jueves, 13 de marzo de 2014

DESERCIÓN Y APOSTASÍA por Charles Spurgeon

(Traducido por Allan Román)
El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
Deserción y Apostasía


NO. 3556
Un sermón publicado el Jueves 22 de Marzo de 1917
por Charles Haddon Spurgeon

En el Púlpito del Tabernáculo Metropolitano, Newngton, Inglaterra.
"¿Queréis acaso iros también vosotros?" Juan 6:67




Ningún mal que pudiera recaer jamás sobre nuestras comunidades cristianas es más lamentable que el que proviene de la defección de los miembros. La pena más abrumadora que pudiera estrujar el corazón de un pastor es la que proviene de la perfidia de su amigo más íntimo. La más horrenda calamidad que la Iglesia pudiera temer no es la que proviene del asalto de los enemigos que están afuera, sino de los falsos hermanos y traidores que están dentro del campamento. Mi eminente predecesor, Benjamín Keach, aunque fue arrestado y llevado ante los magistrados, encarcelado y puesto en la picota, y obligado a sufrir de otras maneras por el Gobierno de su época por las doctrinas evangélicas que predicaba y publicaba, descubrió que era más fácil enfrentar el rudo trato de los enemigos declarados que soportar las penas del amor herido o que sufrir el golpe de una confianza ultrajada. Yo no creo que su experiencia haya sido muy excepcional. Otros santos habrían preferido ser el blanco de los huevos podridos de los aldeanos que de las arraigadas animosidades de los calumniadores. Troya no habría podido ser tomada por el asedio de los griegos afuera de sus muros. Sólo cuando, mediante una estratagema, el enemigo fue admitido dentro de la ciudadela, esa valerosa ciudad fue obligada a claudicar. El demonio mismo no es un enemigo tan sutil para la Iglesia como Judas, cuando después del bocado Satanás entró en él. Judas era un amigo de Jesús. Jesús se dirigía a él como tal. Y Judas dijo: “¡Salve, Maestro!” Y le besó. Pero fue Judas quien le traicionó. Ese es un cuadro que muy bien podría horrorizarte; ese es un peligro que bien podría amonestarte. En todas nuestras iglesias, entre las muchas personas que se incorporan, hay algunos que desertan. Continúan por un corto espacio de tiempo y luego regresan al mundo. La razón radical por la que se retiran es una obvia incongruencia. “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros”. Los inconversos afiliados a nuestra comunión no son ninguna pérdida para la iglesia cuando se marchan. No constituyen un pérdida real, así como tampoco la dispersión del tamo del piso de la era es un detrimento para el trigo. Cristo mantiene siempre activo Su aventador. Su propia predicación pasaba constantemente a Sus oyentes por el tamiz. Algunos eran dispersados por el viento porque eran paja. No creían realmente. Por el ministerio del Evangelio, por el orden de la Providencia, por todos los arreglos del gobierno divino, lo precioso es separado de lo vil y la plata es limpiada de la escoria para que la buena simiente y el metal puro permanezcan y sean preservados. El proceso es siempre doloroso. Genera un gran escudriñamiento de corazón entre quienes permanecen fieles, y provoca una profunda ansiedad en los espíritus dóciles de carácter tierno y compasivo.

Confío, queridos amigos, que no pensarán que albergo algunas sospechas mezquinas respecto a la fidelidad de ustedes debido a que mi texto contiene un llamado tan directo y personal a su conciencia. La pregunta, tal como está planteada por nuestro Señor, revela un mayor grado de sufrimiento que de pasión: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” La dirigía a los doce escogidos. Yo me hago la misma pregunta; les hago esa misma pregunta a quienes son líderes de la iglesia; la hago a cada uno de sus miembros sin excepción: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Pero si hubiese alguien para quien fuera peculiarmente aplicable, no deseo dejar de hacerle la pregunta a ese individuo muy personalmente: “¡Cómo! ¿Te vas? ¿Tienes la intención de regresarte? ¿Tienes la intención de irte?”

Abordemos de manera indirecta la pregunta. ‘¿Quieren acaso irse también ustedes?’ “También” significa: igual que otras personas. ¿Por qué se van otras personas? Si tuvieran alguna buena razón, tal vez pudiéramos ver algún motivo para seguir su ejemplo. Miren atentamente, entonces, las diversas causas o excusas para la defección. ¿Por qué renuncian a la profesión religiosa que una vez abrazaron? La razón fundamental es una falta de gracia, una carencia de fe verdadera, una ausencia de piedad vital. Sin embargo, es de las razones extrínsecas que exponen la apostasía interna del corazón con respecto a Cristo de las que tengo ansias de disertar.


I. POR QUÉ ALGUNOS ABANDONAN A CRISTO.

Hay en estos días algunas personas, como las hubo en tiempos de nuestro Señor, que se apartan de Cristo porque no pueden tolerar Su doctrina. Nuestro Señor había declarado más explícitamente que en cualquier otra ocasión anterior la necesidad de que el alma se alimente de Él. Ellos probablemente no comprendieron bien Su lenguaje, pero ciertamente se ofendieron por Su declaración. Por esto algunos dijeron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” Entonces ya no andaban con Él.

Hay muchos puntos y detalles en los que el Evangelio es ofensivo para la naturaleza humana y repulsivo para el orgullo de la criatura. No tiene previsto agradar al hombre. ¿Cómo podemos atribuir a Dios un propósito semejante? ¿Por qué habría de idear un Evangelio que satisficiera los caprichos de nuestra pobre naturaleza humana caída? Dios tenía el propósito de salvar a los hombres, pero nunca tuvo el propósito de complacer sus depravados gustos. Más bien pone el hacha a la raíz del árbol y derriba el orgullo humano. Cuando los siervos de Dios son conducidos a exponer alguna doctrina que humilla, hay algunos que dicen: “¡Ah!, yo no le daré mi asentimiento a eso”. Dan coces contra cualquier verdad que hiera sus prejuicios. ¿Qué dicen ustedes, hermanos, a las demandas del Evangelio respecto a la lealtad de ustedes? Si descubrieras que la Palabra de Dios censura tu placer favorito, o contradice tus apreciadas convicciones, ¿te ofenderías de inmediato y te irías? No; si sus corazones fuesen rectos para con Cristo, estarían preparados a dar la bienvenida a toda Su enseñanza, y a rendir obediencia a todos Sus preceptos. Basta con que se compruebe que es la enseñanza de Cristo para que el profesante de mente recta esté dispuesto a recibirla. Él aceptará cordialmente lo que es transparente en el texto de la Escritura, diciendo: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido”. En cuanto a lo que es meramente inferido y argumentado a partir del sentido general de la Escritura, el corazón sincero no se apresurará a rechazarlo, sino que lo investigará con paciencia, como los de Berea, que “eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así”. ¡Oh, que la palabra de Cristo habite ricamente en nosotros! ¡Dios no quiera que ninguno de nosotros se aparte ofendido por causa de Él, de Su bendita persona, de Su santo ejemplo o de Su sagrada enseñanza! ¡Hemos de estar siempre dispuestos a creer lo que Él dice y prestos a hacer lo que Él manda! Recuerden, hermanos, que la comisión del Evangelio tiene tres partes a las que el ministro tiene que atender. Primero, debemos ir y predicar el Evangelio. “Id, y haced discípulos a todas las naciones”. Lo segundo es, “bautizándolos”; y lo tercero es, “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”. Como discípulos dispuestos de Jesús, sigamos adelante, oyendo atentamente Su voz, siguiendo Sus pasos y considerando Su voluntad revelada como nuestra suprema ley. Lejos esté de nosotros que nos regresemos, que nos desconsolemos, o que lo abandonemos porque nos hayamos ofendido por Sus doctrinas. Hay otros que abandonan al Salvador motivados por las ganancias. Muchos han sido atrapados en esa red. El señor Interesado originalmente fue en peregrinación porque pensó que sacaría provecho. Había una mina de plata en el camino, y él tenía el propósito de inspeccionarla y ver si se podría obtener la plata así como la ciudad de oro ubicada más allá. Si mi memoria no me falla, provenía de una familia que se ganaba la vida ejerciendo el oficio de barqueros, mirando en una dirección y remando en la dirección opuesta. Al parecer se esforzaba en la religión, aunque todo el tiempo tenía puesta la mira en el mundo. Estaba a favor de correr con la liebre y cazar con los galgos. Así que cuando llegó al punto donde debía tomar partido por uno o por otro, consideró cuál sería en general el más rentable, y renunció a lo que parecía entrañar pérdida y abnegación y se decidió por lo que le ayudaría –como él lo llamaba- a obtener el “mayor beneficio” y que le serviría para salir adelante en la vida presente. Sinceramente yo en verdad confío que no haya nadie entre nosotros que no sienta desprecio por el señor Interesado y por todos los de su clase. Si quieres hacer dinero –y no tiene por qué haber nada pecaminoso en eso- hazlo honestamente; nunca te permitas ir en pos de las riquezas bajo la pretensión de religión. Vende tus productos y encuentra un mercado para tus mercancías, pero no vendas a Cristo, ni aceptes el trueque de una primogenitura celestial por un soborno despreciable. Pon los bienes que quieras en el escaparate de tu tienda, pero no pongas una expresión afectada e hipócrita en tu rostro, ni tengas “una santa mirada socarrona” con miras a convertir en ganancia la piedad. ¡Que Dios nos salve de esa redomada villanía! ¡Que nunca tenga un arraigo en nuestro medio!

“Ni hombre ni ángel pueden discernir
La hipocresía, el único mal que camina
Invisiblemente, excepto para Dios”.

¿Se unirá alguien a una iglesia por la respetabilidad que eso implica, o por la posición que pudiera darle o por el crédito que pudiera generarle? Pronto descubrirá que no responde a su propósito. Entonces se irá. La probabilidad más grave es que sea echado fuera vergonzosamente.

Algunos abandonan a Cristo y se van, aterrorizados por la persecución. Hoy en día se supone que no existe tal cosa. Pero eso es un error, pues aunque los mártires no son quemados en Smithfield, y la Torre de los Lolardos es ahora un lugar para exposiciones (un memorial de tiempos idos), el acoso, la crueldad y la opresión están muy lejos de estar obsoletos. Esposos impíos hacen el papel de pequeños tiranos, y no permiten que sus esposas gocen de la religión, y más bien amargan sus vidas con una esclavitud irritante. Los patronos con mucha frecuencia infligen males sobre sus sirvientes cuya piedad para con Dios es su único motivo de ofensa. Peor aún, hay obreros que se consideran inteligentes pero que no pueden permitir que sus compañeros de trabajo tengan libertad para asistir a un lugar de adoración sin que les endilguen burlas, y abucheos y crueles vituperios. En muchos casos nunca es más sonoro el júbilo del taller que cuando se vuelve en contra de un creyente en Cristo. Consideran que es una rara diversión acosar a un hombre que se preocupa por la salvación de su alma. Ellos se autodenominan: “ingleses”, pero ciertamente no son ningún crédito para su país. Miren a esos cobardes malnacidos y maleducados. Por allá está un ateo; él está enfurecido por sus derechos lastimados porque el magistrado no quiere creer en su juramento; él reclama libertad de conciencia para ser un ateo por decisión propia pero niega el derecho que tiene su compañero para ser un cristiano. Miren a ese pequeño grupo de obreros británicos: pertenecen a la ‘Sociedad del Quebrantamiento’ del día de guardar. Están haciendo una petición al Parlamento para que se abran museos y teatros los domingos, y al mismo tiempo están acosando a muerte a un pobre sujeto que prefiere ir a la capilla. Ellos dan a conocer el respeto que sienten por ellos mismos mediante los juramentos que expresan, a la vez que revelan su envilecimiento por el escarnio que desfogan en contra de aquellos que se atreven a cantar un himno. Vitorean al borracho como a un compinche y desdeñan al hombre sobrio como a un diablo. Me pregunto por qué no hay un sentimiento más honorable, más buena fe y más verdadera comunión entre nuestros diestros obreros como para no permitir que un solo individuo sea convertido en el blanco de toda la comunidad. ¡Que Dios les conceda la gracia para soportar persecuciones como esas! ¡Aunque nos hieran en lo más vivo, que aprendamos a tolerarlas con ecuanimidad e incluso a regocijarnos por ser considerados dignos de sufrir por causa del Salvador! Algunos de nosotros hemos tenido que sufrir el desprecio durante muchos años. Lo que hemos dicho ha sido tergiversado constantemente; lo que nos hemos esforzado por hacer ha sido malinterpretado y nuestros motivos han sido malentendidos. Con todo, henos aquí, tan felices como pudiera estarlo cualquiera fuera del cielo. No hemos sido afectados por ninguna las calumnias que han sido apiladas contra nosotros. Nuestros enemigos habrían querido aplastarnos, pero, bendito sea Dios, porque Él nos animó con frecuencia cuando nos sentíamos abatidos. ¡Que el Señor les dé de igual manera, fortaleza de mente y valor de corazón para soportar virilmente la tribulación! Entonces no se preocuparían más por las risas y las burlas de los hombres que lo se preocupan por el ruido de esas aves migratorias que pasan volando alto sobre la cabeza, que se oyen en un ocaso otoñal cuando hacen su tedioso viaje a un clima distante. Ten ánimo, varón. Teme a Dios y enfrenta a tus acusadores. El verdadero valor se fortalece con la oposición. No pienses nunca en desertar del ejército de Cristo. Mucho menos debes hacer el papel de cobarde debido a la insolencia de algún matón maleducado. Tu fe no ha de ser vencida por tales burlas. ¡Ay!, que tantos espíritus cobardes se hayan ido por causa de la tranquilidad carnal, y hayan abandonado a Cristo cuando Su amado nombre se convirtió en la broma del borracho y la burla de los necios.

Luego, hay gente que abandona la verdadera religión por pura veleidad. Yo no sé cómo explicar las defecciones de algunas personas. Si revisaran la lista de naufragios, notarían que algunos barcos se han hundido debido a colisiones y otros debido a que se han estrellado contra las rocas; pero algunas veces se encuentran con un barco “hundido en alta mar”; nadie sabe cómo sucedió el hundimiento; el propio dueño no puede entenderlo. Era un día tranquilo y había un cielo sin nubes cuando el barco se hundió. Hay algunos profesantes que, con respecto a la fe, han naufragado bajo circunstancias aparentemente favorables, tan libres de problemas, tan exentos de tentación, que no hemos visto nada que despertara alguna ansiedad por ellos, y con todo, se han hundido de pronto. Nos quedamos sorprendidos y asombrados. Yo recuerdo a uno que cayó en pecado descarado, de quien un hermano imprudentemente dijo: “Si ese hombre no es un cristiano, yo no lo soy”. Sus oraciones habían sido ciertamente fervorosas. Muchas veces me derritieron delante del trono de gracia, y sin embargo, la vida de Dios no podía haber estado en su alma, pues vivió y murió en flagrante vicio y fue impenitente hasta el fin. Yo solo puedo atribuir tales casos a una suerte de veleidad que puede ser cautivada con un sermón, o con una obra de teatro; que puede hacerlos tomar un asiento en la capilla o un palco en la ópera con igual despreocupación; y siguen ávidamente la excitación de la hora, “una cosa tras otra y nada perdurable”. “Impetuoso como las aguas, no serás el principal”. Profesan impulsivamente el cristianismo si bien no lo abrazan, y luego, sin molestarse a renunciar a él, caen en la infidelidad. Son lo suficientemente blandos y maleables para que se pueda darles cualquier forma. Hechos de cera, pueden ser moldeados por cualquier mano que sea lo suficientemente fuerte para sujetarlos. ¡Que el Señor tenga misericordia de cualquiera de ustedes que pudiera ser de ese género! Brotan de pronto y súbitamente se marchitan. Apenas ha sido sembrada la simiente y ya sale el brote. ¡Qué cosecha maravillosa prometen ustedes! Pero, ¡ah!, tan pronto como sale el sol con su calor ardiente, puesto que no hay tierra, la buena semilla se marchita. Pídanle a Dios que sean surcados profundamente, que la plancha de hierro de la roca que está por debajo pueda ser quebrada por completo, para que tengan abundante subsuelo y una raíz firme, para que la fronda que produzcan sea permanente. La carencia de principios es mortal, pero esa carencia es demasiado común. Nunca dejes de orar pidiendo que seas arraigado y cimentado, establecido y edificado en Cristo, de manera que cuando vengan ríos y soplen vientos, no caigas con una gran destrucción, como cayó aquella casa que fue edificada sobre la arena.

Y, ¡oh, cuántos abandonan a Cristo por causa de los goces sensuales! No voy a extenderme sobre este punto. Es cierto, sin embargo, que los placeres del pecado fascinan sus mentes por un tiempo al punto de que sacrifican sus almas en el santuario de la sórdida vanidad. Por una alegre danza, por una diversión desenfrenada, o por un goce transitorio que no resistiría la crítica, han renunciado a los placeres que son duraderos, a las esperanzas inmortales que nunca fallan, y han dado la espalda al bendito Salvador que da y fomenta los gustos por goces indecibles, por dichas de gloria plena. En nuestro cuidado pastoral de una iglesia como ésta, tenemos una dolorosa evidencia de que un número considerable de personas se enfría gradualmente. Los reportes de los ancianos en cuanto a las ausencias reiteran las vanas excusas presentadas para la inasistencia. Uno tiene muchos hijos. Para otro la distancia es demasiado grande. Pero cuando se unieron a la iglesia la familia era igualmente grande y la distancia era la misma. No obstante los cuidados del hogar se vuelven más tediosos cuando el interés por la religión comienza a flaquear; y la fatiga del viaje se incrementa cuando el celo por la casa de Dios vacila. Los ancianos temen que esas personas se están enfriando. No podemos detectar ninguna transgresión real, pero nos aflige porque hay un deterioro gradual. Le tengo pavor a esa frialdad de corazón; se introduce subrepticia e insensiblemente, y sin embargo, muy seguramente en todo el cuerpo. Yo no estoy diciendo que sea más grave que el pecado descarado. No puede serlo. Sin embargo, es más insidioso. Una delincuencia flagrante alarmaría a uno como un ataque alarma a un paciente; pero un lento proceso de rebeldía podría introducirse subrepticiamente como una parálisis en una persona, sin despertar sospechas. Es como el sueño que les sobreviene a los hombres en las regiones polares, que si cedieran a él, no se despertarían nunca más. Tienes que estar despierto pues de otra manera ese letargo seguramente acabará en muerte. “Canas le han cubierto, y él no lo supo”. ¿Acaso no sucede así con algunos de ustedes, queridos amigos? ¿Se están apartando poco a poco? Quien pierde su riqueza poco a poco entra pronto en bancarrota, y el descubrimiento es doloroso cuando llega el fin. ¡Cuán miserable ha de ser una bancarrota espiritual para aquel que desperdicia gradualmente su propiedad celestial, si alguna vez tuvo una! ¡Que Dios nos preserve de tal catástrofe!

Algunos se han apartado porque alegan que lo hicieron por un cambio de circunstancias. Estaban con nosotros cuando sus medios de sustento eran suficientes, si es que no abundantes. Por causa de reveses en el negocio han caído en su posición social. Debido a eso no quieren tener comunión con nosotros como solían hacerlo. Ahora puedo decir, desde lo más íntimo de mi alma, que si hay alguna persona que se queda pobre, en lo que a mí respecta, mi opinión de ella no desmerece ni un ápice, ni la tengo en menor estima por empobrecida que pudiera quedarse. No me digas que no tienes vestidos apropiados para venir aquí, pues cualesquiera vestidos por los que hubieres pagado, merecen el respeto. Si no has pagado por ellos, no puedo excusarte. Sé honesto. La lana y las telas de algodón no tienen por qué avergonzarte; pero yo te culparía ciertamente por la excesiva elegancia o por seguir la moda. Siempre me alegra ver a hermanos aquí sentados, como a veces lo hago, vistiendo sus batas de obrero. Un buen amigo es muy conspicuo en esa línea. La impecable blancura de su ropa rural es más bien atractiva. Si pagó por esa ropa, es un hombre mucho más respetable que cualquiera que se haya metido en deudas por un traje de paño fino que no puede pagar. Y yo me alegro al pensar que no estoy expresando meramente mi propio sentimiento, sino una opinión que es compartida por la comunidad entera. Todos nosotros nos deleitamos al ver a nuestros hermanos pobres. Si hay alguno de ustedes que sufra de una sensibilidad propia, o que sospeche respecto a nuestras reflexiones, entre más pronto se despoje de ese tonto orgullo, más feliz será. Están celosos por ser considerados respetables. ¿Acaso no saben que un hombre es respetable por su carácter y no por el dinero que tiene en su bolsillo? Otros abandonan a Cristo porque se han vuelto adinerados y se han enriquecido. No escarnecían el pequeño conventículo cuando eran gente sencilla y laboriosa; pero desde que la fortuna les ha sonreído y han cambiado su residencia de la vivienda multifamiliar a una mansión y han podido adquirir un carruaje, se sienten obligados a moverse en otro círculo. A su iglesia parroquial, o a alguna iglesia ritualista de su vecindario acuden una vez el día domingo. Ellos engalanan el lugar con su presencia; se muestran en medio de la élite de esa localidad; se inclinan y hacen una reverencia y vuelven su rostro al oriente como si hubiesen nacido para esas etiquetas. Son demasiado respetables para entrar en la pequeña capilla bautista. Reciben visitantes en la tarde, cenan tarde, y disipan las horas del domingo en la frívola pretensión de presumir su dignidad. Bien, yo pienso que no hay que lamentar su partida. Cuando se van no representan ciertamente ninguna pérdida para nadie. Nos lamentamos por ellos como lo haríamos por Demas o Judas. Han caído en una situación opuesta a lo que consideraban que sería su buena fortuna y que ha resultado ser su ruina. Los que tienen principios verdaderos, cuando progresan en el mundo ven mayor razón para gastar su riqueza y su influencia en ayudar a la buena causa. Los principios prevalecerían sobre la táctica hasta el fin, si en sus corazones creyeran la verdad que es en Jesús. No sería ninguna deshonra para un príncipe ir y sentarse al lado de un indigente, si ambos fueran verdaderos seguidores de Jesucristo. En la antigüedad cuando nuestros ancestros se reunían en cuevas y guaridas de la tierra, se encontraban con el potentado y con el humilde, con el esclavo y el libre; o cuando, en épocas anteriores, los cristianos se congregaban en las catacumbas, hombres provenientes de la casa de César, ya fuese un jefe, ya un senador, ya un príncipe de sangre real, venían y se sentaban en esas cuevas, iluminados por una débil vela, para oír mientras un varón descalzo pero instruido por el cielo, declaraba el Evangelio de Jesús con el poder del Espíritu Santo. Yo estoy seguro de que eran analfabetos, pues al mirar los monumentos que se encuentran en la catacumbas es raro dar con una inscripción que esté completamente bien escrita. Aunque es lo suficientemente evidente que los primeros cristianos eran un grupo de hombres analfabetos, con todo, quienes eran grandes y nobles no desdeñaban unirse a ellos, ni tampoco lo harían ahora si la luz del cielo brillara y el amor de Dios ardiera en sus corazones.

Una doctrina errónea ocasiona que muchos apostaten. Hay siempre una abundancia de eso que ronda por doquier. Los embaucadores engañarán a los débiles; y algunos han sido apartados por la duda moderna; y la modesta infidelidad tiene sus partidarios. Comienzan precavidamente leyendo obras con miras a responder al escepticismo científico o intelectual. Leen un poco más y se sumergen un poco más hondo en el turbio torrente porque sienten que son muy capaces de oponerse la insidiosa influencia. Prosiguen hasta que al fin se quedan perplejos. Ellos no acuden a aquellos que podrían ayudarles con sus escrúpulos, sino que continúan a la deriva hasta que al fin han perdido su punto de apoyo, y aquel que dijo que era un creyente termina en un completo ateísmo, dudando incluso de la existencia de un Dios. ¡Oh, que aquellos que son bien instruidos se contentaran con su enseñanza! ¿Por qué inmiscuirse en herejías? ¿Qué pueden hacer sino contaminar sus mentes? Si me quedara ennegrecido, imagino que podría lavar todas las suciedades, pero lamentaría ennegrecerme para poder lavarme. ¿Por qué habrías de ser tan necio como para ir a través de estanques de enseñanza perniciosa meramente porque piensas que es fácil lavarte de su contaminación? Esa frivolidad es peligrosa. Cuando comienzas a leer un libro y lo encuentras pernicioso, deja de leerlo. Alguien podría reprenderte por no completar su lectura. Pero, ¿por qué habrías de hacerlo? Si yo tengo un trozo de carne sobre mi mesa cuyo olor y sabor me convencen de inmediato de que está pútrido y descompuesto, ¿debería mostrar mi discreción engulléndolo absolutamente todo antes de pronunciar mi juicio de que no es apropiado como alimento? Un bocado es más que suficiente, y una frase de algunos libros debería bastar para que un hombre sensible rechazara todo el texto. Que aquellos que puedan disfrutar ese tipo de alimentos se queden con ellos, pero yo tengo una preferencia por un alimento mejor. Sigue con el estudio de la Palabra de Dios. Si fuese tu deber denunciar estos males, enfréntalos valerosamente, con oración a Dios para que te ayude. Pero si no, como un humilde creyente en Jesús, ¿qué tienes que hacer gustando y probando esa comida tan nociva cuando es expuesta en el mercado?

No voy a continuar en esta vena. Es doloroso para mí hacerlo, si no lo fuera para ustedes. Voy a condensar en unas cuantas frases mi respuesta a la segunda pregunta:


II. ¿QUÉ ES DE ELLOS?

Los que se apartan, ¿qué será de ellos? Bien, si son hijos de Dios, yo les diré qué será de ellos, pues lo he visto decenas de veces. Aunque se aparten, no son felices. No pueden descansar, pues son miserables aun cuando procuren estar alegres. Después de un tiempo comienzan a recordar a su primer esposo, pues entonces les iba mejor que ahora. Regresan; pero hay un gran número de ellos –por no hablar de la vergüenza que tienen que cargar a sus tumbas- que nunca son los hombres que fueron antes. Tienen que tomar un segundo lugar entre sus compañeros. Y aun si la gracia soberana bendijera tan maravillosamente su dolorosa experiencia como para que fueran restaurados plenamente, no pueden mencionar jamás el pasado sin lamentarlo amargamente. Con su desvío sirviendo como faro para otros, les dirán a los jóvenes: “No hagan nunca lo que yo he hecho; de ello no proviene ningún bien y sólo males”. En la vasta mayoría de los casos, sin embargo, no son el pueblo del Señor. Entonces ese es el resultado. Los que resultan ser traidores a una profesión que una vez hicieron, son las personas más difíciles de ser impresionadas en el mundo. Sin duda algunos de ustedes, cuando vivieron en el campo, solían llegar puntuales a sus acostumbrados lugares de adoración; pero desde que vinieron a Londres, donde su ausencia de cualquier santuario pasa inadvertida, raramente entran en los atrios de la casa del Señor; y no habrían estado aquí esta noche a no ser por algún incentivo especial: algún primo del campo o algún amigo particular que los haya traído. Aunque sea desconocida para mí, Dios explora tu senda. Bien, tú estás aquí, y con todo, pudiera ser que fuera para escaso beneficio. Has recibido consejos y advertencias con tal profusión que amonestarte sería como derramar aceite sobre una plancha de mármol. ¡Si Dios, por Su omnipotente misericordia, no quebrantara tu obstinado corazón, no habría ninguna esperanza para ti! Tales personas frecuentemente pierden toda conciencia. Pueden llegar bastante más lejos que cualquier otra persona hablando en contra de la religión. Algunas veces se aventurarán a decir que saben tanto al respecto que podrían exponerlo. Su jactancia y su amenaza son igualmente sin ningún significado; pero así como los muchachos chiflan para darse valor cuando caminan a través del camposanto de la iglesia, así su vana plática y sus historias sin sentido traicionan su miedo sofocado. Hablan desdeñosamente de Dios mientras se justifican a sí mismos en una trayectoria en la que su propia conciencia los censura. ¡Ay!, algunos de ellos regresan para comprobar que son los pecadores más abandonados en el mundo. La materia prima con la cual el diablo construye la red más letal es la que se daba por sentado que era la sustancia más santa. No podría haber habido un Judas que traicionara a Cristo, si no hubiese sido distinguido primero como un discípulo que se aventuró a besar a su Maestro. Tienes que sacarlo de entre los apóstoles para hacer a un apóstata. Así como los cabecillas de una transgresión desenfrenada, cuando son convertidos, a menudo se convierten en los mejores predicadores del avivamiento, así aquellos que parecieran ser los más leales súbditos de Cristo, cuando se convierten en renegados, demuestran ser los enemigos más encarnizados y los pecadores más negros. Dolorosos recuerdos se agolpan en la mente de uno. Estando aquí ahora en medio de una gran iglesia, me vienen a la mente cosas que han atormentado a mi alma. ¡Que Dios me conceda que no vea a nadie parecido a ellos de nuevo! ¡Se van! ¡Ah, Dios mío!, muchísimos de ellos se van para morir en una rotunda desesperación. ¿Leyeron alguna vez la vida de Francis Spira? Si quieren dormir esta noche, no emprendan la lectura de esas memorias. ¿Leyeron alguna vez la vida de John Child, un ministro bautista que vivió aproximadamente hace doscientos años? El señor Keach la narra en una de sus obras. Él era un hombre que conocía la verdad y en gran medida había sentido su poder; pero se apartó de ella, y antes de morir, sus expresiones fueron demasiado terribles para ser oídas. El remordimiento y la desesperación de su espíritu hicieron huir a todos los presentes. Por último puso manos violentas sobre sí mismo. Pues no ha de sorprendernos que un hombre se ahorque si después de haber visto a Cristo a la cara y de haberle besado, le traiciona y le crucifica de nuevo. Comer a la mesa del Señor, beber de esa copa de bendición, tener compañerismo con los santos, unirse a sus oraciones y a sus himnos, profesar ser un discípulo de Cristo, y luego volverse y no andar más con Él, es aventurarse en un curso que conlleva un peligro que no es ordinario. La oscilación del péndulo, si ha sido levantado en alto y luego se suelta, es mucho mayor en el lado opuesto. No me sorprende que alguien que renuncia intencionalmente a sus votos de consagración a Jesús sea precipitado en el pecado flagrante. Y ¡oh!, cuando sus ojos son abiertos y su conciencia es despertada, ¡cómo desea no haber nacido nunca! Si pudiera terminar su existencia y aniquilar su alma conmovida por la angustia, entonces el más extremo acto de desesperación con el cual pudiera terminar su vida que no puede remediar puede ser considerado sabio. Pero no; eso es imposible. No puede encontrar el alivio que busca cuando da el terrible salto desde el sufrimiento de aquí a una forma agravada de miseria en el más allá, diez mil veces peor de soportar. Sella su destino y hace segura su condenación al tiempo que levanta contra sí mismo una mano asesina. ¿Me dirijo a alguien aquí desprovisto de todo rayo de esperanza y temblando al borde de la fría desesperación? ¡Espera! Yo quisiera clamar a tu oído; no te hagas ningún daño. No te puedes hacer ningún bien. No pienses curar tus dolores cometiendo otro crimen.

“Fue una locura huir así de la luz viva,
Y hundir tu alma culpable en la noche sin fin”.

Mientras haya vida hay esperanza. Jesucristo puede perdonarte. Regresa a Él. Él puede lavarte en Su sangre. Él puede limpiarte aunque tu pecado sea como la grana. Pero, ¡oh!, no lo tomes a la ligera, no te tardes. No te demores por más tiempo en tu presente condición; de lo contrario, pudiera ser que colmes la medida de tus iniquidades antes de que te des cuenta, y podrías gustar, aun en este mundo, algún comienzo de la ira venidera. Si no fueras rescatado muy rápidamente como un trofeo de la gracia, te podrías convertir en un monumento de la ira de Dios, en un faro para disuadir a otros para que no se atrevan a apartarse. Hablo solemnemente; no puedo evitarlo. Siento tan intensamente el terror de ese mal y estoy tan seguro de que algunos de ustedes lo están tomando a la ligera, que me pondría de rodillas y les suplicaría con lágrimas en los ojos que se preocupen por el lugar donde se encuentran. Van avanzando en un plano inclinado, y están yendo hacia abajo y hacia abajo y hacia abajo. Sus pies están aun ahora en deslizaderos desde los cuales multitudes han caído en el precipicio de la destrucción. ¡Cómo son conducidos a la desolación como en un instante! ¡Que el Señor se apresure a liberarlos! ¡Que extienda Su mano y los reciba! Yo sólo puedo llamarlos. Parecieran haber llegado a un punto donde no puedo alcanzarlos. No se aventuren a dar un paso más adelante en ese peligroso camino. Miren a Jesús, miren a Jesús; Él puede redimir sus vidas del pozo del abismo por Su gracia soberana, y sólo Él puede hacerlo. Luego, como una oveja descarriada llevada de regreso al redil, adorarán Su nombre. Nuestro tercer punto es este:


III. ¿POR QUÉ NO NOS VAMOS NOSOTROS COMO SE HAN IDO ELLOS?

Si fuéramos dejados a nosotros mismos, no podría decirles ninguna razón por la que no nos iríamos como se han ido ellos. Tampoco podría decirles, en verdad, por qué el mejor varón aquí presente no podría ser el peor individuo antes que amaneciera el día de mañana, si la gracia de Dios lo dejara. John Bradford, ustedes saben, al ver a los pobres criminales cuando eran llevados a Tyburn para ser ejecutados, solía decir: “Allá va John Bradford, si no fuera por la gracia de Dios”. Verdaderamente cada uno de nosotros podría decir lo mismo. Quedarse con Cristo, sin embargo, es nuestra única seguridad, y confiamos que nunca nos apartaremos de Él. Pero, ¿cómo podemos asegurarnos de esto? Lo importante es tener un fundamento real en Cristo para comenzar: fe genuina, piedad vital. El cimiento es el primer asunto que debe ser atendido cuando se edifica una casa. Con un mal cimiento no se puede tener una casa sólida. Se requiere de un cimiento firme, de unas bases adecuadas, antes de proceder a poner la estructura superior. Si su religión es una farsa, pídanle a Dios que puedan descubrirlo ahora. A menos que sus corazones estén profundamente surcados con un genuino arrepentimiento, y a menos que estén completamente arraigados y cimentados en la fe, pueden tener alguna causa para sospechar la realidad de su conversión y la veracidad de la operación del Espíritu Santo en ustedes. Que el Señor obre en ustedes un buen principio, y luego, pueden tener la plena seguridad de que Él lo continuará hasta el día de Jesucristo.

Recuerden, también, queridos hermanos y hermanas, que si quieren ser preservados de caer, deben ser instruidos en la humildad y deben mantenerse siendo muy humildes delante del Señor. Cuando están a media pulgada del suelo, están media pulgada demasiado altos. Su lugar ha de ser nada. Confía en Cristo, pero no confíes en ti mismo. Confía en el Espíritu de Dios, pero no confíes en ninguna otra cosa que esté en ti mismo; no, no confíes en una gracia que hayas recibido, ni en un don que poseas. Los que caminan humildemente con Dios no resbalan. Aquellos que dependen enteramente de Dios están siempre seguros. Sé celoso de tu obediencia; sé circunspecto; sé cuidadoso; mirad por vosotros; su caminata y conversación no pueden ser demasiado precavidas. Muchos se pierden por ser demasiado descuidados, pero nadie lo hará por ser demasiado escrupuloso. Los estatutos del Señor son tan rectos que no puedes descuidarlos sin apartarte de la senda de rectitud. Vigila y ora. Que Dios te ayude a vigilar o de otra manera te vas a quedar adormilado. No descuides nunca la oración. Eso está en la raíz de cada defección. El retroceso comienza comúnmente en el aposento de oración.

Restringir la oración es matar el propio pulso de la vida. “Velad en oración”. Y yo les imploro, queridos amigos, que eviten la compañía que ha descarriado a otras personas. No conversen con aquellos cuyos chistes son profanos. Manténganse lejos de ellos. No les corresponde a ustedes ser vistos de pie, y mucho menos sentados con hombres de modales relajados y conversación lasciva. No pueden hacerles ningún bien, pero el mal que podrían traer sobre ustedes no sería fácil de calcular. Tal vez hayan oído la historia - pero es tan buena que vale la pena repetirla- de la dama que puso un anuncio solicitando un cochero, y fue visitada por tres candidatos para el puesto. Al primero le hizo la siguiente pregunta: “yo necesito un cochero verdaderamente bueno que guíe mi par de caballos, y, por tanto, le pregunto ¿cuán cerca del peligro puede guiarlos y, con todo, estar a salvo?” “Bien” –dijo él- “yo podría guiarlos muy cerca, en verdad; podría acercarme a una distancia de un pie (unos 30.5 centímetros) del precipicio sin temor de accidente alguno en tanto que yo sostenga las riendas”. Ella lo despidió con el comentario de que no le servía. A la siguiente persona que vino le hizo la misma pregunta. “¿Cuán cerca del peligro podría guiar él?” Teniendo la determinación de obtener la plaza, dijo: “podría guiarlos hasta un cabello de distancia, y sin embargo, podría esquivar hábilmente cualquier contratiempo”. “Usted no serviría”, le dijo ella. El tercero que entró tenía otra mentalidad, de manera que cuando la dama le hizo la pregunta: “¿Cuán cerca del peligro podría guiar a mis caballos?” él le respondió: “Señora, nunca lo he intentado. Siempre he seguido la regla de guiar tan lejos del peligro como me sea posible”. La dama lo contrató de inmediato. De igual manera, yo creo que el hombre que es cuidadoso de no correr ningún riesgo y de refrenarse de toda conducta equívoca, teniendo el temor de Dios en su corazón, es confiable. Si realmente estás edificado sobre la Roca de la Eternidad, puedes enfrentar la pregunta sin desmayo:

“¿Queréis acaso iros también vosotros?” y tú puedes responder sin presunción: “No, Señor, no puedo irme y no me iré; pues ¿a quién iré? Tú tienes las palabras de vida eterna”. Y que el propio Dios de paz te santifique enteramente; y yo le pido a Dios que todo tu espíritu, alma, y cuerpo sean preservados sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. ‘Fiel es el que os llama, el cual también lo hará’. Amén.

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