miércoles, 5 de noviembre de 2014

LA MAJESTAD DE DIOS por Juan Calvino


"Respondió Bildad suhita, y dijo, El señorío y el temor están con él; él hace paz en sus alturas. ¿Tiene sus ejércitos número? ¿Sobre quién no está su luz? ¿Cómo, pues, se justificará el hombre para con Dios? ¿Y cómo será limpio el que nace de mujer? He aquí que ni aun la misma luna será resplandeciente, ni las estrellas son limpias delante de sus ojos. ¿Cuánto menos el hombre que es un gusano y el hijo del hombre, también gusano?" (Job 25:1-6).

Puesto que somos tan dados a valorarnos a nosotros mismos, y que esta necedad se debe a que no pensamos en Dios y en la naturaleza de su majestad, tenemos aquí una advertencia buena y muy útil, de que toda vez que seamos tentados a atribuirnos alguna gloria a nosotros mismos, debiéramos volver nuestra atención a Dios y comprender su naturaleza, la naturaleza de su virtud y poder, la naturaleza de su justicia, la naturaleza de toda su gloria. Seguramente entonces se silenciaría nuestro cacareo; porque en vez de estar inflados de orgullo e intoxicados con la presunción, la sola consideración de Dios sería suficiente para derrumbarnos de tal manera de ser turbados en nuestro interior. Esto es entonces, por qué el Espíritu Santo nos da ahora, por medio de Bildad esta amonestación. La amonestación es que seguramente tiene que haber señorío soberano en Dios, y nosotros tenemos que sobrecogernos al pensar en él, viendo el orden que él ha puesto en el cielo y a través del mundo; y sepamos que, así como nada de lo nuestro puede tener valor para él, las estrellas que brillan para él son oscuras. Siendo esto así, ¿qué les queda a los hombres? Ahora (como toda sopa) ellos no son sino gusano y putrefacción. ¿Y si quieren gloriarse más que las estrellas, de qué valdrá? ¿No es su necedad demasiado grande? Vemos entonces a qué fin tienden las proposiciones contenidas aquí, esto es, puesto que los hombres, mirando aquí abajo, no pueden humillarse, Dios les presenta su majestad, para que sepan que ya no es asunto de valer algo; porque todo aquel que a sí mismo se exalta delante de Dios tiene que ser totalmente humillado.

Aquí Bildad, a efectos de hacernos sentir cómo debiéramos temer y respetar a Dios dice, "El hace paz en sus alturas," es decir, dispone de tal manera el orden del cielo que allí se ve un gobierno apacible y bien llevado. Esto podría referirse i los ángeles; en nuestra oración decimos "Sea hecha tu voluntad en la tierra como en los cielos," lo cual indica que Dios es escasamente obedecido aquí abajo; ello se debe a la rebelión que hay en los hombres, como también estamos leños y cebados con muchas codicias que no pueden ser reconciliadas con su justicia. De manera entonces, pedimos que así como los ángeles se conforman en todo y por todo, él también quiera reformarnos a nosotros, y corregir los malos deseos que hay en nuestra naturaleza; quiera obrar de tal manera que su reino y dominio sea apacible aquí abajo. Entonces uno podría referir este pasaje a lo que allí se dice de los ángeles; pero sin dudas Bildad tenía otra intención, es decir, en cuanto a todo el plan que debemos percibir en el orden del cielo. Entonces, aunque el sol sea como un cuerpo infinito desde nuestro punto de vista, y aunque su movimiento sea rápido, y aparentemente debiera confundirlo todo, sin embargo, nadie sabría cómo ajustar un reloj a ese ritmo; es imposible. Lo mismo vemos en la luna, y en todas las estrellas; porque aunque el número de ellas es infinito, sin embargo, no hay confusión, sino que cada una de ellas está perfectamente ordenada como posible.

Entonces, no es sin causa que aquí Bildad diga, "Dios hace paz en sus alturas." Entonces vemos su reino no solamente en sus criaturas celestiales, sino que desde las alturas regula el orden del mundo, que a pesar de la confusión reinante aquí en las cosas, las que están revueltas, y con muchos cambios y problemas; no obstante, Dios no deja de llevar todas las cosas a un fin tal como él lo ha ordenado y deliberado en sí mismo. Es cierto, si volvemos nuestra mirada hacia abajo, no podemos ver este señorío tan apacible como el que aquí se nos declara. Pero si contemplamos la providencia de Dios, es cierto que en medio de los problemas y todas las revoluciones del mundo conoceremos que Dios gobierna todas las cosas según su beneplácito. Ahora vemos la implicancia de las palabras, "Dios hace paz en sus alturas," es decir, mantiene bajo control a todas sus criaturas, de manera que aunque se vean algunos cambios no obstante no deja de gobernar por su consejo. Puesto que esto es así, concluyamos que es totalmente correcto que en él haya poder y señorío, y que ello nos asombre; es decir, que debemos rendirle homenaje como a aquel que gobierna, y debiéramos tener temor y respeto y debiéramos reconocerlo con toda reverencia como Maestro y Señor del cielo y de la tierra. Ahora, al principio parecería que esta proposición era superflua; pero cuando hayamos evaluado bien lo que acabamos de discutir, seguramente veremos que no es sin causa que aquí Bildad destaque el gobierno y dominio que Dios tiene en todo el mundo. Porque esta palabra saldrá rápidamente de la boca, y demasiado rápido hablamos de Dios; sin embargo, no concebimos su majestad; lo reducimos casi a la estatura de un ídolo. Ciertamente, es algo que no confesaríamos, incluso nos horrorizaríamos de hacer semejante confesión; sin embargo, no le reconocemos a Dios el poder que le corresponde, y que debiéramos sentir que hay en él. Porque charlamos acerca de su majestad, y su nombre saldrá de nuestros labios como burlándonos, la mayoría de las veces hablamos con escarnio de él; se ve que los hombres no podrían ser más profanos, y sin embargo, ante la mención del nombre de Dios debiera doblarse toda rodilla y temblar toda criatura; nosotros, en cambio, tenemos la audacia de no rendirle ninguna reverencia ni humildad. En resumen, los hombres no reconocen la majestad de Dios y no comprenden su virtud como para humillarse delante de él y estarle sujetos como debieran. Es necesario entonces, que cuando alguien nos hable de Dios, que sea una persona capacitada, es decir, que experimentemos a Dios como Dios es. Y es por eso que las Santas Escrituras tantas veces le atribuyen títulos, no estando satisfechas con simplemente nombrarlo; le asignan títulos como: "Todopoderoso," "Omnisciente," "Totalmente Justo," "El único inmortal," diciendo luego que él ha creado todas las cosas, y que él las gobierna. ¿Con qué propósito se dice esto si no es para despertar a los hombres que son demasiado estúpidos y que no honran a Dios de acuerdo a la dignidad que tiene? En resumen, todas las veces que las escrituras honran a Dios es para reprochar nuestra ingratitud y estupidez evidenciada en que no le rendimos lo que le debemos, y que según nuestras posibilidades le robamos poder y gloria; por lo menos debemos considerarlo como lo que es, adorarlo y humillarnos a nosotros mismos delante de él, y exaltarlo y magnificarlo como él lo merece.

Aprendamos además que cuando aquí se dice, "Dios hace paz en sus alturas," y que él gobierna al mundo visible que todos tienen que ponerse del lado suyo, aunque tal vez haya alguna contumacia y rebelión, reconociendo que él no fracasa en ejecutar su consejo; cuando oímos esto debiéramos dejar de dormir y de jugar con Dios como hemos estado acostumbrados a hacerlo; debiéramos en cambio, temblar ante su majestad; y sobre todas las cosas, volvamos a la conclusión que se hace aquí, es decir que hay dominio soberano y temor hacia él; entonces no solamente debiéramos estar sujetos a él sino temblar con todo temor, para que Dios sea temido de tal manera que no tengamos la necia valentía o, más bien, la locura de oponernos a él, y de disputar contra lo que hace, o de murmurar como si hubiese alguna falla en sus obras. Por este motivo es que aquí todos se callan para que, siendo despojados de su maldita presunción, puedan aprender a temblar en la presencia de Dios y reconocer que es a él a quien deben todo homenaje.

Es por eso que Bildad agrega; "¿Tienen sus ejércitos número? ¿Sobre quién no está su luz?" Cuando dice que sus ejércitos no tienen número es para indicar que los hombres ciertamente tienen que ser más que fanáticos cuando pretenden oponerse así a Dios queriendo hacerle guerra. Es cierto que no lo confesarán; sin embargo, es imposible murmurar contra Dios, y oponerse a sus juicios sin enojarse por lo que hace, y sin hacerle la guerra. Y ¿por qué? Porque, ¿en qué consiste el dominio y señorío que tiene sobre nosotros? Es cuando no solamente reconocemos su poder, sino su bondad e infinita sabiduría, su justicia, su misericordia, sus juicios; cuando hayamos hecho esto lo estaremos glorificando. Entonces, cuando los hombres no hallan razón en lo que Dios hace, cuando lo acusan de crueldad, o con impaciencia se enojan contra él, o se escandalizan por lo que hace; no hay duda que tratan de robarle su divina gloria; y esto no puede hacerse sin luchar contra él. Entonces, si no glorificamos a Dios en su justicia, en su bondad, en su poder, en su infinita sabiduría, es como si tuviéramos una actitud de desafío hacia él, de levantamiento contra él. Ahora bien, ¿de quién proviene el hombre mortal? Aquí dice, "Los ejércitos de Dios son innumerables." Ahí están todos los ángeles del paraíso, armados para mantener el honor de aquel que los ha formado y creado; todas las criaturas están dispuestas a vengar su majestad tan asaltada por nosotros, que no somos sino gusano y corrupción. Notemos bien con qué propósito se habla aquí de los ejércitos y regimientos de Dios; es para que nosotros sepamos que, comoquiera y dondequiera que presumen murmurar contra Dios y blasfemar contra su justicia, tendrán como enemigos mortales a tantos ángeles como ángeles hay en el cielo. Ahora bien, sabemos que el número de ellos es infinito. Ellos también deben saber que todas las criaturas están armadas para ir contra ellos; porque ¿con qué fin es que Dios ha creado todas las cosas, si no es para que su gloria pueda brillar en ellos? Ahora bien, si los hombres se sujetan a Dios por propio placer, y rinden a Dios el honor que él se merece; lo dicho aquí de sus ejércitos y regimientos no será para atemorizar, sino más bien para que se regocijen. En efecto, cuando las escrituras nos narran que Dios tiene muchos millones de ángeles alrededor suyo, listos para hacer lo que él les mande, ¿a qué propósito lleva esto, sino para que reconozcamos que cuando Dios nos haya recibido en su gracia, aunque fuésemos sitiados de todas partes, él es suficientemente poderoso para mantenernos bien protegidos aquí abajo? Entonces, cuando los hombres exhiban todo su poder, pensarán en esto y aquello para arruinarnos; y cuando el mismo diablo se levante contra nosotros, no tenemos que temer. ¿Por qué no? Porque Dios tiene sus ejércitos celestiales para protegernos; como está dicho, "Ángeles acampan alrededor de los que temen a Dios," en Salmo 34:7 y luego, él ha ordenado a sus ángeles guiarnos de tal modo que el fiel no tropiece. Vemos entonces cómo la infinita multitud de ángeles tiene el propósito de confortarnos o de asegurarnos que Dios proveerá para nosotros en tiempo de necesidad y que él tiene con qué hacerlo. Pero aunque los creyentes descansen en Dios y con toda humildad de los ángeles, también es cierto que aquellos que se rebelan, todos los orgullosos, todos los rebeldes debieran ser atemorizados por él, debieran reconocer que oponiéndose así a Dios, también se las tendrán que ver con muchos enemigos, que todo el poder de los ángeles se volverá contra ellos para aplastarlos, que igualmente todas las criaturas estarán para defender la gloria de aquel por cuya virtud existen.

De modo que recordemos bien la palabra dicha aquí, "Los ejércitos de Dios son innumerables." Sobre esa base debiéramos reconocer que es en vano que los hombres conspiren contra nosotros; porque cuando hayan juntado a todos sus ejércitos, aun así no serán más fuertes; Dios siempre tendrá victoria sobre ellos. Entonces, ya no seamos engañados, viendo que estamos bien acompañados, que habrá mucho pueblo que se parece a nosotros. ¿Y por qué no? En un momento todos podemos ser confundidos por la mano de Dios, y por su poder. Y entonces, aunque él solo sea suficiente para nuestra salvación o nuestra perdición, todavía le quedan sus ejércitos que están preparados y equipados con un armamento incomprensible para nosotros, a los cuales preparará contra nosotros cuando bien le parezca. Temamos entonces, y aprendamos (como he dicho) a no inflarnos al ver que el mundo está de nuestra parte y que habrá gran poder para protegernos; todo ello no nos servirá de nada contra el poder de Dios que nos es declarado aquí. Ahora, con esto se puede ver cuán ciego puede ser la incredulidad de los hombres; porque debemos escoger, o bien que los ángeles del paraíso nos tengan bajo su cuidado, y que ellos velen por nosotros, y que sean ministros de salvación; o bien, que sean nuestros adversarios, y adversarios de muerte. He aquí Dios usando semejante bondad y gracia hacia nosotros que ordena que sus ángeles nos sirvan (como lo dice Salmo 91:11); quiere que seamos advertidos por ellos, y además dice que constituyen sus poderes, como si extendieran su mano sobre nosotros a efectos de poder protegernos. /. ¿Cuál es la consecuencia entonces, del hecho de ser guiados por los ángeles, y de ser protegidos de todo mal? No podemos escoger semejante bien; aquí se nos lo ofrece, sólo nos resta aceptarlo. ¿Pero nosotros, qué hacemos? Por mucho que debamos recibirlo como un don de Dios, nos acercamos a él desafiando la majestad de Dios provocando a sus ángeles y hostigándolos para nuestra perdición y confusión. ¿No será entonces que estamos totalmente privados de razón, y que el diablo realmente nos ha embrujado, puesto que preferimos tener a los ángeles como enemigos en vez de tenerlos como ministros de nuestra salvación; puesto que ellos están listos para ayudarnos y guiarnos, siempre y cuando seamos miembros de nuestro Señor Jesucristo y que lo honremos como a nuestra cabeza? Entonces, aprendamos que cada vez que se nos hable de Dios, a no pensar que él es como algo muerto, sino de pensar en su gloria tal como aquí nos es declarada. Y puesto que somos demasiado estúpidos, recordemos que Dios tiene a sus ejércitos, y que tiene un número infinito de ángeles que están dispuestos a ejecutar sus mandamientos, y que todas sus criaturas le obedecen, lo que también es totalmente razonable.

Consecuentemente, cuando se dice, "La luz de Dios está sobre todos," ello se interpreta como que Dios derrama sus dones sobre sus criaturas para que alguna chispa de bondad y sabiduría sea percibida para que alguna chispa de bondad y sabiduría sea percibida en todas partes; si bien ella ha sido designada especialmente para los hombres, porque también es allí donde la luz de Dios es percibida, como dice en el primer capítulo de San Juan, ya que desde el principio Dios no solamente dio vida a las criaturas, sino que les dio vida para mantenerlas en ella; ciertamente, por el poder de su palabra; pero en cuanto a los hombres, les dio luz a su vida. Entonces todas las criaturas existen porque siempre reciben vida de nuestro Señor Jesucristo, la palabra eterna de Dios; pero tenemos una vida más noble y más exquisita que la de las bestias o de los árboles o de los frutos de la tierra. ¿Por qué es así? Nosotros tenemos inteligencia y razón. De manera entonces, que la luz de Dios brilla sobre los hombres; y si estamos sujetos así y obligados hacia Dios, ¿acaso no somos tanto más culpables, si hacemos que esta luz se desvanezca? Es muy cierto, porque debemos recordar lo que dice el apóstol San Pablo en Hechos 17:27 que cuando vengamos palpando a ciegas, buscándolo a él, no obstante, la gloria de Dios será experimentada. ¿Cómo es eso? El habita en nosotros, no necesitamos buscarlo lejos, es en él que vivimos y nos movemos y tenemos el poder para ser. Así es entonces, cómo es expuesto este pasaje: es que Dios, habiéndonos hecho partícipes de su luz nos ha comprometido tanto consigo mismo que nosotros seríamos más que ingratos si tratamos de aniquilar su gloria, y si no le rendimos lo que es suyo. ¿Y por qué? El hombre no puede moverse si no experimenta que Dios habita en él; es de él que tenemos la vida, y es también él a quien tenemos que agradecer que nos haya hecho criaturas razonables más bien que bestias brutas. ¿Porque a qué se debe que somos más valiosos que bueyes y asnos, excepto porque a Dios le agradó preferirnos? De manera entonces que esta luz por la cual Dios nos ilumina es para nosotros semejante ocasión para exaltar su gloria y sujetarnos bajo su mano.

Este es un significado que está implícito en el pasaje que además contiene una buena doctrina. Pero cuando cada cosa es adecuadamente considerada, Bildad no quiere indicar meramente que Dios ha derramado su luz sobre nosotros para darnos inteligencia y razón; muestra, en cambio, que no podemos huir de su presencia, que tenemos que andar delante de él, y que él ve todas las cosas, y que él realmente tiene sus ojos sobre nosotros. Así es entonces, como la luz de Dios es derramada sobre los hombres; y es en la misma medida que no podemos ocultarnos de su presencia. Y es siguiendo la proposición que nos ha expuesto. Porque, como Bildad dijo, Dios tiene a sus ángeles; están equipados para su servicio, son semejantes a grandes ejércitos. Ahora también agrega que para nosotros será en vano, que no seremos capaces de huir de la presencia de Dios. Es cierto que saltamos como sapos, y que imaginamos ser como caballos desbocados; pero al final tenemos que someternos a Dios. ¿Y por qué? porque su luz brilla de tal manera sobre nosotros que no podemos huir de él, como podríamos hacerlo si estuviéramos tratando con un hombre mortal. Aprendamos entonces que esa debe ser nuestra conclusión cuando somos tentados a semejante atrevimiento como es el de pensar que podemos escapar de la mano de Dios. ¿En verdad? ¿Y adonde iremos? Porque sabemos que su poder es derramado en todas partes, y que su mirada escudriñadora es infinita. Cuando hayamos entrado a las profundidades de la tierra, aun allí no dejará de vernos y de tomar nota de lo que hacemos. Nosotros, entonces, seríamos más que necios si nos levantamos contra Dios, sabiendo que será en vano trastornar y mezclar las cosas, y planificar muchos proyectos y conspiraciones. Porque todo ello de nada aprovechará puesto que somos observados siempre por él y por su ojo avizor. Ahora bien, esta es una doctrina suficientemente común en las Santas Escrituras; pero apenas la recordamos, puesto que es escasamente practicada, al menos por nosotros. Y siendo esto así, si nos viniera a la memoria, que Dios nos ve, y que todo cuanto hacemos y decimos es anotado por él, les pregunto, ¿no debiéramos andar con más temor y cuidado del que tenemos comúnmente? Pero, ¿qué es lo que hacemos? Solamente tenemos miedo de los hombres; con tal que aquí abajo no tengamos testigos contra nosotros, estamos satisfechos. Y este es el motivo por el cual los hombres sueltan las riendas de sus malvadas codicias; es decir, porque el Espíritu de Dios no tiene dominio en sus vidas, y les parece muy bien haber concebido cosas execrables y haberlas hecho, puesto que nadie los amonesta. Entonces, hay muy poco de la ley de Dios delante de sus ojos. Porque si tuvieran esta luz en mente, es cierto que la misma reprimiría la totalidad de sus malos deseos, los purgaría de todas sus fantasías con las cuales están inflados. En efecto, si estamos avergonzados delante de los hombres, ¡cuánto más deberíamos ser movidos por aquel que es el Juez de todos! Porque si los hombres nos juzgan, no lo hacen en su propia autoridad, ni en su propio nombre; es solamente para aprobar el juicio de Dios, puesto que solamente tiene él esa competencia. Ahora aquí está Dios que nos ve; sin embargo, no le rendimos ninguna reverencia; no nos preocupa provocar su ira contra nosotros. ¿Cómo es posible? De modo entonces, cuando hayamos aprendido bien esta lección, de que Dios ha derramado su luz sobre nosotros, ciertamente será un buen motivo para hacernos andar en toda pureza de conciencia, no solamente corrigiendo las faltas que cometemos exteriormente hacia los hombres, sino todo el mal que está oculto en nuestro interior, y toda hipocresía. Esto es entonces, lo que tenemos que recordar de esta palabra.

Ahora Bildad, habiendo hablado de esta manera, agrega, "¿Qué justicia, entonces, se atribuirá al hombre comparado con Dios?” Palabra por palabra esto es, "con Dios. ¿Y cómo será limpio el que nace de mujer?" Esto es como un auténtico comparendo dirigido hacia nosotros, para mostrarnos que somos muy necios estimándonos a nosotros mismos, y haciendo creer que tenemos alguna justicia o poder en nosotros, algo que sea digno de alabanza. Un ladrón que está en medio del bosque no temerá ni la justicia ni ninguna otra cosa. Es cierto que siempre llevará un temor; como ya se ha visto antes, Dios ha grabado sobre el corazón de los hombres tal sentimiento hacia sus pecados que ellos tienen que juzgarse y condenarse a sí mismos. A pesar de ello los malhechores están tan contentos que no les importa ahorcar a cuanto caminante encuentren si lo pueden atrapar. Sin embargo, cuando ven que su tiempo se acaba, cuando ven que su pago está listo ya no tienen ese valor, ya no tienen esa furia con la cual fueron embrutecidos. Así es con nosotros; porque mientras no sabemos que tenemos que rendir cuentas a Dios, y mientras no comprendemos su infinito poder, y el señorío que tiene en sí mismo, existe tal presunción en nosotros que no nos cuesta nada magnificarnos por encima de las nubes; y si se menciona justicia en cuanto a nosotros, no tardamos en hallarla, nuestros vicios nos son virtudes. Así es como los hombres, antes de haber sido convocados delante de él, y traídos por la fuerza, están tan ebrios de su coraje que no pueden reconocerse tal como son. Porque si se reconocieran, ya no habría ocasión de apreciarse a sí mismos. Es por eso que ahora Bildad dice de manera especial, "¿Cómo se justificará el hombre mortal delante de Dios?" Esta palabra tiene mucho peso, es como si dijera, "Muy bien, mientras los hombres están entre ellos, serán plenamente capaces de juzgar sus virtudes, cada uno de ellos dirá, 'Yo, yo soy un buen hombre' y aun se estimará mucho más que otros cuando se trate de ponderase en la balanza. 'Y este fulano tiene tal defecto, tiene tal y cual vicio.'" Sabemos perfectamente bien cómo despreciar a otros echándolos por tierra que es una maravilla; y sin embargo, no queremos confesar nuestras propias debilidades, nos cubrimos todo lo que podemos. Y si existe una pequeña gota de virtud (al menos así parece; porque todo ello no es sino humo, como pronto veremos), ¡oh! queremos que Dios nos tenga en tanta estima y que nos precie tanto, que debiera robarse a sí mismo para recompensarnos. Esta es, entonces, la arrogancia de los hombres, en efecto, mientras ellos se consideran entre sí. Pero cuando hemos venido ante Dios y reconocemos lo que somos, y cuando inquirimos en nuestro interior para examinar nuestra vida, siendo aterrados por su majestad, que no nos permite enredarnos en nuestra hipocresía y mentiras, entonces olvidamos todas estas necias jactancias por las cuales estuvimos engañados por un tiempo. Y aprendamos así, siguiendo lo que aquí se nos declara, que cuando seamos tentados con orgullo, y cuando supongamos tener alguna virtud con la cual estimarnos grandemente a nosotros mismos, aprendamos, digo, a presentarnos delante de Dios, y no esperemos que él nos arrastre a su presencia, sino que cada uno cumpla este oficio consigo mismo; porque aquí está nuestro Señor quien nos muestra el procedimiento que debemos seguir. El hombre entonces, siempre imaginará tener, no sé qué, con lo cual magnificarse a sí mismo; pero para corregir esta necedad y arrogancia dejemos que solamente se pregunte, "¿Quién eres?" Ahora bien, para saber quiénes somos, vengamos a Dios. Porque el hombre nunca se reconocerá mientras esté encerrado en sí mismo, o mientras se compara a sí mismo con sus semejantes; pero es cuando hayamos elevado nuestros ojos y reconozcamos que debemos venir ante el trono de aquel que conoce a cada uno, que no es como los hombres mortales que están contentos con trozos de deshecho, y ante quien no podemos presentar nuestras cáscaras externas, que son todas esas cosas que no sirven para nada, que aquí se precian tanto. Entonces, cuando hayamos conocido que todo ello se desvanece delante de Dios, entonces aprenderemos a tomar nuestro lugar, y a no ser elevados con semejante orgullo.

Y es por eso que se dice, "hombre" ciertamente, "aquel que es nacido de mujer, ¿cómo se justificará con respecto de Dios?" Sin embargo, puesto que no existe nada más difícil, que hacer razonar a los hombres, y lograr que sean totalmente despojados de su vana confianza, por la cual son engañados, Bildad agrega aquí, "He aquí que ni aun la misma luna será resplandeciente, ni las estrellas son limpias delante de sus ojos; ¿Cuánto menos el hombre, que es un gusano, y el hijo del hombre, también gusano?" Es cierto que esta palabra puede ser expuesta de diversas maneras, es decir, como que Dios no va a brillar tan lejos como la luna; o bien que no extenderá su tabernáculo, es decir, que no se digna a acercarlo; y que las estrellas no son puras, es decir, todas las criaturas en las cuales no obstante vemos gran nobleza, realmente tendrían que ser removidas por Dios; que existe una distancia demasiado grande. Y esto se dice especialmente porque las criaturas en las alturas son más excelentes que aquellas aquí abajo. Pero aunque fuera así, allí está Dios que está tan distante de ambos, tanto de la luna como de las estrellas, que existe una distancia infinita. ¿De qué manera entonces hemos de acercarnos a él? Ahora este significado es suficientemente útil; en efecto, ya sea que se lo interprete como "brillar" o como "extender su tabernáculo," es todo lo mismo. En resumen, Bildad quiere indicar que si el Señor quisiera llamar ante su presencia sus criaturas, no hallaría más luz en la luna, y las estrellas quedarían oscuras; y, sin embargo, ellas son las que iluminan el mundo; de modo que todas las cosas tendrán que ser aniquiladas cuando se presente la majestad de Dios. Ahora los hombres se agradan y se glorifican ellos mismos. ¿A dónde están alas con las que podamos ascender tan alto para tomar la luna entre nuestros dientes (como ellos dicen) o para escalar las estrellas? Sin embargo, cuando suponemos que no tenemos absolutamente nada en nosotros mismos y que Dios se presenta, todo tiene que ser tragado, y transformado a nada, por su gloria incomprensible. Ahora vemos dónde están los hombres cuando quieren glorificarse ellos mismos. Ciertamente digo, Satanás tiene que haberlos embrujado totalmente; porque es como si volaran por encima de las estrellas. ¿Y están suficientemente equipados para ello? Cuando los hombres quieren escalar solamente cuatro escalones, es para quebrarse la nuca, luego para despedazarse sus nervios. Ahora bien, siempre que suponemos que tenemos algo para glorificarnos a nosotros mismos, damos semejante salto que es como para quebrar la nuca de los hombres y de los ángeles por así decirlo. Entonces, ¿no es que somos (como ya lo he dicho) más que locos? Esta es la intención de Bildad.

Además, hay algunos que exponen esto como que son las eclipses de la luna, pero tal interpretación de ninguna manera puede ser garantizada; porque el sentido es más simple, es decir: las criaturas más nobles, y que incluso parecen tener algo de divinidad no son nada cuando se las compara con Dios; todo esto tiene que ser reducido a nada y que solamente permanezca Dios en su perfección; y nosotros tenemos que reconocer que no hay ni justicia ni poder, ni sabiduría, sino solamente en él; todo el resto no es más que mera vanidad. Es cierto, sin embargo, que la experiencia muestra que el sol no es oscuro, ni las estrellas. Sí, verdaderamente, con respecto de nosotros. Entonces tenemos que notar que la luz que tienen deben tomarla prestada de otra parte.1 Son como pequeñas chispas que Dios muestra de su gloria. Entonces, ni el sol, ni la luna, ni las estrellas pueden glorificarse por derecho propio. Incluso si Dios se les opusiera esta luz tendría que ser oscurecida con todo el resto. Porque si ante el sol el aspecto de las estrellas nos parece oscuro, les pregunto ¿qué será respecto de la infinita luz de Dios? Ahora vemos la intención de Bildad. En efecto, en cuanto a la luna dice que no habrá luz; las estrellas no tendrán pureza delante de Dios. Es como si dijera: "Ciertamente vemos la luz derramada en todo el mundo; tenemos nuestros ojos que la reciben y se regocijan e ella; sin embargo, todo ello no es nada delante de Dios, incluso en cuanto al cuerpo de la luna y de las estrellas del cielo, todo ello" dice Bildad, "será oscurecido y se desvanecerá al ser comparado con la gloria de Dios."

Y ahora venimos a los hombres, ¿Qué son? ¿Qué pueden hacer? ¿Qué poder tienen? ¿De qué se pueden jactar? ¿No son sino gusano y pudrición; y, sin embargo, se quieren justificar en ello? Solamente nos resta practicar esta doctrina y aplicarla a nuestro uso. Aquí se nos muestra que al venir delante de Dios, no hay nada digno de alabanza que podamos traer. Entonces aquí se declara a los hombres despojados de todo bien, sin una sola gota de justicia por la cual podrían mejorar ellos mismos; no les queda sino aceptar su condenación sabiendo que solamente encierran todo tipo de pobreza y miseria. Ahora bien, si esta doctrina fuese bien conocida por los hombres no tendríamos tantos combates y disputas con los papistas como los que tenemos. Porque quienes están del lado de ellos se precian de su libre voluntad; como si los hombres tuvieran algún poder para disponer de sí mismos delante de Dios. Es cierto, sin lugar a dudas, confesarán que somos débiles, y que no podemos hacer nada sin la ayuda de Dios, y sin ser preparados por la gracia de su Espíritu Santo. ¿Pero qué? Mientras tanto atribuyen algunas capacidades a los hombres; y entonces se consideran cooperadores con Dios para ayudarle en su gracia, para trabajar en común; en resumen, son sus compañeros. Y entonces, ¿cuál es el fundamento que ellos ponen? Ellos mismos tienen que atribuirse esto y aquello de manera que ya no será asunto sino de magnificar a los hombres en sus poderes y méritos. Porque si bien siempre confiesan que necesitamos de la piedad de Dios y que él tiene que ser misericordioso con nosotros, ¡oh! sin embargo, levantan viento en su interior de manera de inflarse; es decir que se embriagan con estas doctrinas diabólicas haciendo creer que tienen más mérito, y que Dios los acepta conforme porque pueden ser dignos de su gracia, y que él siempre tiene en cuenta sus virtudes. Así es entonces, en el papado. "Y entonces" dirán, "si fallamos, ¡oh! tenemos nuestras obras que sobreabundan; podemos satisfacer a Dios respecto de nuestros pecados; y aunque le hayamos ofendido, y aunque sabemos que perdonará nuestras faltas, no obstante, podemos presentarle algunas satisfacciones; y esta es la forma de reconciliarnos con él." Ahora, si esto que se nos muestra aquí por Bildad, y lo que hemos visto previamente hubiera sido mejor conocido, todas estas disputas se vencerían. Para los papistas, les es fácil juzgar, así rápidamente, la justicia de los hombres, sus méritos, sus satisfacciones y su libre voluntad. ¿Y por qué? Porque no tienen en cuenta a Dios, porque están dormidos en su vana creencia, la cual han concebido ellos mismos para justificar a los hombres con su propio poder. Sin embargo, debiéramos notar bien este pasaje. Notemos entonces, para concluir, cuando podamos convocar nuestras conciencias delante de Dios, serán para humillarnos, y de tal manera que ya no será cuestión de presumir nada con respecto de nosotros mismos; en cambio, reconoceremos que somos solamente gusano y pudrición, que en nosotros solamente hay infección y toda clase de hediondez. ¿Qué queda, entonces? Aprendamos adonde depositar toda nuestra confianza cada vez que se nos hable de los medios de nuestra salvación, es decir, que siendo recibidos por nuestro Dios mediante su pura bondad, él nos purga y limpia con su Santo Espíritu de todas nuestras manchas, y nos lava en la sangre de nuestro Señor Jesucristo, la cual ha derramado para purgarnos, dejándonos tan puros y limpios que podemos existir ante su rostro.

Ahora inclinémonos en humilde reverencia ante el rostro de nuestro Dios.

NOTAS DELTEXTO
SERMÓN NO. 11
*Sermón 94 en Calvini Opera, Corpus Reformatorum, V. 34, pp. 405-418.

1. Aunque podamos entender que "de otra parte" simplemente quiera decir que las estrellas toman su luz de Dios, es evidente que aquí la astronomía de Calvino estaba equivocada. Sin embargo, hay que recordar que en 1554, año en que fue predicado este sermón, aun eran relativamente desconocidas las teorías de Copérnico (1473-15343). Galileo, la persona que popularizó dichas teorías no nació sino en 1564, año en que murió Calvino. Nótese también que el argumento de Calvino no es destruido sino más bien fortalecido por la astronomía de Copérnico.

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