Max I. Dimont, autor del libro «JEWS, GOD AND HISTORY» (Los Judíos, Dios y la Historia), afirmó que «la historia de los judíos askenazi es esencialmente la historia del Judaismo asentado al Este del Rhin a partir del siglo XV». ¿Y de dónde procede este grupo humano? De los Jázaros.Dimont relata la conversación de los Jázaros (o Kázaros) al Judaismo y explica cómo el poeta hebreo Judá Haleví de Toledo escribió, en el año 1075, un poema filosófico que celebraba la conversión de los Jázaros al judaísmo. El poeta dice que la temática de su obra se la dio «un fantástico episodio en la historia del pueblo judío, tan extraordinario que lo tildaríamos de fábula si no fuera por lo bien probado y comprobado que está».
Dimont prosigue y nos cuenta la
derrota de los Jázaros en el 969, cuando su territorio fue
incorporado al nuevo Estado ruso que
nacía entonces. No nos conduce, sin embargo,
más allá. No obstante, reconoce que
el Judaísmo askenazi es el asentado al Este del Rhin a partir del siglo
XV.
JÁZAROS, ASKENAZIS Y
JUDÍOS
J. Graetz
escribió una historia de los judíos tenida durante muchos
años como una autoridad en
la materia. Graetz también nos informa del hecho histórico de los
Jázaros convertidos al judaismo y la subsiguiente leyenda de que
eran descendientes de las diez tribus
perdidas. Escribe Graetz: «Es muy
posible que las circunstancias que llevaron
a los Jázaros a abrazar la religión judía hayan sido embellecidas por
la leyenda, pero el hecho mismo de
la conversión se halla
definitivamente probado en todos los
puntos, y ello hasta
tal grado de certeza que no
podemos permitimos dudar de ello. La
conversión de los Jázaros a!
judaismo es un hecho histórico
perfectamente demostrado. Primero fueron los nobles del reino y
poco a poco loa
habitantes de las ciudades jazaras
acabaron haciéndose judíos. Durante bastante
tiempo los judíos de otras partes del mundo —tan incomunicado
en aquella época— no tuvieron conocimiento
de la conversión de este
poderoso reino al judaismo, y
cuando los primeros rumores llegaron al resto de la
judería mundial comenzaron a
formular la leyenda de que Jazaria era la tierra del
remanente de las diez tribus».
(J. Graetz. HISTORY OF
THE JEWS, Jewish Publication Society,
Philadelphia, Pa., 1902, pp. 140-141).
«No hay tal cosa como una raza
judía (Enciclopedia Británica)»
Solomon Grayzel,
otro autor que escribió para la
Sociedad Judía de Publicaciones en
América, afirma de los Jázaros
que su historia es básicamente «el relato de la
extensión del Judaísmo en aquellos
siglos», extensión del Judaismo como religión y penetrando en otra cultura no
hebrea (S. Grayzel,
A HISTORY OF THE JEWS. Jewish P.
Society, Ph., 1947, pp. 280-281).
¿EXITE
TAL COSA COMO UNA RAZA JUDIA?
La respuesta parece ser negativa
si escuchamos los datos
históricos y científicos de la
investigación más seria.
Los aficionados a la
«Esca-tología ficción» no prestan atención a
estos hechos históricos; probablemente los desconocen.
Pero los hechos
son los hechos y no podemos soslayarlos.
La inmensa
mayoría de judíos en el mundo moderno
es askenazi;, y esto significa que,
independientemente de sus diversas nacionalidades
actuales, el origen de la mayor parte
de ellos es Jázaro, no semita.
Calcular la
exacta proporción de sangre Jázara en todos los
askenazi a la manera como los esbirros de Hitler querían detectar
la pureza de la raza aria,
sería absurdo. Pero los entendidos
afirman que, si no todos los askenazis,
la inmensa mayoría de ellos son
de origen Jázaro. El trasfondo histórico señalado
por todos los investigadores de las migraciones
judías apunta en esta dirección
inequívoca. Los
descendientes de aquellos Jázaros
convertidos a la religión judia
—pero no de raza semita—, se
hallan incluidos actualmente en los
askenazi de hoy. Añádase a ello el constante cruce con otras
razas y pueblos por medio de
matrimonios y mezclas de sangres.
Nadie puede decir que los askenazi — la mayoría del Judaismo mundial en la
actualidad— son verdaderos
descendientes de los hijos del Israel bíblico.
De
ahí la afirmación
de la «Enciclopedia Británica»;
«No hay tal cosa como una raza judía». En esta«Enciclopedia»
aprendemos que «los hallazgos de
la antropología física demuestran que,
contrariamente a lo que es la opinión
popular, no hay tal cosa como una raza judía («there is no
Jewish race»).Las
mediciones antropométricas de
los diferentes grupos judíos en
muchas partes del mundo
indican que difieren
grandemente unos de otros con
respecto a todas las
características físicas
importantes».Toda esta sección debería
ser objeto de estudio para cuantos
se interesan por los judíos como
raza, especialmente los que creen que lo
que hoy se llama «pueblo
judío» en el mundo constituye una verdadera
«raza judía».
La Enciclopedia afirma más
adelante:
«la única raza con la que los
judíos no han alcanzado un alto
grado de asimilación es la nórdica». ENCYCLOPEDIA
BRITTANICA (1973), vol. 12, p. 1054.
Max I. Dimont
en «JEWS, GOD AND HISTORY» escribió: «Tal
vez más de un tercio de los judíos de Italia no sen
descendientes de Abraham ni de Moisés, sino de Rómulo y
Rémulo. Sus antepasados fueron paganos que
se convirtieron al judaismo
en el primer siglo de
nuestra era. Y la historiafue idéntica en
las Galias y en Alemania».
En la misma línea, Camille Honig,
un erudito judío que ha estudiado los tipos y
las comunidades judías en cinco
continentes, decía: «es del todo absurdo… así como
anticientífico, el hablar de una raza judía. La verdad es que
los judíos, hoy, no pertenecen a
ningún grupo homogéneo ni singular».
Y el antropólogo Dr.
Asheley Montague afirma que los
«judíos provienen
de orígenes probablemente más
heterogéneos que ningún otro grupo identificable
en el mundo».
EL TESTIMONIO DE UN GRAN
ESCRITOR: A. KOESTLER
Arthur Koestier, autor de
numerosas obras entre las que descata EL CERO Y EL
INFINITO, escribió en relación con
nuestro tema un interesante
libro titulado THE THIRTEENTH
TRIBE, (Random House, 1976).
No olvidemos que Koestier era
judío. Su testimonio tiene, pues, un doble valor.
«El problema es en relación con
la suerte de los judíos Jázaros después de la destrucción de su imperio entre
los siglos XII y XIII. Las fuentes son
escasas, pero tenemos noticias
de varios
asentamientos Jázaros en
Crimea, Ucrania, Hungría, Polonia y Lituania en la Edad
Media. El cuadro global que nos ofece este conjunto de datos fragmentarios de
información es el de una migración de tribus Jázaras a estas
regiones del Este
europeo,principalmente de comunidades establecidas en Rusia y en Polonia.
La verdad es que en los comienzos de la Edad Media, la mayor
concentración de judíos se
encontraba en dichos países.
Esto ha llevado a muchos
historiadores a tener que conjeturar que
una parte sustancial —y tal la
mayoría de los
judíos del Este europeo,
y de ahí de la
judería mundial— podría ser de origen Jázaro y no semítico» (pp. 15-16).
El libro de Koestier está
documentado con gran cantidad
de datos sacados de fuentes
históricas serias y valiosas. Koestler nos informa de la derrota de los Jázaros
frente a los rusos en el 965, pero nos
documenta igualmente el hecho de que los judíos
Jázaros, a pesar
de la derrota,
mantuvieron cierta independencia y
conservaron intacta la religión judía. Tenemos
datos en este sentido que llegan
hasta el siglo
XIII. Fue entonces cuando comenzaron a
emigrar a las tierras eslavas.
El proceso de
disolución en el seno de estos pueblos
eslavos y la posterior asimilación de sus elementos humanos
y culturales fue continuo. Y
así nacieron los grandes centros judíos del Este de
Europa.
Los
asentamientos Jázaros en Ucrania y otras regiones
del sur de Rusia sobrevivieron hasta el
día de hoy. Aunque grandes masas emigraron hacia
Hungría y Polonia, quedaron importantes comunidades en
Crimea y en el
Caúcaso. Si bien, asegura Koestler, la mayoría de
judíos Jázaros fueron
principalmente a Polonia y a Lituania. Tanto es así que al
llegar a los siglos XVI y XVII, del millón de
judíos que se contaba entonces
en el mundo, la mayoría de ellos se encontraba en
Polonia, Lituania y los
Balcanes. Con el tiempo, esta
gran comunidad judía oriental se convirtió en la
mayoría de los judíos de todo el mundo. Historiadores y
eruditos polacos concuerdan con Koestler en que estos asentamientos en Polonia
y en el resto de la Europa del Este, fueron
fundados por gente de religión judía
procedente de los antiguos dominios Jázaros y de Rusia.
De
acuerdo con Koestler es
equivocada la idea de que los judíos
del occidente europeo emigraron a la Europa
oriental, y que esta emigración explicaría el gran
número de judíos que encontramos luego en
el Este de Europa. Para contrarrestar esta equivocada
tradición, Koestler aporta estos hechos: la mayoría de los judíos
españoles —sefardís— expulsados de la Península Ibérica a finales del
siglo XV, acosados por la
Inquisición, fueron en su mayoría a
Inglaterra y Francia. Cuando luego fueron también expulsados de Inglaterra,
no eran más de 2.500. En cuanto a Francia, ningún historiador ha podido
documentar que los judíos franceses o residentes
en este país hayan huido nunca a Polonia. Las comunidades
judías del Rhin, en Alemania, eran muy
pequeñas; escasamente superiores a las juderías
inglesas. En su
casi totalidad desaparecieron por exterminio,
o por suicidio. Estos son los datos históricos y de ahí
que Koestler no admita la tradición
sin comprobación de una
supuesta migración masiva de
los judíos alemanes a Polonia.
Dicha tradición pudo prosperar
debido al poco conocimiento que se tenía de
la historia de los
Jázaros en aquel entonces. Los
historiadores judíos no podían encontrar
una explicación satisfactoria para
la «gran concentración sin
precedentes de judíos en el
este europeo» y así
imaginaron que procedían de Alemania.
Pero Koestler subraya que no hay ninguna
fuente histórica seria que muestre ninguna migración desde
el Rhin hasta Polonia.
Los pocos judíos que quedaron
en la Europa Occidental fueron
diezmados por las terribles plagas medievales de la Peste
negra, sobre todo entre 1348 y 1350.
Fueron años espantosos
para las colonias judías que no
sólo sufrieron estas plagas sino que fueron
asoladas además bajo la acusación de haber
envenenado los pozos.
El punto central del argumento;
de Koestler es evidente: La mayor parte de
quienes constituían esta gran concentración
de judíos en Polonia y en el Este de Europa tenía que ser de
origen Jazaro, mezclados con
los pocos judíos semitas de la zona.
Alrededor
del año 1648 esta
concentración de judíos Jázaros comenzó a trasladarse, en parte, hacia el
Occidente: en dirección a Bohemia, Hungría, Rumania y
Alemania. Y así continuaron
establecidos en estas tierras durante casi
tres siglos, hasta la Segunda Guerra Mundial. Esta mezcla de Jázaros
y Eslavos en la Europa central y
oriental que constituía el mayor número de judíos en el mundo
«se convirtió en la fuente principal de as comunidades judías existentes hoy
en el mundo, especialmente las de Europa,
Estados Unidos y el Estado de Israel,
concluye Koestler. (Arthur Koestler,
The THIR-TEENTH TRIBE, Random
House 1976).
No
olvidemos que Koestier era
judío. Su testimonio tiene, pues, un doble valor.
«El problema es en relación con
la suerte de los judíos Jázaros después de la destrucción de su imperio entre
los siglos XII y XIII. Las fuentes son
escasas, pero tenemos noticias
de varios
asentamientos Jázaros en
Crimea, Ucrania, Hungría, Polonia y Lituania en la Edad
Media. El cuadro global que nos ofrece este conjunto de datos fragmentarios de
información es el de una migración de tribus Jázaras a estas
regiones del Este
europeo,principalmente de comunidades establecidas en Rusia y
en Polonia. La verdad es que en los comienzos de la Edad Media,
la mayor concentración de judíos
se encontraba en dichos países.
Esto ha llevado a muchos
historiadores a tener que conjeturar que
una parte sustancial —y tal la
mayoría de los
judíos del Este europeo,
y de ahí de la
judería mundial— podría ser de origen Jázaro y no semítico» (pp. 15-16).
El
libro de
Koestier está documentado
con gran cantidad de datos sacados
de fuentes históricas serias y valiosas. Koestler nos
informa de la derrota de los Jázaros frente a los rusos en el
965, pero nos documenta igualmente el hecho de que los judíos
Jázaros, a pesar
de la derrota,
mantuvieron cierta independencia y
conservaron intacta la religión judía. Tenemos
datos en este sentido que llegan
hasta el siglo
XIII. Fue entonces cuando comenzaron
a emigrar a las tierras
eslavas. El proceso de disolución en
el seno de estos pueblos eslavos y la
posterior asimilación de sus elementos humanos y
culturales fue continuo. Y así
nacieron los grandes centros judíos del Este de Europa.
Los
asentamientos Jázaros en
Ucrania y otras regiones del sur de
Rusia sobrevivieron hasta el día de
hoy. Aunque
grandes masas
emigraron hacia Hungría y Polonia, quedaron importantes
comunidades en Crimea y en el
Caúcaso. Si bien, asegura Koestler, la
mayoría de judíos Jázaros fueron
principalmente a Polonia y a Lituania. Tanto es así que al llegar a
los siglos XVI y XVII, del millón de judíos
que se contaba entonces en el
mundo, la mayoría de ellos se
encontraba en Polonia, Lituania y los
Balcanes. Con el tiempo, esta
gran comunidad judía oriental se convirtió en la
mayoría de los judíos de todo
el mundo. Historiadores y eruditos polacos
concuerdan con Koestler en que estos asentamientos en Polonia y en el resto
de la Europa del Este, fueron fundados por
gente de religión judía procedente de los
antiguos dominios Jázaros y de Rusia.
Alrededor
del año 1648 esta
concentración de
judíos Jázaros comenzó a trasladarse, en parte, hacia el
Occidente: en dirección a Bohemia, Hungría, Rumania y
Alemania. Y así continuaron
establecidos en estas tierras durante casi
tres siglos, hasta la Segunda Guerra Mundial. Esta mezcla de
Jázaros y Eslavos en la Europa central
y oriental que constituía el mayor número de judíos en
el mundo «se convirtió en la fuente principal de las comunidades judías
existentes hoy en el mundo, especialmente las de
Europa, Estados Unidos y el Estado de
Israel, concluye Koestler. (Arthur Koestler, The
THIR-TEENTH TRIBE, Random House 1976).
Los
argumentos aportados por Koestler son los
mismos que manejan los historiadores para fundamentar su
creencia de que la inmensa mayoría de judíos, hoy en el
mundo, no son en absoluto
descendientes del antiguo Israel bíblico
sino que provienen del antiguo reino Jázaro
del Cáucaso. Se les conoce como «judíos Askenazi»
(«askenazi» significa oriundo de Alemania en hebreo)
por causa de la errónea tradición que
los imaginaba venidos de tierras germánicas.
De manera que,
salvo el pequeño grupo de judíos españoles
(sefardís) que emigraron en 1492 a Italia,
el norte de África, Turquía y otras tierras del Asia Menor, todos los otros
judíos que hay en el mundo son de
origen Jázaro y no semita.
De manera que,
salvo el pequeño grupo de judíos españoles
(sefardís) que emigraron en 1492 a Italia,
el norte de África, Turquía y otras tierras del Asia Menor, todos los otros
judíos que hay en el mundo son de
origen Jázaro y no semita.
LA RAZA JUDIA, UNA ETNIA
DILUIDA
Parece probado
para los autores más serios que no existe tal cosa como una
raza judía en la actualidad, o lo que
es igual: un Israel étnico. Los avalares
de la historia, a lo largo de dos milenios,
han diluido la «pureza de sangre» hebrea. Exactamente como ha
ocurrido con tantos otros pueblos.
Pero, lejos de ser una desgracia,
la mezcla de razas ha
resultado una ventaja y una bendición
en múltiples sentidos. El sólo hecho de
desmentir las tesis racistas
que tanto daño causaron al
pueblo llamado judío, sería suficiente
para considerar positivamente estos
fenómenos de dilución progresiva de unas
razas en otras.
Los
grupos humanos que hoy quieren
llevar el nombre de «judíos» deben aferrarse a lo
cultural y no a lo étnico. Afortunadamente.
Lo que sufrieron en su propia carne de manos del
nazismo racista,
ignorante y criminal constituye
una advertencia bastante clara.
Sería muy
lamentable y contradictorio, que quienes
sufrieron tanto del racismo, se volvieran ahora
ellos racistas. Esto les llevaría a las
incoherencias y contradicciones más
absurdas. Porque
por
un lado denuncian
el carácter anticientífico de las teorías racistas en
cuyo nombre fueron sacrificadas inhumanamente 6
millones de personas hace poco más de
40 años. Pero por
otro lado, paradójicamente, se
aferran a tesis racistas, a la
hipotética «pureza de sangre
hebrea», para identificarse
anticientíficamente. Una actitud más que esperpéntica,
trágica.
La condición de
«judío» es ya de por sí bastante abstracta y confusa. No
se puede transmitir por vía genética, porque como
ya señaló E. Goligorsky «la sangre judía es un líquido que sólo existe en la
imaginación de quienes lo utilizan para
racionalizar sus prejuicios». ¿No hacían
lo mismo, aunque por razones
diametralmente opuestas, los nazis?
Un artículo publicado en la
prensa de Buenos Aires hace algunos años, recogió
los cálculos estadísticos de
Arthur Ruppin y otros investigadores según
los cuales entre el año 70 y el 1409
el número de judíos que había en el
mundo descendió
de cuatro millones y medio a un millón y medio.
Si el crecimiento demográfico de los judíos
hubiera sido
el de las
poblaciones de los
países que habitaban, hoy deberían ser
unos ciento ochenta millones.
Pero son sólo 17
millones. El número de «judíos» no
crece como debería crecer. Ya
dejando de lado la horrible tragedia de las matanzas —concluye dicho trabajo —
se llega al descubrimiento de que con
demasiada frecuencia los judíos dejan de ser judíos, muy a
menudo. Es algo que se repite, y se comprueba, a lo largo de
la historia. Para muchos hebreos no hubo
cosa más fácil que transformarse, por un
acto de simple «conversión»,. o
abandono de la
práctica religiosa
judía, en un miembro
respetado —y hasta, a veces, dirigente— de la comunidad cristiana o musulmana.
La
historia de España ofrece
muchos ejemplos que corroboran estas masivas incorporaciones
de judíos a las sociedades «cristianas» del
país. Los «xuetas» de Mallorca son una
clara y elocuente ilustración de este proceso de
disolución étnica.
Pero no sólo
ocurrió ésto en la Península Ibérica. En
muchos otros países de Europa todavía es
posible rastrear la genealogía
de muchas familias —entre las que
se cuenta, a veces, ilustres prelados e inquisidores—
hasta descubrir lejanos orígenes judíos .
Esta asimilación
pertenece a un largo proceso
del pasado que hoy, guste o
no, es ya irreversible. Y no
hay que
llorar
por
ello.
Dicha disolución de la raza hebrea en las
demás razas será interpretada como una
tragedia solamente por quienes sustentan
la quimera de
que el judaísmo en vez
de constituir una digna, respetable y
hermosa cultura tiene asignada
una misión trascendente en el mundo.
La perspectiva bíblica,
cristiana, es otra. Para el lector sin prejuicios, tanto
de
las
profecías
del Antiguo
Testamento como cumplimiento
en el
Nuevo, la situación es clara y
no deja lugar a dudas: «No todos los
que descienden de de Israel
(según la carne) son
israelitas (en el sentido
espiritual), porque no son los
hijos según la carne los hijos
de Dios, sino los que son
hijos según la
promesa los contados como
descendientes» (Ro.9:6-8).
Imprecionante!!:esta informacion deberia esparcirse por toda la red y medios informativos y de esta manera poner un granito de arena en contra del sionismo cristiano que tiene a muchas iglesias en el error dispensacionalista y con tendencias judaizantes.
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