar; así que cualquiera que se uniera a las filas de los hombres que invocaban el nombre del Señor, era de inmediato identificado, mediante ese acto, como un siervo del Altísimo.

A lo largo de toda la corriente de la historia podemos identificar a los justos por sus reuniones entre ellos, de manera unida, para elevar sus oraciones y acciones de gracias al Altísimo. La adoración se vuelve una forma aceptable de confesión cuando la simiente de la serpiente tiene la capacidad de perseguir.

En los tiempos en que Jeroboam puso los becerros en Bet-el y Dan, cuando cualquier israelita emprendía su fatigoso camino hacia Jerusalén bajo el temor de ser perseguido por su rey, el acto de estar con la multitud que guardaba el día de fiesta en los atrios del templo, era de entrada una clara confesión de su fidelidad a Jehová, y de su aborrecimiento a todos los ídolos.

En los tiempos apostólicos, los creyentes perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en el partimiento del pan y en las oraciones. Donde se reunían dos o tres, y especialmente donde se congregaba el mayor número para escuchar la predicación de la Palabra, o con el propósito de partir el pan, la admisión de cualquier persona a esa reunión se volvía una confesión de su fe en el Señor Jesús, en cuyo nombre estaban reunidos.

En los primeros días del cristianismo, se podría haber visto un cuadro semejante a este, si supiera cómo pintarlo: hay un arco de muy poca altura -es fétido y oscuro, como la boca de un sumidero- sobre el cual crece la zarza y de cuya base brota la ortiga y la venenosa belladona. Por allá viene una jovencita, y agachándose mucho, se inclina bajo el arco; en la densa oscuridad camina a tientas por varios metros. Nadie ha advertido su entrada. ¿Pudiste observar cómo miraba a su alrededor, para evitar que algún centinela la percibiera? Oye una voz en los pasajes distantes; esa voz la guía. Emerge a una cripta; es una de las catacumbas ubicadas debajo de la ciudad de Roma. Una antorcha permite ver en la oscuridad. Tan pronto se aproxima a la asamblea, un hermano que sirve de vigía la observa; le pide la contraseña. Es una persona de la casa de César; una noble doncella que ha escuchado el Evangelio de una esclava judía, que le ayudaba, y ha venido para unirse a esos ritos secretos que son practicados por los creyentes en los escondrijos y cuevas de la tierra.

El hecho que esté allí demuestra que es cristiana. No habría estado allí para adorar a Dios entre esos perseguidos a quienes la superficie de la tierra y el aire puro no podrían recibir. Ella no se habría degradado así para mezclarse con esos parias de la sociedad, esos que sólo son considerados adecuados para ser presa de los sabuesos de Nerón. Su llegada al lugar para unirse en ese himno entonado a un tal Christus, para doblar su rodilla solemnemente en esa oración silenciosa a Jehová y a Su adorable Hijo era una confesión: ella no habría estado en esa reunión si no hubiese amado al Señor.

Algo muy parecido ocurría en tiempos posteriores. Si un hombre iba para oír a Lutero, habrías esperado que fuera cristiano; y especialmente en Inglaterra, cuando los Lolardos predicaban a un puñado de personas en alguna remota alquería, con un vigía afuera que les advertía de la llegada de los monjes, habrías podido estar muy seguro que quienes adoraban de esa manera cuando el castigo era la muerte, eran verdaderos discípulos del Señor.

Además, en los días del glorioso Pacto, cuando Cargill y Campbell abrían la Biblia y la leían a la luz de los relámpagos, mientras los dragones de Claverhouse husmeaban a su presa, habrías podido estar muy claro que aquel pastor con su perro, o aquel joven heredero apoyado en su fusil, o aquellas damas sentadas sobre el césped escuchando con ojos llorosos las palabras ardientes del líder de los covenanters (firmantes del pacto escocés de la reforma religiosa) habrías podido estar seguro que estaban por el Señor de los Ejércitos y por Su pacto, y por la verdad que es en Jesús, pues de otra forma no se habrían reunido allí en medio de los santos del Dios viviente a riesgo de sus vidas.

Hoy sucede lo mismo con unos cuantos. Hay algunas damas que, tal vez, han venido a esta casa esta mañana, para quienes las últimas palabras de su esposo fueron: "si vas allá, no volverás a entrar a mi casa otra vez." O, tal vez, fue la palabra del hermano que maldecía a su hermana por su amor a la verdad; o la maldición profunda y condenatoria del padre sobre el hijo, por aventurarse a creer en Cristo. Su presencia aquí hoy es una clara confesión del Señor Jesús con su boca.

Pero no sucede así con la mayoría de ustedes; no sucede así con novecientos noventa y nueve casos de cada mil. Muchos vienen porque es la costumbre, y más, yo espero, porque siendo cristianos, es su delicia venir siempre. Ellos no reconocen ninguna clara profesión de religión en el simple hecho de estar aquí. Pues nos juntamos santos y pecadores, píos e impíos. Y si esta fuera la única profesión de religión que hayamos hecho, no cumpliría la intención de mi texto.

En tiempos de persecución lo haría; en los días oscuros, negros y sangrientos lo haría; pero no hoy, pues ahora representa poca o ninguna confesión para la mayoría de nosotros, sentarnos confortablemente en nuestros asientos y escuchar al predicador, y luego descender por la escalinata de piedra y proseguir nuestro camino.

2. La confesión que se significa aquí, es cumplida todavía de mejor manera mediante una debida atención a esas dos ordenanzas que Cristo quiere que sean la divisa de los creyentes. Bajo la antigua dispensación mosaica, las ordenanzas eran únicamente para los israelitas. La circuncisión y la pascua no eran para los filisteos, ni para los egipcios, sino para la simiente de Abraham, y únicamente para la simiente de Abraham y los prosélitos.

Ocurre lo mismo bajo la dispensación cristiana. No tenemos ordenanzas para los extraños; no tenemos ordenanzas para los forasteros ni para los extranjeros; ambas ordenanzas están destinadas a la comunidad de Israel. Ustedes recordarán cuán cuidadosamente guardaban estas ordenanzas los antiguos creyentes. Encontrarán que el eunuco etíope cubrió toda la distancia desde el reino de Candace, para poder asistir a la adoración en el templo, porque esa era la adoración distintiva del judío y del prosélito de la fe judía. No quería dejar de participar.

Ustedes recuerdan cuán cuidadosa y ansiosamente los cabezas de las casas judías vigilaban que todos, incluyendo todos sus hijos, estuviesen presentes en la celebración de la pascua; ninguno de ellos quería descuidar aquello que los distinguía como un pueblo separado.

Ahora, el bautismo es la marca de distinción entre la Iglesia y el mundo. Promulga muy hermosamente la muerte para el mundo de la persona bautizada. Públicamente ya no es más del mundo; está enterrada para el mundo y ha resucitado a una nueva vida. Ningún símbolo podría ser más significativo. En la inmersión de los creyentes, me parece que hay una maravillosa promulgación del entierro del creyente en lo relativo al mundo en el entierro de Cristo Jesús.

Es cruzar el Rubicón. Si César cruzaba el Rubicón, no habría nunca más paz entre él y el senado. César desenvaina su espada y arroja lejos la vaina de esa espada. El acto del bautismo es lo mismo para el creyente. Es cruzar el Rubicón: es equivalente a decir: "no puedo regresar a ustedes; estoy muerto para ustedes; y para demostrar que lo estoy, estoy absolutamente enterrado para ustedes; no tengo nada más que ver con el mundo; yo soy de Cristo, y soy de Cristo para siempre."

Luego, la cena del Señor: cuán hermosamente esa ordenanza expone la distinción entre el creyente y el mundo, en su vida y aquello que alimenta su vida. El creyente come la carne de Cristo, y bebe de Su sangre. Me sorprende que algunos de ustedes, que aman a mi Señor, se mantengan alejados de Su mesa. Fue Su voluntad al morir: "Haced esto en memoria de mí." Es muy benevolente de Su parte que haya instituido una ordenanza como esa; que nos haya permitido a nosotros, que éramos como perros, sentarnos a la mesa de los hijos para comer de un pan que los ángeles nunca conocieron.

No entiendo, mi querido hermano, mi querida hermana, qué tipo de amor pueda ser el suyo si oyen que Jesús dice: "Si me amáis, guardad mis mandamientos", y, sin embargo, ustedes descuidan Sus ordenanzas. Ustedes dirán que no son esenciales; y yo les responderé que es muy cierto, que no son esenciales para su salvación, pero que sí son esenciales para su consuelo; y también que son muy esenciales para su obediencia. Le corresponde al hijo hacer todo lo que su padre le ordene.

Si mi amante amigo, si mi amado Redentor, me hubiese ordenado hacer algo que me dañara, lo haría por amor a Él; cuánto más, entonces, cuando me dijo: "Haced esto en memoria de mí."

Estas dos ordenanzas traen consigo hasta cierto grado una cruz, especialmente la primera. Mientras leía ayer la vida del buen Andrew Fuller, observé que después que fue bautizado, algunos de los jóvenes de la aldea propendían a burlarse de él preguntándole cómo le había gustado que lo sumergieran y preguntas semejantes que son bastante comunes en nuestros días. No pude dejar de advertir que la burla de hace cien años es justamente la burla de hoy.

Tú crees que estos son Sus mandamientos. Te exhorto, por tanto, delante de Dios y de los ángeles elegidos, ante quienes serás juzgado en el último gran día, que si tú con tu corazón has creído, haz con tu boca la confesión que estas ordenanzas implican, y Dios te dará en verdad una dulce recompensa al hacerlo.

3. Para confesar a Cristo correctamente con la boca, ha de haber una asociación con el pueblo del Señor. Así fue en los tiempos antiguos. Moisés es un israelita, pero si quisiera podría vivir en la corte del Faraón, en medio del lujo y de la comodidad. ¿Qué es lo que elige? Sale a sus hermanos, y mira sus cargas; defiende su causa teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que todos los tesoros de Egipto. Moisés, el renombrado hijo de la hija de Faraón, se asocia con los pobres esclavos despreciados que fabrican ladrillos para el rey.

Qué cuadro tan sumamente conmovedor tenemos al seguir al pueblo de Dios en la historia de Rut. Uno se embelesa al oír a esa piadosa mujer diciéndole a su suegra: "Porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios." Hubo una confesión del Dios de Israel cuando Rut se unió a Noemí de todo corazón.

Ahora, encontramos en los primeros tiempos de la Iglesia cristiana que, tan pronto como un hombre se convertía en cristiano se dirigía a su propio grupo; se asociaba con los santos. Cuando preguntabas: "¿dónde están los creyentes?", podías encontrarlos a todos juntos. Puedes encontrarte a otras criaturas vagando separadamente por las montañas, pero las ovejas aman estar en los rebaños.

Pablo no se contentó con ser bautizado, sino que después de su bautismo intentó por sí mismo unirse a la Iglesia; y encontramos que donde estuviera el pueblo de Dios, siempre estaba formado en una Iglesia; ya fuera en Filipos, o en Éfeso, o en Pérgamo, o en Tiatira, o en la misma Roma, Pablo formaba iglesias en todas partes; y conforme iba de lugar en lugar, miraba a la iglesia como la columna y el fundamento de la verdad.

A mí me agrada grandemente la predicación en los teatros. Ustedes saben cuán sinceramente me gozo con la predicación de Cristo en todas partes. Pero hay una carencia en toda esta labor; el grano es sembrado, pero no hay nadie que lo cuide posteriormente; nadie que lo recoja. La manera en que todo esto ha de ser implementado no es por medio de Asociaciones, sino por la Iglesia. La Iglesia de Dios es la verdadera madre de los convertidos; es de su seno que han de nacer, y en su pecho han de alimentarse, y en sus rodillas han de ser mecidos.

Esos que van por todos lados hablando con ligereza de la comunión de la Iglesia, y quisieran que todos los cristianos se mantuvieran separados de las iglesias, hacen daño, y son sin saberlo agentes del mal; pues la Iglesia es, bajo Dios, una gran bendición para el mundo; y la unión con la Iglesia tiene el propósito de ser un método de confesión que no ha de ser descuidado.

Supongan por un momento, hermanos, que en vez de esta compacta falange de esta Iglesia, estuviéramos separados en cristianos individuales, y no mantuviéramos ninguna asociación los unos con los otros; yo no dudaría en afirmar que algunos de los de corazón más ardiente entre ustedes se enfriarían, pues al asociarse unos con otros se promueve su celo y se enciende su entusiasmo. Los pequeñitos que están entre nosotros serían sometidos a no sé qué herejía peligrosa y a qué falsa doctrina; y también el hermano o la hermana más fuertes de aquí sentirían que sería una solemne pérdida si tuvieran que descontinuar la asociación con los hermanos y hermanas en Cristo que ahora los consuelan y fortalecen.

4. Para algunos, la confesión con la boca conllevará el tomar la cruz en la familia. No conozco ninguna otra forma en la que esta confesión sea más agradable a Dios, y al mismo tiempo más ardua para los hombres, que tomar la cruz en la familia. Pudiera ser que fueras el primer convertido de la familia, y que frecuentes la casa de Dios mientras los demás siguen sus placeres en el día del Señor. Te pones a orar, y en el momento en que te arrodillas en esa recámara, hay una risa que resuena en sus paredes. Hablas de Cristo y de las cosas divinas, y el padre y la madre abren sus ojos, y todos los hermanos y hermanas tienen una mofa y un escarnio para ti.

Tú me preguntarás qué deberías hacer. ¡Persevera! ¡Mantente firme! ¡Sé constante!, pues ahora es que debes hacer una confesión con tu boca para salvación. Yo no voy a creer que tu fe te salve a menos que ahora, sin ninguna duda y al costo que fuese, aunque fuera a riesgo de perder el amor de tu padre y los cuidados de tu madre, dijeras de inmediato: "no puedo evitarlo: lamento causarles una vejación, pero no puedo amar a mi padre o a mi madre más que a Cristo, para no ser indigno de Él."

Tienes que estar dispuesto a renunciar a todo lo que te es cercano y muy querido, lo que fuera; aunque lo amaras como a ti mismo, y fuera tan precioso como tu propia vida, debes renunciar a todo ello si se interpusiera en el camino en el que sigues a Cristo Jesús el Señor.

"Ah, bien", -dirá alguno- "¡esto es muy duro!" Sí, ¡pero recuerda por quién lo haces! Es tu Redentor, que dejó la corte de Su Padre y se encarnó, para poder ser uno contigo, y extendió Sus manos sobre la cruz, y entregó Su costado a la lanza. En verdad, todo aquello a lo que pudieras renunciar es una nimiedad comparado con aquello a lo que Él renunció por ti. Hazlo alegremente; hazlo de inmediato.

Joven amigo, no te aterres ni te alarmes ante las tribulaciones familiares que tienes que soportar. Pídele a Dios que te haga como uno de esos barcos acorazados, de tal forma que aunque te disparen sus más fieros dardos, y los arrojen con la fuerza más tremenda, pasarán volando a tu lado, sin hacerte daño porque estás blindado con un valor invencible y con resuelta fe.

El reino de los cielos es para ti, como aquella antigua ciudad que había sido sitiada por largo tiempo, y no había ninguna esperanza de aliviar a los habitantes del lugar a menos que un barco pudiese entrar al puerto. Pero una gran cadena había sido extendida a todo lo largo. Ustedes recuerdan cómo el capitán, cuando el viento era favorable y la marea era alta, se lanzó contra esa cadena que cerraba al puerto, la rompió y entró navegando en el puerto. Así ustedes han de romper la cadena que amenaza con mantenerlos fuera del cielo. Pero pídanle a Dios que les dé mucha gracia que sea como la marea; mucho del Espíritu Santo que sea como un viento favorable; y si se lanzaran contra la cadena, se romperá ante su valor y su determinación.

Las pruebas provenientes de la familia son difíciles de aguantar. Una cruz viva es a menudo más severa de llevar que una cruz muerta, pero deben hacerlo, pues "con la boca se confiesa para salvación."

5. Esta confesión será muy aceptable si es hecha en tiempo de tentación. Cuando al joven José le arrebató su ropa la lasciva mujer de su amo, su respuesta fue: "¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?" La mujer habría podido responder: "¡Dios! ¿Qué sé yo de Él? Conozco a Isis; entiendo al becerro de oro, pero no sé nada de Jehová; ¿quién es?" Hubo una valerosa y clara confesión de su fidelidad a Jehová, como una razón del por qué no podía pecar.

El caso de Nehemías es igualmente pertinente. Cuando lo invitan a una conferencia secreta en el templo, él dice: "¿Un hombre como yo ha de huir?" Él profesa su confianza en su Dios como una razón del por qué no puede ni por un momento actuar ignominiosamente.

Ahora, cristiano, aquí es donde debes hacer una confesión con la boca. Alguna sucia trampa en el negocio, que se ha vuelto tan común que nadie considera nada malo en ella, se te presenta en tu camino. Ahora, actúa como hombre, y di: "prefiero morirme de hambre que hacerlo; yo no puedo ni quiero vivir del robo, aunque esté medio legalizado por la sociedad."

Joven amigo, ahora es tu oportunidad. Cuando llegue el día domingo, y seas arrastrado de la manga por una docena de amigos para que los acompañes para desperdiciar las santas horas, muy bien puedes decirles: "no", -y dar la razón- "no puedo hacerlo pues soy un cristiano."

O, pudiera ser que hayas venido del campo, y tu amigo, ¡ah!, tu amigo te proponga llevarte a una guarida de infamia, para mostrarte lo que es la vida. Respóndele que él no entiende cómo saciar tu apetito, pues tú eres un cristiano.

Para algunos propósitos yo preferiría la aseveración de la fe de uno en Jesús en el tiempo de la tentación a cualquier otra forma de confesión, pues ciertamente no podría haber ninguna hipocresía en ello. Cuídate, hermano, de no dejar nunca de reconocer a tu Señor en el tiempo de la tentación. "Ah," -comenta uno- "nunca dejaré de hacerlo." No hables demasiado positivamente. Pedro negó a su Señor delante de una necia criada; ten cuidado de no caer de igual manera.

Es fácil decir: "yo soy un buen marinero" cuando estás en la costa. Caminas muy bien por la cubierta superior del barco cuando este se encuentra en el muelle; no sabes lo que es una tormenta, ni cómo se sacude el barco cuando las olas bañan la cubierta. Sería mejor que guardaras tus jactancias para cuando hubieses ido al mar. No te jactes de nada de lo que harás, sino más bien di: "Sosténme y seré salvo."

6. La confesión con la boca ha de hacerse con doble resolución siempre que seamos llamados a sufrir tribulación por causa de Cristo; cuando la profesión de Cristo nos pudiera acarrear alguna pérdida, o cuando la negación de Su nombre nos pudiera proporcionar una prosperidad temporal.

Ustedes saben cómo en los tiempos antiguos, los tres santos varones rehusaron inclinarse ante la imagen que Nabucodonosor había erigido; ellos estaban dispuestos a morir, pero no estaban dispuestos a negar a su Dios; ellos podían arder pero no podían retroceder. Y así fueron arrojados al horno, porque no podían arrojar de sí su confianza en Dios.

Miren a Daniel, por allá, con su ventana abierta, adorando hacia Jerusalén siete veces al día, como lo había hecho siempre. Lo hace con valentía.

Fue una valerosa respuesta la que dieron Pedro y Juan, cuando los escribas y los fariseos les ordenaron que no hablaran más en aquel nombre. "Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios."

Yo he observado que, siempre que la persecución brama y los hombres están sujetos a perderlo todo por Cristo, las personas más tímidas pero que son sinceras, generalmente dan la cara en ese momento. Allí está José de Arimatea. No se escucha de él cuando Jesús vive. Pero cuando el cuerpo de Jesucristo está sobre la cruz, ¿quién es el que entra a la cueva del león? ¿Quién es el que va Pilato? José de Arimatea pide el cuerpo de Jesús. Él encuentra el sepulcro. ¿Y quién es el que ayuda a envolverlo en lienzos con especias aromáticas? Pues, Nicodemo, que vino a Jesucristo de noche; otro cobarde.

Ambos progresan, y ya no son más cobardes en la hora del apuro. El ciervo huye veloz cuando ve a los sabuesos, pero cuando se ve acorralado, lucha con la valentía de la desesperación; así, quienes son tímidos cristianos temblorosos en tiempos ordinarios, a la hora de la verdad, dan un paso al frente y son tan valerosos como los creyentes más heroicos.

Algunos de ustedes esconderían sus cabezas si llegáramos al punto de la persecución, de la hoguera y de la muerte. Erasmo solía decir que no tenía la madera apropiada para ser un mártir. Por eso, yo creo, los católicos seguidores del Papa pintan a Erasmo como colgando en algún punto entre el cielo y el infierno; y los protestantes no necesitan disputar por causa de esa pintura. Él poseía algún tipo de conocimiento de la verdad pero no tenía el valor de declararla y temblaba mientras su amigo Lutero fue directo al frente y golpeó la triple corona sobre la frente del Papa.

No seamos nunca como Erasmo. "Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él." Si valiera la pena vivir para el mundo y el pecado, vive para ellos con todo tu corazón, y alma y fuerza: pero si Dios es Dios, no te quedes cuestionando y claudicando entre dos pensamientos, sino decidida, valerosa y positivamente di: "yo estoy por el Señor." No hay tiempo semejante al tiempo de pérdida y tribulación para hacer una confesión.

7. Hermanos míos, yo creo que un cristiano difícilmente podría hacer esta confesión con su boca, a menos que hiciera a veces algo inusitado para dar testimonio. "¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo," dijo Moisés cuando descendió del monte y quemó el becerro de oro: "Y se juntaron con él todos los hijos de Leví. Y él les dijo: Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente."

De vez en cuando seremos incapaces de confesar a Cristo, a menos que hagamos algo que parecería duro y extraño, pero que debe hacerse por Dios y por la causa de la verdad. Ciertamente, los Elías de Dios no pueden quedarse callados; mientras miles de sacerdotes de Baal están encendiendo sus fuegos e invocando a Baal, ellos deben pasar al frente. "¿Acaso no son ustedes siervos de Baal y yo el siervo del Dios vivo?" Descubriremos que es necesario forzar las exquisiteces de la etiqueta y hollar bajo nuestros pies las formalidades que la sociedad dignificada quiere erigir; y como el profeta que llegó a Bet-el, tendremos que clamar contra los altares en los que otras personas pagan sus votos.

Yo he admirado -y aquí tomo mi cruz con un buen hermano- yo he admirado grandemente un testimonio dado recientemente en la asamblea de la Iglesia Libre de Escocia, por mi hermano Candlish, en contra de la inscripción que fue colocada sobre el mausoleo erigido en memoria del excelente Príncipe Alberto. Lo he admirado por su arrojo al expresar lo que pensaba y sentía. Yo creo que debió haber recibido un tributo de honor en lugar de un aullido de indignación. A él le importa poco si es alabado o censurado, pero debería hacerse justicia a su valor y a su fidelidad. Él ha señalado el carácter papista de la inscripción, de la cual me aventuro a decir que el propio Príncipe la aborrecería, si su espíritu pacífico visitara el mausoleo. Si recuerdo correctamente, el señor Baptist Noel nos ha informado que el Príncipe exclamó en su lecho de muerte:

"Nada en mi mano llevo,
Simplemente a Tu cruz me aferro."

Murió siendo cristiano, aferrándose humildemente a la cruz de Jesús. Por tanto, su mausoleo está siendo deshonrado por una inscripción apta para un santo del papado, pero no para alguien que amó al Señor Jesucristo. No hay ninguna deslealtad cuando expresamos francamente nuestra opinión, ni pretendemos interferir en la libertad de otros. Debería otorgarse una licencia abierta al afecto, y la aflicción debería tener su propia escogencia de palabras, pero es un error, si es que no es un pecado, imponer un panegírico papista cuando un epitafio cristiano habría sido más apropiado. Yo tomo mi cruz con Candlish; y no sería sincero con Dios si no lo hiciera, pues yo creo que quien confiesa a Cristo, algunas veces contra la tendencia popular y la corriente popular, es la única persona que puede esperar recibir una recompensa de su Señor por haber actuado fielmente en todas las cosas.

Algunas veces tendrán que hacer esto, pero no siempre; tal vez no con frecuencia. No pierdan su camino por dar testimonio, pero cuando la carga del Señor esté sobre ustedes, testifiquen: y que nadie los meta en miedo.

8. Además, no es posible confesar a Cristo con la boca a menos que estemos dispuestos a usar nuestra posición como un método de confesión. Josué es cabeza de una casa. Él usa esa posición: "Pero yo y mi casa serviremos a Jehová." Yo no puedo creer en su fe si ustedes no se preocupan de que Dios sea reconocido en su casa. Que el altar familiar sea erigido; que el sacrificio humee sobre ese altar. Si no pudiera ser dos veces al día, que sea por lo menos una vez. Pero asegúrense de pagar sus votos al Altísimo en esa posición, pues de lo contrario no habrían hecho una confesión para salvación.

O pudiera ser que tengan alguna influencia donde puedan ayudar a la Iglesia de Cristo. Háganlo diligentemente. Ester es la reina de Asuero. Si ella dejara de identificarse como judía, y si no hiciera suya la disputa de Israel con Amán, entonces ella sería repudiada. Ella llegó al reino para un momento como ese.

Algunos de ustedes son patronos de muchos empleados, o tal vez podrían ser miembros del Parlamento, o tal vez se muevan en esferas en las que tienen el poder suficiente para influenciar las mentes de otras personas. Sean diligentes en hacerlo por Dios; pues toda esa influencia es dinero dado a ustedes para que lo pongan al interés para su Dios y Señor, y si lo enterraran en una servilleta o lo usaran sólo para ustedes mismos, Él tendría que decirles en el último gran día: "Siervo malo y negligente, serás entregado a los verdugos."

9. Además: Hay algunas personas que no confesarán nunca con sus bocas al Señor Jesús, como deberían hacerlo, a menos que se vuelvan predicadores. David dijo que él había predicado la Palabra en la gran congregación; y se jacta de que no ha rehuido anunciarla delante de los reyes.

Ahora, hay algunos de ustedes que poseen la habilidad de hablar, pero nunca lo hacen. Toda la longitud entera de las calles de Londres los espera como un púlpito; la población entera de Londres está lista para ser su audiencia. ¿Por qué no comienzan a hablar? Pueden hablar sobre política. La otra noche, en la institución literaria, entiendo que leíste un ensayo capital sobre un tema de astronomía. Si amas al Señor, ¿vas a dar toda su atención a estos temas inferiores? No; al menos algunas veces da tu atención a quien te compró con Su sangre. "No sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio."

Preocúpate, entonces, que tu conversación sea más de Cristo que de cualquier otra cosa que poseas. Habla a favor de tu Dios y Señor. Me comentas que eres nervioso. Que no te preocupe tu nerviosismo. Inténtalo una vez. Si te tropiezas una docena de veces, inténtalo otra vez; verás que tus talentos aumentan. Es sorprendente ver cómo esas interrupciones hacen más bien que nuestra continuidad. Simplemente libera a tu alma de lo que hay en ella. Que tu corazón se ponga al rojo vivo, y entonces, como algún volcán que está vomitando sus entrañas más íntimas, deja que la lava ardiente de tu exposición se deslice a borbollones. No te deben importar las gracias de la oratoria, ni los refinamientos de la elocuencia, sino expresa lo que conoces; muéstrales las heridas de tu Salvador; proclama Su aflicción para que ella les hable; y será sorprendente cómo tu lengua tartamudeante se convertirá en un mejor instrumento porque tartamudea, pues "lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es."

Ustedes pueden ver, hermanos, que esta confesión de Cristo con la boca es una obra de toda la vida. El cristiano deber ser alguien como un médico. Ustedes saben que consideramos al médico un hombre profesional. Bien, ¿cómo profesa el médico? Pues bien, hay una gran placa de bronce en su puerta y una gran campana, y todo mundo sabe el significado de la placa de bronce y de la campana. Esa es parte de su profesión. ¿Qué más? ¿Cómo profesa él ser un médico? Él va con la gente y su vestido es como el de todos los demás. No ves una caja de lancetas sujeta a su costado; no observas que esté vestido con un traje particular. Es un médico y siempre es un medico; pero cumple su profesión por medio de su práctica. Esta es la forma en que la profesión de un cristiano ha de cumplirse, por medio de su práctica. El hombre es un médico profesionalmente, porque en verdad cura a la gente y escribe recetas, y satisface sus necesidades.

Yo he de ser un cristiano en mis acciones, mis obras, mis pensamientos y mis palabras. Por tanto, si alguien necesita a algún cristiano, yo debería ser reconocido por mis palabras y mis actos.

Cuando íbamos a la escuela, dibujábamos casas, y caballos, y árboles en nuestros cuadernos, y podemos recordar cómo solíamos escribir "casa" bajo la casa, y "caballo" bajo el caballo, pues algunas personas podrían haber pensado que el caballo era una casa.

Así hay algunas personas que necesitan usar un gafete alrededor de su cuello para mostrar siquiera que son cristianos, pues de lo contrario podríamos confundirlos con pecadores, pues sus acciones son muy semejantes. Eviten eso. Que su profesión sea manifiesta por su práctica. Sean tan claramente un trazo de la pintura divina, que en el momento que alguien ponga la vista en ustedes, diga: "sí, esa es la obra de Dios; ese es un cristiano, la más noble otra de Dios."

II. Cuento sólo con un minuto o dos, justo para pronunciar unas pocas palabras de exhortación. Queridos amigos, asegúrense de confesar a Cristo con su boca. No pongan ninguna excusa, pues NINGUNA EXCUSA QUE PUEDAN PONER SERÍA VÁLIDA.

¡Dices que vas a perder tu negocio! Piérdelo y ganarás tu alma. ¡Que no estarás a la moda! ¿Qué importancia tiene estar a la moda? ¡Que serías despreciado por aquellos que te aman! ¿Acaso amas a tu esposo o a tu esposa más que a Cristo? Si así fuera, no serías digno de Él. Pero, ¡eres tan tímido! Preocúpate de no ser tan tímido como para estar perdido al final, pues los temerosos y los incrédulos tendrán su porción en el lago que arde. No me refiero a aquellos que temen y algunas veces tienen dudas de su interés en Cristo, sino a aquellos que tienen miedo de confesar a Cristo delante de los hombres.

Ustedes saben que en el silencio de la hora de la enfermedad o de la muerte, ninguna excusa, independientemente de cuán plausible pueda parecerles ahora, responderá a su conciencia; y si no responderá a su conciencia, pueden estar seguros que no satisfará a Dios.

En seguida, recuerda cuán deshonroso es que digas que crees con el corazón pero que no hicieras una confesión. Eres como una rata escondida detrás del friso de la pared, que sólo sale cada vez y cuando, cuando nadie la mira, y luego corre a esconderse otra vez. "Qué metáfora tan degradante", dirás. Pretendía degradarte con ella, para sacarte de tu cobardía. ¡Cómo!, ¿ha de ser tratado Cristo de esta manera, como si el nombre de Cristo habría de ser profesado en hoyos y esquinas ocultos?

No, que se diga ante el rostro del sol: "en verdad yo amo a Jesús, que se entregó por mí." No es algo que se deba decir cuando se está solo, ni se ha de ocultar de los oídos de los hombres. Él murió frente al rostro del sol, rodeado de escarnecedores; y, rodeados de escarnecedores, declaremos también nuestra fe en Jesucristo.

Por otro lado, cuán honorable será esa confesión para ustedes. Si yo tuviese que unirme a algún ejército, y encontrara en las listas convocatorias una relación de todos los granujas y de toda la escoria de las calles, no creo que me gustaría ser un soldado.

Pero si, por otro lado, viera que mi coronel es un gran vencedor, y que tendría por compañeros y camaradas a hombres que tuvieran algunos gloriosos nombres sobre sus estandartes, me sentiría honrado de que se me permitiera ser el que toque el tambor en un regimiento de esa naturaleza.

Así, cuando leo la lista, y encuentro a Abraham, a Isaac, a Jacob, a Moisés, a David, a Daniel, a Isaías, al propio Jesucristo, a los apóstoles, a Lutero, a Calvino, a hombres cuyos nombres se han vuelto nombres caseros en cada familia cristiana, consideraría un honor si mi nombre se encontrara escrito con el de ellos, como el soldado más humilde y débil de todo el ejército.

Es algo honorable. Por tanto, toma tu decisión para unirte a nosotros, y debes estar preparado a ser despreciado como un seguidor del Señor Jesucristo. Yo los exhorto a esto porque los hará útiles. ¿Qué bien podría hacer un cristiano secreto? Es una vela puesta debajo de un almud; es una luz encerrada en una linterna sellada. Tu luz ha de brillar. ¿Para qué serviría un cristiano secreto? Sería como sal desvanecida. Y, ¿para qué serviría sino para ser hollada por los hombres? Vamos, el sabor de su sal ha de sentirse por todo el mundo.

La gracia es suficiente. Ese es otro argumento para ti. Yo creo que tendrás nuevas responsabilidades y peligros si haces una confesión. La gracia es suficiente. Si la gracia te pusiera sobre un pináculo del templo, ten la certeza que la gracia te mantendrá allí. Si te quitas del pináculo, y te bajas al piso duro, estarías inseguro allí; pero si Dios te pone sobre el pináculo, podrían venir todos los diablos del infierno para empujarte hacia abajo, pero permanecerías firme. No seas desobediente eligiendo tu camino; sigue el camino de Dios y estarás seguro en él.

Por último, el galardón es espléndido. "A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos." Había una vez un Príncipe de legítima sangre real, que abandonó el palacio de su Padre y viajó a un lugar distante en los dominios del rey, donde era poco conocido y aceptado. Era un verdadero Príncipe, y mostraba en su rostro esas señales de realeza -esa extraña divinidad que circunda a un rey- que podría haber conducido al espectador a saber que pertenecía a la realeza. Pero cuando llegó al lugar, la gente dijo: "este es el heredero del trono; ¡insultémoslo, mostrémosle nuestro desagrado!" Otros decían que no era un heredero del todo. Y se pusieron de acuerdo para ponerlo en el cepo. Cuando se encontraba allí, todos los hombres le arrojaban todo tipo de inmundicias, y le lanzaban todo tipo de duras palabras; y decían:"¿quién se atrevería a reconocerle como Príncipe? ¿Quién se atrevería a apoyarlo?" Se levantó un hombre en medio de la multitud y dijo: "¡yo me atrevo!" Entonces lo pusieron en el cepo al lado del Príncipe; y cuando arrojaban la inmundicia sobre el Príncipe, caía sobre el hombre también, y cuando le decían duras palabras al Príncipe, también le decían duras palabras a él. El hombre estaba allí, sonriendo, y recibiendo todo. De vez en cuando, una lágrima rodaba por su mejilla; pero eso era por ellos, porque trataban así de mal a su soberano. Pasaron los años, y el rey vino a esos dominios y los subyugó; y vino un día de triunfo sobre la ciudad conquistada: los gallardetes pendían de todas las ventanas, y las calles estaban salpicadas de rosas. Entraron las tropas del rey uniformadas con relucientes armaduras de oro, y con penachos en sus yelmos brillantes. La música resonaba dulcemente, pues todas las trompas de gloria tocaban. Era del cielo que habían venido. El Príncipe recorría todas las calles en su glorioso carruaje; y cuando llegó a las puertas de la ciudad, allí estaban los traidores atados con cadenas. Comparecieron temblando ante él. Él se fijó en un hombre en medio de la multitud que estaba libre y sin cadenas, y preguntó a los traidores: "¿conocen ustedes a este hombre? Él estuvo conmigo en aquel día en que ustedes me trataron con escarnio e indignación. Él estará conmigo en el día de mi gloria. ¡Ven acá!", dijo. Y en medio del sonido de las trompetas y la voz de aclamación, el pobre, despreciado, y rechazado ciudadano de esa ciudad rebelde, recorrió las calles en triunfo, al lado de su Rey, que lo vistió de púrpura y puso una corona de oro puro sobre su cabeza.

Allí tienen la parábola. ¡Vívanla! Amén.


Fuente original:http://www.spurgeon.com.mx

CREYENDO CON EL CORAZÓN por Charles Spurgeon

(Traducido por Allan Román)


"Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación." Romanos 10: 10.

Cada una de las estrellas del cielo vuelca su rayo de luz para alentar al marinero que navega en la inmensidad líquida, pero hay líderes en medio de ese ejército rutilante -estrellas de primera magnitud- cuyas lámparas de oro están tan diestramente colgadas, y además con tan sumo cuidado despabiladas, que ofrecen al navegante extraviado señales con cuya ayuda puede timonear su barco a puerto seguro.

De la misma manera, todas las promesas de la Escritura están cargadas de consuelo. Cada una relumbra y resplandece en su ámbito con el calor y la luz del amor; pero, incluso entre ellas, hay "estrellas particularmente brillantes"; hay promesas conspicuas como Orión, brillantes como las Pléyades, indelebles como Arturo y su prole.

Hermanos, ustedes conocen esos textos salvadores de almas a los que me estoy refiriendo, que irradian consuelo y que contienen tal bendita mezcla de palabras sencillas y de consoladoras frases, que guían a multitudes de pecadores al puerto de paz en Jesucristo.

Mi texto, yo creo, pertenece a esa categoría. Por lo menos, la doctrina que enseña -la doctrina de la salvación por fe- es la propia estrella polar del Evangelio; y aquel que timonee guiándose por ella encontrará la costa celestial. No debería desagradarles en absoluto que tal verdad sea proclamada otra vez a sus oídos.

El médico que está a punto de partir al extranjero, y que sabe que allá no le será posible conseguir más provisión medicinas, lleva consigo un lote de las más valiosas medicinas de la farmacia, pero compra el mayor inventario de los remedios para las enfermedades más comunes del cuerpo; y así, hermanos míos, en nuestro ministerio estamos obligados a predicar sobre todo tipo de temas; no debemos sacar cosas viejas y viejas, sino cosas nuevas y viejas; sin embargo, a pesar de eso, el predicador debe hacer hincapié mayormente en esa doctrina que es la más necesaria, y la que más eficazmente sanará al alma enferma por el pecado.

Nosotros creemos que por cada persona convertida bajo cualquier otra doctrina, hay diez personas que son traídas a Cristo por la sencilla predicación de la salvación por fe. Aunque cada verdad de la Escritura es semejante a una malla de la gran red del Evangelio, la grandiosa verdad de la justificación por fe contiene en sí tantas mallas, que constituye la mayor parte de la red, y retiene dentro de su superficie grandes multitudes de peces.

Pido a Dios que nos ayude hoy a echar esta red sobre el costado propicio del barco. Mientras yo dejo caer la gran red barredera, tomen ustedes la parte que les corresponde en la pesca evangélica, y oren para que Dios atraiga a los peces hacia ella, y que Su nombre sea alabado en este día así en el cielo como en la tierra.

El texto se divide muy sencillamente en dos partes. Fe y confesión. Las dos partes están unidas, y, por tanto, no las separe el hombre. "Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación."

Comentaremos tres cosas sobre cada uno de estos tópicos. Primero, sobre la fe. Tenemos ante nosotros, ya sea en el propio texto o en su contexto, el objeto de la fe, la naturaleza de la fe, y su resultado.

I. EL OBJETO DE LA FE es claramente mencionado en el contexto.

El versículo precedente dice así: "Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo"; de todo esto es evidente que Jesucristo, muerto y resucitado, es el fundamento de la fe.

El objeto de la fe es probablemente el tema más importante de nuestra contemplación. Yo creo que hay muchas personas que piensan demasiado en su fe y demasiado poco en el objeto de la fe. Se preguntan durante fatigosos meses si tienen el tipo correcto de fe; pero sería mejor para ellas que miraran para ver si su fe descansa sobre el fundamento correcto; pues, después de todo, al tiempo que la fe es importante, el fundamento de esa fe es lo que tiene suprema importancia, y debemos mirar mayormente a eso.

Ahora, la fe salvadora del alma descansa, de acuerdo a miles de referencias de la Escritura, sobre Cristo: sobre Cristo en toda Su persona, Su obra y Sus oficios.

Fe, antes que nada, descansa en Cristo como encarnado. El cántico de los ángeles se convierte en el cántico del pobre espíritu abatido. Jesús, el Hijo de Dios, nació en el pesebre de Belén; Dios fue hecho carne y habitó entre nosotros. Fe cree en este gran misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne; cree que Él, -por quien los cielos fueron constituidos, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho- por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió del cielo y se encarnó en el vientre de la virgen. Fe cree todo esto y deriva consuelo de ello. Pues, Fe dice: "si Dios se hizo hombre para acercarse a nuestra naturaleza, me siento atraído por este acto de amor, me da confianza para con Dios, y me pide que me acerque al Señor con resolución, en tanto que Dios viene a mí."

"Hasta no ver a Dios en carne humana,
Mis pensamientos no encuentran consuelo;
La santa, justa y sagrada Trinidad
Es un terror para mi mente.

Pero si aparece el rostro de Emanuel,
Mi esperanza, mi gozo, comienzan;
Su nombre veda mi miedo esclavizado,
Su gracia quita mis pecados."

Fe, a continuación, ve a Cristo en Su vida. Ella percibe que Él es perfecto en obediencia, santificado enteramente para Su obra, y aunque es "tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado." Fe se deleita en admirarlo y adorarlo en Su completa obediencia a la ley de Dios; y percibe con arrobamiento que en cada jota y tilde, Él ha cumplido, magnificado y engrandecido la ley. Fe, con santa resolución, clama: "esta justicia será mía; Cristo ha cumplido la ley por mí. Evidentemente Él no tenía ninguna necesidad de hacerlo por Él; pero estando en la condición de hombre para mi salvación, cumplió la ley con ese mismo fin y propósito."

Fe mira esa justicia de Cristo, y, como el apóstol, aprende a decir: "Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe."

Pero principalmente Fe mira a Cristo ofreciéndose a Sí mismo en el madero. Está al pie de la cruz, mirando ese misterioso, ese incomparable espectáculo: Dios hecho carne, sangrando, muriendo; el Hijo de Dios desfallecido por los tormentos, destrozado por las agonías y los indecibles dolores, haciéndose obediente hasta la muerte.

Fe lo observa con la expectación de la esperanza y la emoción de la gratitud, y ambas le provocan lágrimas que ruedan por sus mejillas. Oye el agonizante clamor a gran voz del que cargó con el pecado: "Consumado es," y agrega un feliz Amén, "¡Consumado es!"

Mi alma cree que hay lo suficiente en esas heridas para lavar mi pecado; lo suficiente para desviar los truenos de un Dios airado; lo suficiente en esa justicia para cubrirme de la cabeza a los pies, y ganar para mí la sonrisa de la justicia infinita. Oh bendita cruz, tú eres el único pilar de nuestra consolación; Fe construye su todo sobre la principal piedra del ángulo.

Pero, amados, Fe no ha terminado con Jesús, pues donde Él va ella le sigue con diligencia. Su ojo rastrea el cuerpo del Salvador hasta la tumba de José de Arimatea. Contempla ese cuerpo, el tercer día, animado de vida, rodando la piedra y rompiendo la mortaja encerada. "Jesús vive", dice Fe; y en tanto que Cristo fue puesto en la prisión del sepulcro como una prenda y fianza por Su pueblo, Fe sabe que no habría podido salir otra vez si Dios no hubiese estado completamente satisfecho con Su obra sustitutiva.

"Si Jesús no hubiese pagado nunca la deuda,
Nunca habría sido puesto en libertad."

Fe por tanto percibe que si Cristo resucitó, mi alma es justificada. Dios ha aceptado a Cristo en nombre mío, y Su resurrección lo demuestra; y yo soy acepto en el Amado porque Jesucristo ha resucitado. Si tú crees en este sentido en tu corazón, que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Transportada a lo alto sobre alas de águila, Fe no tiene miedo de seguir a su Redentor hasta el trono de Su Padre; su ojo iluminado lo contempla sentado a la diestra de Dios, lo ve intercediendo, como el gran Sumo Sacerdote delante del poderoso trono del Padre; y espera hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies. Fe construye sobre Su intercesión y dominio, así también como sobre Su muerte y resurrección. Él puede salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.

Observen, mis amados hermanos, que el cimiento completo sobre el que descansa Fe es este: Cristo vivió en la carne, Cristo murió en esa carne, Cristo resucitó de los muertos, Cristo intercede en la gloria en nombre de los pecadores. Ni siquiera el grosor de un cabello del fundamento de Fe se encuentra fuera de Cristo Jesús. Fe no construye sobre su propia experiencia; no descansa en absoluto en gracias, ni arrobamientos, ni derretimientos, ni reuniones, pleitos u oraciones; su principal piedra del ángulo es Cristo Jesús.

Fe nunca construye sobre algún conocimiento que hubiese obtenido por medio de la investigación; no construye sobre ningún mérito que se imagine haber alcanzado mediante un largo y ardiente servicio. Mira por completo más allá del yo y fuera del yo. Cristo Jesús, y sólo Cristo Jesús, es el objeto de su confianza.

Pecador, ¿qué dices tú a todo esto? Es cierto que no hay nada en ti, pero no tiene que haber nada en ti. ¿Puedes confiar en Jesús? Jesús, el Hijo de Dios, se convierte en tu hermano, hueso de tu hueso, y carne de tu carne. ¿Acaso no puedes confiar en Su amor? Jesús, el Hijo de Dios, muere en la cruz. ¿Acaso no puedes confiar en esa sangre, en esa agonía, en esa muerte? ¡Mira pecador! La sangre está brotando de Su cabeza, manos y pies. Es un Ser Divino el que sufre de esta manera; no es sino Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos, el que está clavado a ese madero. ¿Acaso no puedes creer que haya suficiente mérito en agonías como estas para que ocupen el lugar de tus sufrimientos en el infierno? ¿Acaso no crees que la justicia reciba una recompensa más amplia de las heridas de Cristo de la que podría recibir jamás de todas tus heridas, aun si tú hubieses sido golpeado desde la planta de tu pie hasta la coronilla de tu cabeza, hasta llegar a ser nada sino heridas y llagas putrefactas?

Me parece que responderás: "yo creo que en el Calvario Dios recibió una mayor glorificación de Su ley que en todas las agonías de todos los condenados en el infierno, aunque sufran eternamente la infinita ira de Dios."

Pecador, yo te pregunto, ¿no puedes creer que la perfecta justicia de Cristo sea suficiente para ti? ¿Puedes ver alguna imperfección en ella? ¿Acaso no es de lino limpio y resplandeciente? ¿Acaso hay alguna mancha? ¿Acaso no está hecha de tan precioso material -la obra divina de un divino Salvador- que nada podría equipararse?

Si tú la poseyeras, pecador, ¿no crees que podrías estar delante de Dios sin tener ni una sola mancha ni arruga? Y yo te pregunto, pecador, ¿acaso no crees que si Jesús intercediera por ti, tú serías salvo? ¿Acaso podría extender Su mano y decir: "Padre, perdona a ese pecador", y, sin embargo, que Dios rehúse escuchar Su oración? Si tú le entregaras tu causa para que intercediera, ¿piensas que no sería un intercesor exitoso? Vamos, hombre, a pesar de toda la incredulidad que está albergada en tu corazón, yo espero que creas que si Jesús, que era el propio corazón de Dios, defendiera tu causa, no intercedería en vano.

Me parece que te oigo responder: "oh, sí, nosotros creemos en todo esto; nosotros creemos que esta es la base para la más plena confianza para los santos, pero, ¿podríamos nosotros descansar en ella? ¿Hemos de entender que si confiamos en Jesucristo, porque fue un hombre, y porque vivió, y murió, y resucitó, e intercede, somos salvos?"

Alma, esto es precisamente lo que quiero que entiendas. Aunque no tengas buenos pensamientos o sentimientos, aunque hasta aquí hayas sido el más condenable de los rebeldes en contra de Dios, aunque hasta este momento tu duro e impenitente corazón haya estado enemistado con Dios y con Cristo, sin embargo, si ahora, en este mismo día, creyeras que Cristo se encarnó, que Cristo murió, que Cristo resucitó, que Cristo está intercediendo y que puede salvarte, y tú asentaras tu alma sobre ese hecho, serías salvo.

Dios, el Padre infinitamente amante, está dispuesto a recibirte tal como eres. No pide nada de ti. Oh, hijo pródigo, tú podrías regresar en tus harapos e inmundicia, a pesar de que hayas gastado tu vida con rameras; a pesar de que los cerdos hayan sido tus compañeros, y hayas deseado ardientemente llenar tu vientre con sus algarrobas; tú podrías regresar sin recibir reconvenciones, ni siquiera una palabra de enojo, porque el Unigénito de tu Padre ha ocupado tu lugar, y en ese lugar sufrió todo lo que tus múltiples pecados merecían.

Si confías ahora en Jesús, el Señor, que te amó con amor indecible, serás recibido en este mismo día en el gozo y la paz, con los brazos de un Padre alrededor de tu cuello, aceptado y amado; estarías sin tus harapos, que te serían quitados, y vestirías el mejor vestido; tendrías el anillo en tu dedo y los zapatos en tus pies, escuchando la música y el baile, porque tu alma que se había perdido, ha sido hallada, y tu corazón que estaba muerto, ha recibido vida.

Este, entonces, es el objeto de la fe: un Salvador único, que lo hace todo, para todos los que confíen en Él.

II. En seguida, tenemos en el texto, la NATURALEZA DE LA FE. Esto es obvio. Se nos dice que "con el corazónse cree para justicia." Esto no es introducido a modo de hacer una sutil distinción. Algunas veces los ministros hacen tantas distinciones acerca de la fe, que los verdaderos buscadores se quedan muy perplejos. Estoy siendo muy cuidadoso conmigo mismo esta mañana, para no hacer lo mismo.

He leído sermones sobre la fe natural y sobre la fe espiritual, y he sido persuadido de que lo que el predicador llamaba fe natural, era tan espiritual como la que distinguía como la fe de los elegidos de Dios. Entre menos distinciones hagamos aquí, yo creo, será mejor, puesto que Jesús lo ha expresado con amplitud: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo." Allí donde Él hace pocas distinciones, y donde más bien dice abiertamente: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo", no deberíamos estar estableciendo y multiplicando puntos de diferencia teológicos.

Con todo, amados hermanos, el texto en efecto dice: "Con el corazón se cree." Y esto es un poco extraño, porque nosotros atribuimos generalmente el acto de fe a la mente, al entendimiento. El entendimiento cree ciertos hechos que le parecen dignos de crédito, pero nuestro texto coloca a la fe en el corazón, y la define como una obra de los afectos más que del entendimiento. Yo entiendo que es así por esta razón: primero, para expresar sencillamente que la fe -la fe salvadora- debe ser sincera; no debemos decir simplemente: "veo que la cosa es así", sino que debemos creerlo sinceramente.

La fe que profese un hombre no ha de ser una fe conceptual, debido a que su madre tenía la misma persuasión, o debido a que viviendo en un país cristiano sería una criatura singular si fuera reconocido como un pagano.

Nuestra fe ha de consistir en una persuasión sincera, honesta y de corazón de las verdades que profesamos creer. Si yo me dijera: "bien, no tengo duda alguna que la religión cristiana es verdadera; me atrevo a decir que lo es"; pero no sintiera y supiera en mi corazón que es verdadera, entonces mi fe no me salvaría.

Sin duda, la palabra "corazón" es puesta aquí para hacer una distinción entre la fe doctrinal y la fe que acepta a Cristo. Vamos, yo tengo el infortunio de conocer a muchas personas que han leído mucha teología; se manejan de manera excelente en todas las partes escolásticas de la teología; son ortodoxos -ay, ortodoxos hasta el tope- y luchan como leones y tigres por un simple cabello de la cabeza de un credo; y, sin embargo, no serán salvados nunca por su fe, porque su creencia es meramente una creencia de ciertas proposiciones abstractas que no afectan nunca su naturaleza, y que, para decirlo honestamente, no creen en eso después de todo. Esos dogmas que ellos aceptan como verdades no tienen relación con ellos; sus corazones no regenerados no pueden percibir el verdadero impacto de esas doctrinas en ellos, y consecuentemente las reciben como mentiras.

Si ponen una verdad fuera de su propio lugar, la vuelven ya sea maravillosamente semejante a una mentira, o, de lo contrario, realmente una mentira. Y si yo sostengo ciertas doctrinas simplemente como teniendo validez para algunas personas en particular, pero sin ninguna referencia a mí, y si las sostengo de tal manera que no tengan ningún grado de influencia en mi carácter ni toquen mi corazón, entonces las sostengo falsamente; convierto la verdad de Dios en una mentira, y mi fe no podría nunca salvar mi alma. La verdadera religión es algo más que un concepto, pues algo ha de ser conocido y sentido; y la fe es algo más que la aceptación de un sano credo: se trata de creer con el corazón.

Pero ahora espero no oscurecer el consejo con palabras sin conocimiento. Permítanme, si pudiera, explicar lo que es creer con el corazón.

Amados, ustedes saben muy bien que la primera obra de Dios el Espíritu Santo en el hombre, no es enseñarle doctrinas, sino hacerle sentir gran hambre y sed, un gran vacío interior; el hombre es hostigado por un desasosiego, un perpetuo desfallecimiento, un deseo vehemente y un gemir por algo que escasamente sabe de qué se trata.

Ahora, eso es porque su corazón ha sido puesto en movimiento por el Espíritu. Su corazón, como una aguja bajo la influencia del imán, no encuentra reposo porque no ha encontrado su polo; ha sido tocado misteriosamente, y no sabe cómo o por qué; pero sí sabe esto: tiene una intranquilidad en su interior, y anhela tembloroso una paz establecida y permanente. Es el corazón -ustedes lo saben- el que está así severamente turbado.

Ahora, cuando el Señor Jesucristo es expuesto a nuestro oído en Su carácter de un perfecto y completo Salvador, capaz en este preciso instante de perdonar todo pecado, y de darnos una perfecta justicia, y de darnos en este día una salvación que es completa, y que será completa cuando el tiempo se extinga, entonces el corazón dice: "bien, eso es precisamente lo que me ha hecho falta."

De la misma manera que las flores que han estado cerradas durante toda la noche, tan pronto como se levanta el sol, abren sus cálices como si sintiesen: "¡vaya, eso es lo que estábamos necesitando! ¡Salve, glorioso sol!", así, el corazón quebrantado, anhelante, ansioso y sediento, dice: "ah, eso es lo que yo necesito; Tú, oh Cristo, eres todo lo que necesito; encuentro en Ti todo y más todavía."

Luego, ese corazón dice: "ven a mí, Jesús, ven a mí; sé mío, quiero hospedarte; si quieres venir bajo mi techo, mi pobre y humilde corazón se pondrá feliz como las puertas del cielo." El corazón extiende sus brazos a Cristo, y Cristo viene a ese corazón; y el corazón lo estrecha muy de cerca. Eso es creer con el corazón. Es la propia convicción del corazón que Jesucristo es precisamente lo que necesitaba.

Muchos de ustedes tienen una fe verdadera en Cristo, y, sin embargo, nunca han leído 'Las Evidencias' de Paley o 'Analogía' de Butler; aunque no les perjudicaría si lo hicieran; pero nunca estudiaron esos libros, y tal vez nunca lo hagan. Difícilmente sabrían sobre qué base la Biblia es aceptada como verdadera, y por esto, infieles astutos les dan una buena sacudida cuando los cuestionan sobre ese punto.

Pero hay algo sobre lo que nunca podrás ser sacudido: tú sientes que el Evangelio debe ser verdadero, porque satisface las necesidades de tu corazón. Si alguien te dijera cuando estás sediento: "el agua no es buena," tú le dirías: "dame más agua; tengo tal sed dentro de mí que me obliga a desearla."

Por un irresistible proceso que es más extraño que la lógica, tú podrías demostrarte que el agua es buena porque apaga la sed. Lo mismo sucede con el pan; cuando tienes hambre, si llegaras a la mesa y un filósofo te dijera: "tú no entiendes la razón por la que el pan nutre al organismo humano; ¡no sabes absolutamente nada acerca del proceso de la digestión, ni del método de asimilación, ni cómo los huesos son nutridos por el fósforo, y por el calcio y por la sílice contenida en la harina!" Tú responderías: "no lo sé; y no estoy particularmente interesado en saberlo; pero una cosa sí sé: estoy seguro que el pan es bueno para comer si estoy hambriento, y te lo demostraré"; y coges una hogaza y comienzas a cortarla y a comer.

Lo mismo ocurre con el corazón creyente. El corazón está hambriento y por eso se alimenta de Jesús; el corazón está sediento y por eso bebe del agua viva; y así el corazón cree para justicia.

Además, hay otra explicación. ¿Acaso no es renovado el corazón del hombre, queridos amigos, cuando es llevado a percibir la dificultad de reconciliar los aparentemente discordantes atributos de Dios? ¿Acaso no recuerdas bien aquel día cuando tu corazón te dijo: "Dios es justo; y es correcto que así sea"?, y tu corazón parecía dispuesto a besar la empuñadura de la filosa espada de la Justicia. Tú dijiste: "Señor, aunque se trate de mi propia condenación, yo quiero adorarte porque Tú eres santo, santo, santo." Tu corazón dijo: "Señor, yo sé que Tú eres misericordioso, pues Tú me lo has dicho; en las hermosas obras de Tus manos, en los abundantes cultivos cargados de amarillo grano, en este reluciente brillo del sol que madura todos los frutos, veo la prueba que Tú eres un Dios bueno y lleno de gracia. Pero, Señor, no puedo entender cómo puedes ser lleno de gracia y, sin embargo, ser justo; pues si eres justo, has jurado castigar, y si eres lleno de gracia, entonces, Tú perdonarás; ¿cómo puedes realizar ambas cosas, cómo puedes castigar y a la vez perdonar? ¿Cómo puedes castigarme y a la vez recibirme con muestras de afecto"?

Un día subiste al santuario cuando tu corazón se encontraba precisamente en ese estado: cuando estaba sumido en la incertidumbre. Tu corazón era como la ciudad de Susa: estaba perplejo; pero oíste que el predicador mostraba claramente que Cristo se convirtió en un sustituto para el hombre, y pagó -hasta la última dracma- toda esa cuantiosa deuda que el hombre tenía con Dios. Viste las heridas de Jesús, y entendiste cómo un Dios airado vio toda Su justicia satisfecha en las agonías de Su amado Hijo, y tu corazón dijo: "¡vaya!, esa es precisamente la respuesta que he estado requiriendo. Yo estaba sumido en la perplejidad, y me mortificaba a mí mismo; tenía un celo por la justicia de Dios; mi conciencia me ponía celoso de esa justicia; tenía un anhelo profundo por la misericordia de Dios, y mi corazón me hacía anhelarla profundamente. Ahora veo cómo la justicia y la paz se han dado un mutuo beso, cómo la justicia y la misericordia se han echado cada una al cuello de la otra y se han reconciliado para siempre."

Y tu corazón dice: "este es el asunto; aquí está la llave maestra que abre todas las cerraduras de las puertas de la duda; aquí está el dedo divino que corre los pasadores." Oh, el gozo y la dicha con que tu corazón se asió al Redentor crucificado, diciendo: "es suficiente; estoy satisfecho, estoy contento, mi perplejidad ha llegado a su fin." Así que ustedes pueden ver que no es difícil entender cómo la fe puede ser una fe del corazón.

Pero quiero que adicionalmente noten que creer con el corazón implica un amor al plan de salvación. Voy a suponer que uno de ustedes el día de hoy, turbado por pensamientos de pecado, regresa a casa, y entra en su aposento y se sienta y reflexiona sobre el grandioso plan de salvación. Ve a Dios escogiendo a Su pueblo desde antes de la fundación del mundo, y escogiéndolo aun a sabiendas que estarían perdidos en la caída de Adán. Ven al Hijo conviniendo en una relación de pacto a favor de ellos, y comprometiéndose a ser su fianza para redimirlos de la ira. Ve a Jesús en la plenitud del tiempo presentándose como esa fianza, y cumpliendo todos Sus compromisos. Ve al Espíritu de Dios obrando para enseñar al hombre su necesidad, e influenciándolo para que acepte el plan de salvación. Ve al pecador lavado y limpiado; observa a ese pecador guardado, y preservado, y santificado, y perfeccionado, y al fin, llevado a casa a la gloria. Mientras reflexiona sobre esta obra del Señor, se dice a sí mismo: "bien, no sé si tenga algún interés en ello; pero, ¡cuán bendito es ese plan! ¡Cuán sublime! ¡Cuán condescendiente! ¡Cuán admirablemente apropiado para las necesidades del hombre! ¡Y cuán excelentemente adaptado para mostrar y glorificar cada atributo de Dios!" Mientras piensa en ello, brota una lágrima de su ojo, y algo le susurra: "vamos, un plan como ese ha de ser verdad." Entonces, esta dulce promesa recorre fulgurante su mente: "El que creyere en él, no será avergonzado"; y su corazón dice: "entonces, creeré en Él; ese plan es digno de ser creído por mí; ese sistema, tan magnificente en su liberalidad, es digno de mi aceptación amorosa." Cae de rodillas, y dice: "Señor, he visto la hermosura de Tu grandiosa obra de gracia, y mi alma se ha enamorado de ella. No tengo ninguna desavenencia con ella; me someto a ella; permíteme participar de ella. Jesús, permite que la virtud de Tu preciosa sangre fluya sobre mí; concédeme que el poder del agua que limpia, que fluyó con la sangre, venga y mate el poder del pecado en mi interior. 'Señor, creo; ayuda mi incredulidad.'"

Eso es creer con el corazón; es creer porque el corazón es inducido a ver que esto tiene que ser verdad; y, por tanto, por un proceso de lógica que es más sutil y más poderosa en su mágica influencia que la lógica del cerebro, el alma, la mente entera, y todos los poderes del hombre son forzados, benditamente forzados, a rendirle obediencia.

Lo que es cierto de nosotros, queridos amigos, cuando comenzamos nuestra carrera espiritual, es cierto a lo largo de toda nuestra vida. La fe que salva al alma es siempre la fe del corazón, tanto en el cristiano desarrollado como en el bebé recién nacido. Permítanme apelar a algunos de ustedes que han estado por años en Cristo. Mis queridos hermanos, ¿cuál es hoy su testimonio en cuanto a la verdad que es en Jesús? ¿Cree su corazón en ella?

Me parece ver a un hombre de cabellos grises que se levanta y apoyándose en su báculo, dice: "en mis días de juventud entregué mi corazón a Cristo, y tuve una paz y un gozo tales como no había conocido nunca, aunque había probado las pompas y vanidades, los placeres y las seducciones del pecado. Mi corazón puede dar testimonio de la paz y de la felicidad que he encontrado en los caminos de la religión. Desde entonces, esta frente se ha visto surcada por muchas preocupaciones, y como pueden ver, esta cabeza se ha visto emblanquecida por muchas nieves invernales, pero el Señor ha sido el sostén y la confianza de mi corazón. He descansado en Cristo, y nunca me ha fallado. Cuando me ha sobrevenido algún problema, nunca he sido doblegado por él, sino más bien he sido capaz de enfrentarme a él. He experimentado pérdidas sensibles"; y señala las muchas tumbas que ha dejado atrás suyo en el desierto; "pero he sido ayudado a enterrar a esposa e hijos, y la fe me ha capacitado para decir con un corazón rebosante: 'Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.' He tenido muchos conflictos, pero siempre he vencido por medio de la sangre del Cordero. He sido calumniado, como han de serlo todos los hombres, pero he cargado tanto esa como todas mis otras cruces sobre mi hombro, y la he sentido ligera cuando la he llevado por fe. Puedo decir que esa es la serenidad beatífica y la calma que la religión de Jesús da a mi corazón en todos los tiempos y en todas las estaciones, que la creo, no como un asunto mental, sino como un asunto del corazón. Mi corazón está convencido por experiencia que esta no puede ser sino la religión de Dios, al ver que obra tales maravillas en mí."

Recuerden, mis muy queridos hermanos, que esta es la forma correcta de creer en Jesús, porque esta es la manera en que pueden creer en Él a la hora de su muerte. Seguro han oído acerca de aquel renombrado obispo que fue un verdadero siervo de nuestro Dios y Señor. En su lecho de muerte, su memoria vacilaba. Había envejecido y lo había olvidado todo. Sus amigos le preguntaron: "¿no nos reconoces?" Hizo un gesto negativo con su cabeza. Juntos se habían comunicado dulcemente los secretos y andaban en amistad en la casa de Dios, pero los había olvidado a todos. A continuación, los hijos rodean al anciano padre y le ruegan que los recuerde. Pero él menea su cabeza, pues los ha olvidado a todos. Por último, llegó su esposa, y pensó, ¿sería posible que yo fuera olvidada también? Sí, él la había olvidado, y meneó su cabeza nuevamente. Finalmente, alguien le preguntó al oído: "¿conoces al Señor Jesucristo?" La respuesta fue instantánea. Ese hermoso nombre le había regresado la conciencia desde el íntimo retiro en que se encontraba hasta el templo exterior de la mente. "¿Conocerle?", -respondió- "sí, Él es toda mi salvación y todo mi deseo."

Pueden ver que era el corazón el que conocía a Jesús; y aunque el corazón pudiera reconocer a la esposa y al hijo, no podría conocer nunca al objeto más amado de la tierra como conoce a Cristo. Las letras de los nombres terrenales pueden ser más largos que el nombre de Cristo, pero el nombre de Cristo está grabado más profundamente. Todos los demás nombres podrían estar grabados profundamente a través de las muchas capas de la piel del alma, si me permiten usar una metáfora así de extraña, pero el nombre de Cristo está grabado en el centro, exactamente en el centro del alma. El hombre que cree con su corazón tiene a Cristo en él, no superficialmente en él, sino a Cristo en él, la esperanza de gloria.

Mis queridos lectores, -ustedes que no han creído en Jesús- he procurado no confundirlos con refinamientos, sino que he tratado de hablar en un estilo sencillo. Yo pienso en verdad que es algo muy bendito que el texto diga: "Con el corazón se cree"; porque algunos de ustedes podrían decir: "no tengo suficiente cabeza para ser un cristiano." Aunque no tuvieran del todo cabeza, si tuviesen un corazón amante, podrían creer en Jesús. Ustedes podrían decirse: "vamos, nunca he tenido grandiosos componentes naturales." No se requiere de grandiosos componentes naturales. Podrían decirse: "nunca recibí educación alguna", -y a propósito, me encanta ver aquí a los obreros uniformados; pido a Dios que vengan más- "no he recibido educación alguna; fui a una escuela pública, y me enseñaron muchas cosas; pero no recuerdo nada."

Bien, supón que no recuerdas nada; pero tienes un corazón, y algunos de ustedes poseen corazones más grandes que muchas otras personas que han hinchado sus cerebros pero que han dejado que sus corazones se encojan; puedes creer con tu corazón. Tu corazón puede ver que Cristo es un Cristo tal como lo necesitas; puedes ver que el perdón y la misericordia son justamente lo que requieres; y tu corazón puede decir, y que Dios el Espíritu Santo lo induzca a decir: "yo acepto a Cristo; yo confío en Cristo; yo tomo a Cristo para que sea mi todo en todo." Esta preciosa palabra: "Con el corazón se cree," abre de par en par las puertas del cielo para aquellos que son prácticamente incapaces, que parecen estar al borde de la idiotez, si es que hubiese aquí ese tipo de personas. Incluso aquellos individuos que se consideran como los mayores necios que hubieren vivido jamás, incluso ese tipo de necios puede creer. "El que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará."

III. Ahora debo concluir, con la intención de tomar la segunda mitad del texto el próximo domingo por la mañana, si Dios nos da vida. Tomo primero lo más necesario. Pueden ir al cielo sin confesar: no pueden ir al cielo sin creer. Así que tenemos la fe primero y lo otro puede venir después. Debo concluir advirtiendo EL RESULTADO de la fe. "Con el corazón se cree PARA JUSTICIA." El texto significa que el hombre que cree en Cristo es justo; es justo de inmediato, al instante; es justo en germen.

Cuando Dios hace las cuentas, tiene dos libros. Uno es el libro negro en el que escribe el nombre de los impíos, de aquellos que no tienen justicia. Puedes revisar ese libro enteramente, y aunque el hombre hubiere sido un ladrón, un proxeneta, y adúltero; aunque hubiere sido el mayor de los pecadores que jamás hubiere manchado a la sociedad y contaminado el aire de Dios, puedes revisar ese libro por completo, pero si ese hombre ha sido llevado a creer con su corazón, su nombre no está allí entre los que no tienen justicia; no podrías encontrarlo allí, no se encuentra en ese libro.

Tendrías que tomar el otro libro. Revisa en el Libro de la Vida, y allí está el nombre de Noé, de Daniel y de Ezequiel, de Juan el Bautista, y así sucesivamente. Tú me preguntas: "¿acaso esperarías encontrar el nombre de ese hombre allí?" Sí, lo espero. Si ese hombre creyó en Jesucristo con su corazón, entonces ha creído para justicia, y su nombre está allí en medio de los hombres justos; pues él es justo antes que nada en germen. Dios ha puesto en él una inextinguible chispa de justicia; Él ha colocado en el corazón de ese hombre una fuerza vitalizadora que no puede morir nunca por ninguna posibilidad, que lo ha hecho ya justo en parte, y que continuará hasta haberlo santificado, espíritu, alma y cuerpo, y haberlo hecho completamente justo, en el sentido real del término justo, justo en el sentido de santidad por medio de la santificación del Espíritu.

Pero hay otro sentido. En el momento en que el hombre cree en Jesucristo, está en la justicia de Cristo: perfectamente justo; se ha vestido con las vestiduras del Salvador. Ustedes oyeron al señor Weaver decir en esta plataforma -y pensé que era una buena ilustración- que un día se encontró con un hombre muy pobre que vestía harapos. Siendo este un hombre cristiano, quiso ampararlo; le dijo que si lo acompañaba a casa le daría alguna ropa. "Así que" -dijo Richard- "me quité el traje que seguía en calidad al mejor que tenía y me puse el mejor traje dominguero, pues no quería darle mi mejor traje. Le pedí al hombre que subiera y le dije que encontraría un traje que se podía poner; era mi segundo mejor traje. Así que después que se hubo puesto el traje, dejando atrás sus harapos, bajó y me preguntó: 'bien, señor Weaver, ¿qué opina de mí?' 'Pues' -le respondí- 'pienso que te ves muy respetable'. 'Oh, sí, señor Weaver, pero ese no soy yo; yo no soy respetable; son sus vestidos los que son respetables.' Y así" -agregó el señor Weaver- "así sucede con el Señor Jesucristo; se encuentra con nosotros cuando estamos cubiertos con los harapos y la inmundicia del pecado, y nos dice que subamos y nos pongamos, no Su segundo mejor traje, sino el mejor traje de Su perfecta justicia; y cuando bajamos con ese traje puesto, le preguntamos: 'Señor, ¿qué opinas de mí?' y Él responde: 'Toda tú eres hermosa, amiga mía, en ti no hay mancha.' Nosotros decimos: 'no, no se trata de mí, es Tu justicia; yo soy de desear porque Tú eres de desear; yo soy hermosa porque Tú eres hermoso.'"

Así podemos concluir diciendo conjuntamente con Watts:

"¡Extrañamente, alma mía, estás vestida
Por la grandiosa y sagrada Trinidad!
En la más dulce armonía de alabanza
Todos tus poderes se han de conjuntar."

Todo esto es por creer; nada más por creer. Después de creer vendrá la confesión y vendrá el hacer; pero la salvación, la justicia, descansan en la fe, y nada más.

"Pecador, no hagas absolutamente nada,
Ni grande ni pequeño;
Jesús lo hizo todo,
Desde hace mucho, mucho tiempo."

Ven a Él tal como eres. Tómalo como tu completa justicia, y habrás creído con tu corazón para justicia.

Que Dios añada Su propia bendición, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.


Fuente original:http://www.spurgeon.com.mx