lunes, 20 de octubre de 2014

LA BONDAD DE DIOS por Arthur W. Pink


“Alabad a Jehová, porque es bueno” (Sal. 136:1)
La “bondad” de Dios corresponde a la perfección de su naturaleza: “Dios es luz, y en él no hay ningunas tinieblas” (1 Juan. 1:5). La perfección de la naturaleza de Dios es tan absoluta que no hay nada en ella que sea incompleta o defectuosa, ni nada pueda serle añadida o mejorarla.
Sólo Él es originalmente bueno, en sí mismo; las criaturas pueden ser buenas sólo por la participación y comunicación que viene de Dios. Él es bueno esencialmente, y no sólo bueno, sino la bondad misma; la bondad de la criatura es sólo una cualidad sobre añadida, mientras que en Dios es su misma esencia.
Él es infinitamente bueno; la bondad en la criatura es como una gota, en Dios es como un océano infinito. Él es bueno eterna e inmutablemente, porque no puede ser menos bueno de lo que es. En Dios no cabe la adición ni la substracción. Dios es “summum bonum”, el sumo bien.
Dios es, no sólo el más grande de todos los seres sino también el mejor. Todo el bien que puede haber en una criatura le ha sido impartido por el creador, pero la bondad es propia en Dios porque es la esencia de su naturaleza eterna. Dios era eternamente bueno antes de que hubiera ninguna manifestación de su gracia, y antes de que existiera ninguna criatura a la cual impartirla o con la cual ejercitarla, del mismo modo que era infinito en poder desde toda la eternidad, antes de que hubiera uso de su omnipotencia.
De ahí que la primera manifestación de su perfección divina fuera dar el ser a todas las cosas. “Bueno eres tú, y bienhechor” (Sal. 119,68). Dios tiene, en sí mismo, un tesoro infinito e inagotable de bendición que es suficiente para llenarlo todo.
Todo lo que emana de Dios -sus decretos, sus leyes, su providencia, la creación- no puede ser sino bueno, como está escrito: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Gén. 1; 31). Así, que, la bondad de Dios se revela, en primer lugar, en la creación. Cuando más detenidamente estudiamos a la criatura, más evidente es la bondad de Dios.
Tomemos al hombre, la suprema entre las criaturas terrestres, como ejemplo. Todo, en la Escritura de nuestros cuerpos, atestigua la bondad de su Creador. ¡Cuán adecuadas son las manos para llevar a cabo su trabajo! ¡Cuán benévolo al proveer de párpados y cejas a los ojos para su protección! Y así podríamos seguir indefinidamente.
Sin embargo, la bondad del creador no se limita al hombre, sino que es ejercitada para con todas las criaturas. “Los ojos de todos esperan en ti, y Tú les das su comida en su tiempo. Abres tu mano, y colmas de bendición a todo viviente” (Sal. 145; 15,16). Podrían escribirse volúmenes enteros, -más de los que ya se han escrito- para ampliar esta verdad.
Dios ha hecho abundante provisión para suplir las necesidades de los pájaros del aire, los animales del bosque y los peces del mar. “El da mantenimiento a toda carne, porque para siempre es su misericordia” (Sal. 33:5). Verdaderamente, “de la misericordia de Jehová está llena la Tierra” (Sal. 136:25).
La bondad de Dios es notoria en la variedad de placeres naturales que ha provisto para sus criaturas. Dios podía haberse contentado satisfaciendo nuestra hambre sin que la comida fuera agradable a nuestro paladar. ¡Qué evidente es su bondad en la variedad de gustos que ha dado a la carne, las verduras y las frutas! Dios nos ha dado, no sólo los sentidos, sino también aquello que lo satisface; y esto, también, revela su bondad.
La tierra podía haber sido igualmente fértil sin que su superficie fuera tan satisfactoriamente variada. Nuestra vida física podría haberse mantenido sin las flores hermosas que regalan nuestra vista y que exhalan dulces perfumes. Podríamos haber andado sin que los oídos nos trajeran la música de los pájaros. ¿De dónde proviene, pues, esta hermosura, este encanto tan generosamente vertido sobre la faz de la naturaleza? Verdaderamente, “las misericordias de Jehová sobre todas sus obras” (Sal. 145:9).
La bondad de Dios se manifiesta en el hecho de que, cuando el hombre quebrantó la ley de su creador, no comenzó en seguida una dispensación de pura ira. Dios podía muy bien haber privado a las criaturas caídas de toda bendición, consuelo y placer. En lugar de hacerlo así, introdujo un régimen mixto, de misericordia y de juicio.
Si consideramos debidamente este hecho, notaremos qué maravilloso es; y cuando más detenidamente lo estudiemos, más claramente aparecerá que “la misericordia triunfa sobre el juicio” (Stg. 2; 13). A pesar de todos los males que acompañan nuestro estado caído, la balanza del bien prevalece grandemente. Con relativamente raras excepciones, los hombres y mujeres conocen muchísimos más días de buena salud que de enfermedad y dolor. En la creación hay mucha más felicidad que desdicha. Incluso para nuestras penas hay considerable alivio, y Dios ha dado a la mente humana una flexibilidad que le permite adaptarse a las circunstancias y sacar el mejor provecho posible de ellas.
La bondad de Dios no puede ser puesta en entredicho porque haya sufrimiento y dolor en el mundo. Si el hombre peca contra la bondad de Dios, si menosprecia las riquezas de su benignidad, y paciencia, y longanimidad, y después, por su dureza y por su corazón no arrepentido, atesora para sí ira para el día de la ira (Rom. 2:4,5), ¿a quién puede culpar si no a sí mismo?
Si Dios no castigara a los que hacen mal uso de sus bendiciones, abusan de su benevolencia y pisotean sus misericordias, ¿sería El “bueno”? Cuando Dios libre la tierra de los que han quebrantado sus leyes, desafiando su autoridad, escarnecido a sus mensajeros, despreciado a su Hijo y perseguido a aquellos por los que Cristo murió, la bondad de Dios no sufrirá, sino que, por el contrario, ello será el ejemplo más brillante de la misma.
La bondad de Dios apareció más gloriosa que nunca cuando “envió a su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito a la ley, para que redimiese a los que estaban debajo de la ley, a fin de qué recibiésemos la adopción de hijos” (Gál. 4:4,5). Fue entonces cuando una multitud de las huestes celestes alabó a su Creador y dijo: “Gloria en las alturas a Dios y en la tierra paz, Buena voluntad para con los hombres” (Luc. 2:14).
Sí, en el Evangelio, “la gracia (en el original griego “bondad”) de Dios que trae salvación a todos los hombres, se manifestó” (Tito 2:11). Tampoco la bondad de Dios puede ser puesta en entredicho porque no hiciera objeto de su gracia redentora a todas las criaturas pecadoras. Tampoco lo hizo así con los ángeles caídos.
Si Dios hubiera dejado que todos perecieran, ello no se hubiera reflejado en su bondad. Al que discuta tal afirmación le recordamos la soberana prerrogativa de nuestro Señor: “¿No me es lícito a mí hacer lo que quiero con lo mío? o ¿es malo tu ojo, porque yo soy bueno” (Mat.. 20:15).
“Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Sal. 107:8). La gratitud es la respuesta justamente requerida de los que son objeto de su benevolencia; pero, porque su bondad es tan constante y abundante, a nuestro gran Benefactor le es negada a menudo esta gratitud.
Es tenida en poca estima porque es ejercida hacia nosotros en el curso normal de los eventos. No es sentida porque la experimentamos diariamente. “¿Menosprecias las riquezas de su benignidad?” (Rom. 2:4). Su bondad es “menospreciada” cuando no es perfeccionada como medio de llevar a los hombres al arrepentimiento, sino que, por el contrario, sirve para endurecerlos al suponer que Dios pasa por alto su pecado.
La bondad de Dios es la esencia de la confianza del creyente. Esta excelencia de Dios es la que más apela a nuestros corazones. Su bondad permanece para siempre, y, por ello nunca deberíamos desanimarnos: “Bueno es Jehová para fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían” (Nah. 1:7).
Cuando otros se portan mal con nosotros, ello debería llevarnos a dar gracias al Señor, porque él es bueno; y, cuando somos conscientes de estar lejos de ser buenos, deberíamos bendecirle más reverentemente, porque Él es bueno. No debemos permitirnos ni un momento de incredulidad acerca de la bondad de Dios; aunque todo lo demás sea puesto en duda, esto es absolutamente cierto: Jehová es bueno; sus privilegios pueden variar, pero su naturaleza es siempre la misma.


LA GRACIA DE DIOS por Arthur W. Pink

“Y si por gracia, luego no por las obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por las obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra”. (Rom. 11:6)
Esta perfección del carácter divino es ejercida sólo para con los elegidos. Ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento se menciona jamás la gracia de Dios en relación con el género humano en general, y mucho menos en relación con otras de sus criaturas. En esto se distingue de la “misericordia”, porque ésta es “sobre todas sus obras” (Sal. 145:9).
La gracia es la única fuente de la cual fluye la buena voluntad, el amor y la salvación de Dios para sus escogidos. Abraham Booth, en su libro “El Reino de la Gracia”, describe así este atributo del carácter divino: “Es el favor eterno y totalmente gratuito de Dios, manifestado en la concesión de bendiciones espirituales y eternas a las criaturas culpables e indignas”.
La gracia divina es el favor soberano y salvador de Dios, ejercido en la concesión de bendiciones a los que no tienen mérito propio, y por las cuales no se les exige compensación alguna. Más aún; es el favor que Dios muestra a aquellos que, no sólo no tienen méritos en sí mismos, sino que, además, merecen el mal y el infierno.
Es completamente inmerecida, y nada que pueda haber en aquellos a quienes se otorga puede lograrla. La gracia no puede ser comprada, lograda ni ganada por la criatura. Si lo pudiera ser, dejaría de ser gracia. Cuando se dice de una cosa que es de “gracia”, se quiere decir que el que la recibe no tiene derecho alguno sobre ella, que no se le adeudaba. Le llega como simple caridad, y, al principio, no la pidió ni la deseó.
La exposición más completa que existe de la asombrosa gracia de Dios se halla en las epístolas del apóstol Pablo. En sus escritos, la gracia se muestra en directo contraste con las obras y méritos, todas las obras y méritos, de cualquier clase o grado que sean. Esto aparece claro y concluyente en Rom. 11:6: “Y si por gracia, luego no por las obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por las obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra”.
La gracia y las obras no pueden mezclarse, como tampoco pueden la luz con las tinieblas “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efe. 2:8,9). El favor absoluto de Dios no es compatible con el mérito humano; ello sería tan imposible como mezclar el agua y el aceite: veamos Rom. 4:4,5. “Al que obra, no se le considera el salario como gracia, sino como obligación. Pero al que no obra, sino que cree en aquel que justifica al impío, se considera su fe como justicia.” La gracia divina tiene tres características principales.
En primer lugar, es eterna. Fue ideada antes de ser empleada, propuesta antes de ser impartida: “Que nos salvó y llamó con vocación santa, no conforme a nuestras obras, mas según el intento suyo y gracia, la cual nos es dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2Tim. 11:9).
En segundo lugar, es gratuita, ya que nadie jamás la adquirió: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia” (Rom. 3:4).
En tercer lugar es soberana, puesto que Dios la ejerce y la otorga a quien él quiere: “Para que… la gracia reine” (Rom. 5:21). Si la gracia “reina”, es que está en el trono, y el que ocupa el trono es soberano. De ahí “el trono de gracia” (Heb. 4:16).
La gracia, al ser un favor inmerecido, ha de ser concedida de una manera soberana. Por ello declara el Señor: “Tendré misericordia del que tendré misericordia” (Efe. 33:19). Si Dios mostrara su gracia para con todos los descendientes de Adán, éstos llegarían en seguida a la conclusión de que Dios estaba obligado a llevarles al cielo como compensación por haber permitido que la raza humana cayera en pecado. Pero el gran Dios no está obligado para con ninguna de sus criaturas, y mucho menos hacia las que le son rebeldes.
La vida eterna es una dádiva, y por, lo tanto, no puede conseguirse por las obras, ni reclamarse como un derecho. Si, pues, la salvación es una dádiva, ¿quién tiene derecho alguno para decir a Dios a quien debería concederla? Y no es que el bendito Dador niegue este don a quien lo busca con todo el corazón, y según las reglas que él ha prescrito. No, él no rechaza a nadie que vaya con manos vacías y por el camino que ha establecido.
Pero si Dios decide ejercer su derecho soberano de escoger de entre un mundo lleno de pecadores e incrédulos un número limitado para salvación, ¿quién puede sentirse perjudicado? ¿Está obligado Dios a dar por la fuerza su dádiva a aquellos que no la aprecian? ¿Está obligado a salvar a los que han resuelto seguir sus propios caminos?
Así y todo, nada hay que ponga más furioso al hombre natural y que más saque a la superficie su enemistad innata arraigada contra Dios, que el hacerle ver que su gracia es eterna, gratuita y absolutamente soberana. Para el corazón no quebrantado es demasiado humillante el aceptar que Dios formó su propósito desde la eternidad, sin consultar para nada a la criatura. Para el que se cree recto es demasiado duro el creer que la gracia no puede conseguirse ni ganarse por el propio esfuerzo.
Y el hecho de que la gracia separa a los que quiere para hacerles objeto de sus favores provoca las protestas acaloradas de los rebeldes orgullosos. El barro se levanta contra el Alfarero y pregunta: “¿Por qué me has hecho tal?” El rebelde desaforado se atreve a disputar la justicia de la soberanía divina.
La gracia distintiva de Dios se muestra al salvar a los que él, en su soberanía, ha separado para ser sus predilectos. Por “distintiva” entendemos la gracia que distingue, que hace diferencia, que escoge a algunos y pasa por alto a otros. Fue esta gracia la que sacó a Abraham de entre sus vecinos idólatras, e hizo de él “el amigo de Dios”.
Fue esta gracia la que salvó a “publicanos y pecadores”, y dijo de los fariseos religiosos “dejadlos” (Mat. 15:14). La gloria de la gracia gratuita y soberana de Dios brilla de manera visible más que en ninguna otra parte, en la indignidad y diversidad de los que la reciben. “La ley entró para agrandar la ofensa, pero en cuanto se agrandó el pecado, sobreabundó la gracia” Rom 5:20.
Manases fue un monstruo de crueldad porque pasó a su hijo por fuego y llenó a Jerusalén de sangre inocente, fue un maestro de iniquidad porque, no sólo multiplicó, y hasta extremos extravagantes, sus impiedades sacrílegas, sino que corrompió los principios y pervirtió las costumbres de sus súbditos, haciéndoles obrar peor que los idólatras paganos más detestables; véase 2Crónicas 33. Con todo, por esta gracia superabundante, fue humillado, fue regenerado, y vino a ser un hijo perdonado por amor, un heredero de la gloria inmortal.
“Consideremos el caso de Saulo, el perseguidor cruel y encarnizado que vomita amenazas, dispuesto a hacer una carnicería, acosando a las ovejas y matando a los discípulos de Jesús. La desolación que había causado y las familias que había arruinado no eran suficientes para calmar su espíritu vengativo.
Eran sólo como un sorbo que, lejos de saciar al sabueso, le hacía seguir el rastro más de cerca y suspirar más ardientemente por la destrucción. Estaba sediento de violencia y muerte. Tan ávida e insaciable era su sed que incluso respiraba amenazas y muerte (Hech. 9:1). Sus palabras eran como lanzas y flechas, y su lengua como espada afilada. Amenazar a los cristianos era para él natural como el respirar. En los propósitos de su corazón rencoroso no había sino deseo de exterminio. Y sólo la falta de más poder impedía que cada sílaba y cada aliento que salía de su boca no esparcieran más muerte, y no hiciera caer más discípulos inocentes. ¿Quién, según los principios de justicia humana, no le hubiera declarado vaso de ira preparado para una condenación inevitable?
Más aún: ¿quién no hubiera llegado a la conclusión de que, para este enemigo implacable de la verdadera santidad, estaban reservadas forzosamente las cadenas más pesadas y la mazmorra más oscura y angustiosa? Con todo, admiremos y adoremos los tesoros insondables de la gracia; este Saulo fue admitido en la compañía bendita de los profetas, fue contado entre el noble ejército de los mártires, y llegó a ser figura destacada entre la gloriosa comunión de los apóstoles.
Veamos otro ejemplo: “La maldad de los corintios era proverbial. Algunos de ellos se revolcaban en el cieno de vicios tan abominables, y estaban acostumbrados a actos de injusticia tan violentos, que eran reprochables incluso para la naturaleza humana. Con todo, aun estos hijos de violencia, estos esclavos de la sensualidad, fueron lavados, santificados y justificados (1Cor. 6:9-11). “Lavados” en la preciosa sangre del Redentor; “santificados” por la operación poderosa del Espíritu bendito; “justificados” por las misericordias infinitas y tiernas del buen Dios. Los que en otro tiempo eran aflicción de la tierra, fueron hechos la gloria del cielo, la delicia de los ángeles.”
La gracia de Dios se manifiesta en el Señor Jesucristo, por él y a través de él. “Porque la ley por Moisés fue dada; más la gracia y la verdad por Jesucristo fue hecha” (Juan 1:17). Ello no quiere decir que Dios hubiera actuado sin gracia para con nadie antes de que su Hijo se encarnara; Génesis 6:8, Éxodo 33:19, etc., muestran claramente lo contrario. Pero la gracia y la verdad fueron reveladas plenamente y declaradas perfectamente cuando el Redentor vino a esta tierra, y murió por los suyos en la cruz.
La gracia de Dios fluye para sus elegidos sólo a través de Cristo el Mediador. “Mucho más abundó la gracia de Dios a los muchos, y el don por la gracia de un hombre, Jesucristo… mucho más reinarán en vida por Jesucristo los que reciben la abundancia de la gracia, y del don de la justicia… la gracia reine por la justicia para vida eterna por Jesucristo Señor nuestro” (Rom. 5:15-17,21).
La gracia de Dios es proclamada en el Evangelio (Hech. 20:24), que es “piedra de tropiezo” para el judío que se cree justo, y “locura” para el griego vano y filósofo. ¿Cuál es la razón? La de que en el Evangelio no hay nada en absoluto que halague el orgullo del hombre. Anuncia que no podemos ser salvos si no es por gracia. Declara que, fuera de Cristo, don inefable de la gracia de Dios, la situación de todo hombre es terrible, irremediable, sin esperanza. El evangelio habla a los hombres como a criminales culpables, condenados y muertos. Declara que el más honesto de los moralistas está en la misma terrible condición que el más voluptuoso libertino; que el religioso más vehemente, con todas sus obras, no está en mejor situación que el infiel más profano.
El Evangelio considera a todo descendiente de Adán como pecador caído, contaminado, merecedor del infierno y desamparado. La gracia que anuncia es su única esperanza. Todos aparecen delante de Dios convictos de trasgresión de su santa ley, y, por lo tanto, como criminales culpables y condenados; no esperando a que se dicte la sentencia, sino aguardando la ejecución de la sentencia dictada ya contra ellos (Juan 3:18).
Quejarse de la parcialidad de la gracia es suicida. Si el pecador persiste en valerse de su propia justicia, su porción eterna será en el lago de fuego. Su única esperanza consiste en inclinarse a la sentencia que la justicia divina ha dictado contra él, reconocer la absoluta rectitud de la misma, abandonarse a la misericordia de Dios, y presentar las manos vacías para asirse de la gracia de Dios que el Evangelio le presenta. La tercera Persona de la divinidad es el comunicador de la gracia, por lo cual se le denomina el “Espíritu de gracia” (Zac. 12:10).
Dios Padre es la fuente de toda gracia, porque designó el pacto eterno de redención. Dios Hijo es el único canal de la gracia. El Evangelio es el promulgador de la gracia. El Espíritu es dador o aplicador. Él es quien aplica el Evangelio con poder salvador al alma: vivificando a los elegidos cuando todavía están muertos, conquistando sus voluntades rebeldes, ablandando sus corazones duros, abriendo sus ojos enceguecidos, limpiándoles de la lepra del pecado.
De ahí que podamos decir, como G.S. Bishop: “La gracia es la provisión para hombres que están tan caídos que no pueden levantar el hacha de justicia, tan corrompidos que no pueden cambiar sus propias naturalezas, tan opuestos a Dios que no pueden volverse a él, tan ciegos que no le pueden ver, tan sordos que no le pueden oír, tan muertos que él mismo ha de abrir sus tumbas y levantarlos a la resurrección”.

EL NUEVO DIOS DE LA IGLESIA "EL IGLECRECIMIENTO" por Luis Enrique Alvarado



Tristemente podemos ver como la Iglesia se ah ido detrás de este nuevo dios y se que esto va a causar molestia en algunos de ustedes tal vez pero esa no es mi intensión sino mas bien el que podamos ver como ha venido este dios a sustituir al Único y Verdadero Dios dentro de nuestras amadas iglesias.


Con el AFÁN de hacer crecer la membresía (vea la motivación) no les importa sacrificar los principios del evangelio y aun peor ahora se corre tras cualquier método que haga crecer a la iglesia aun cuando este no sea cristiano.

Buscamos solamente el crecimiento de la membrecsa y no el crecimiento espiritual del creyente, nos importan los números ya que esos números me traerán una bendición económica y es que estamos tan relacionados con el concepto de ÉXITO que creemos que el numero de nuestra congregación es el símbolo de éxito en nuestro ministerio, vemos una congregación pequeña y los vemos como fracasados.

Cualquier sistema de Iglecrecimiento cualquiera que este sea no es mas que el esfuerzo del hombre por querer hacer crecer a la iglesia, cualquiera que este sea, entonces usted me preguntara, ¿no es la voluntad de Dios que la Iglesia crezca? La respuesta querido lector se la daré con otra pregunta, ¿usted se preocupa y hace todo lo posible para que sus hijos crezcan rápidamente?

En el libro de Hechos leemos esto:Hechos 2:47

alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.
Era el Señor añadía quien cada día a la iglesia los que habían de ser salvos, era El y no un método, tal vez me digan bueno el método que usaron fue el evangelismo, y es cierto ellos predicaban donde quiera que iban el evangelio solo que NUNCA fue un fin, ellos predicaban porque querían que todos supieran lo que había pasado, con Cristo Jesús y no para que aumentara la membrecía.
Otra diferencia muy grande que vemos es que los que se añadían a la iglesia no solo se despojaban de sus posesiones sino que los líderes, repartían PAREJO las bendiciones.

Hechos 2:45


y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. 
No se lo quedaban como muchos el día de hoy lo hacen, ponen como pretexto este texto y no lo terminan, solo les dicen que donen sus casas, terrenos, carros, etc como la primera iglesia pero la diferencia es que la primera Iglesia REPARTÍA a cada uno según sus necesidades, no se quedaba en un grupito la bendición ni en la familia en particular sino se pasaba en todos.Hay que preocuparnos por el crecimiento si, pero por el crecimiento espiritual de cada miembro, queriendo abarcar o ganar mas gente descuidamos la vida espiritual de los que tenemos.

Por eso ese termino de CÉLULA a mi en particular me desagrada, si se ponen a analizar el fin de la CÉLULA es el crecimiento de la IGLESIA mas el termino que usábamos antes de DISCIPULADO o CLUB BÍBLICO su fin era solamente el crecimiento espiritual del creyente.
No se preocupaban por un crecimiento de 12 o más, solamente era para que los que no podían ir hasta la iglesia fueran edificados o siguieran con el crecimiento en su vida. 
Que gran diferencia, mientras unos antes buscábamos el crecimiento espiritual del creyente ahora solo buscamos el crecimiento en la membrecía.

Antes de multiplicarnos hay que estar firmes en las verdades del evangelio, que será nuestro mismo Dios quien traerá a la iglesia los que serán salvos mediante la predicación de su palabra y del evangelismo bíblico.

¿Quieres muchos? ¿Somos fieles con los pocos? 

Dios bendiga sus vidas.

CONFERENCIA FUEGO EXTRAÑO 2013


Del 16 al 18 de octubre de 2013, se llevó a cabo la conferencia “fuego extraño” de Grace To You de Truth Matters – en que se llevó a cabo un análisis de las doctrinas, alegatos y prácticas del movimiento carismático moderno y afirma la verdadera Persona y ministerio del Espíritu Santo. 
El Dr. John MacArthur enseña sobre el Espíritu Santo y muestra algunas acciones del movimiento carismático que deshonran a Dios.
Cuando Nadab y Abiú ofrecieron un “extraño fuego” al Señor (Levítico 10.1-3), cuando los fariseos le atribuyeron la obra del Espíritu a Satanás (Mateo 12.22-37) y cuando Ananías y Safira mintieron al Espíritu Santo (Hechos de los Apóstoles 5.1-6), cada una de estas acciones constituyó una ofensa que produjo graves consecuencias, incluso la muerte. La Biblia es clara en que ofender al Espíritu Santo no es una cosa ligera. Sin embargo, miles de personas lo hacen todos los días. El movimiento carismático, con más de quinientos millones de miembros en todo el mundo, es el movimiento religioso de más rápido crecimiento a nivel mundial. Atrevidamente llena el nombre del Espíritu Santo con adoraciones que no van de la mano con la Biblia como ladridos, saltos, risas a carcajadas, estados de trance, revelaciones sin base en la Escrituras, formas de hablar incomprensibles, profecías erráticas y sanaciones sin efecto. Para las multitudes desorientadas, estas son obras del Espíritu Santo, pero en realidad no son obra de Dios en lo absoluto.
Fuego extraño ofrece un mensaje bíblico para corregir lo que ha estado errado, ayudar a los creyentes a distinguir la adoración verdadera y liberar a aquellos que se han dejado llevar por una falsa adoración. A través de una profunda exégesis, un planteamiento del contexto histórico del movimiento carismático y una guía pastoral, este material reivindica el verdadero poder y el significado del Espíritu Santo para los evangélicos y reprueba a quienes dentro del movimiento carismático tientan la ira de Dios con fuego extraño.
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1. Fuego extraño (John MacArthur)
2.  Una sanación más profunda (Joni Eareckson Tada)
3.  Subestimando al día de pentecostés (R.C. Sproul)
4.  La crítica de calvino a los calvinistas carismáticos (Steve Lawson)
5. La importación Africana del caos carismático (Conrad Mbewe)
6.  Examinando los espíritus (John MacArthur)
7.  Argumentos a favor del cesacionismo (Tom Pennington)
8.  ¿El Señor hablo? Evaluando el don moderno de la profecía (Nathan Busenitz)
9. ¿Descartando lo carismático, también anulamos algo bueno? (Phil Johnson)
B.  Fuego extraño, preguntas y respuestas, sesión 1 (Panel)
C.  El compromiso puritano a la “sola scriptura”
D. ¿Somos predicadores o curanderos? (Conrad Mbewe)
F. La providencia es extraordinaria (Phil Johnson)
H.  Fuego extraño, preguntas y respuestas, sesión 2 (Panel)
I.  Una súplica a amigos carismáticos
J.  Una súplica a impostores carismáticos


Puede duplicar y distribuir los mensajes de audio del Pastor John MacArthur, en la adaptación y predicación del Pastor Henry Tolopilo, en formato de CD y MP3 sin autorización previa, siempre y cuando siga las siguientes restricciones.
  1. Puede duplicar y distribuir únicamente las versiones completas de los mensajes.
  2. No puede editar el contenido en manera alguna.
  3. No puede cobrar por el material (ni siquiera para recuperar sus costos).
  4. No puede incluir información de contacto personal u organizacional en ninguno de los CDs.
  5. No puede usar o reproducir el logo de Gracia a Vosotros para ningún propósito.

Tomado del sitio: http://www.gracia.org/