Este es su famoso sermón predicado en julio de 1741.
“A su tiempo su pie resbalará” (Deuteronomio
32:35).
En este
versículo la venganza de Dios amenazaba sobre los israelitas impíos e
incrédulos, que eran el pueblo visible de Dios, y quienes vivieron bajo los
medios de la gracia; pero quienes no obstante todas los obras maravillosas de Dios
para con ellos, permanecieron (como dice el v.28) desprovistos de consejos, no
teniendo entendimiento en ellos. De todos los cultivos del cielo, sacaron a luz
frutos amargos y venenosos; como en los dos versículos que preceden al texto.
-La expresión que he escogido para mi texto, A su tiempo su pie resbalará,
parece indicar las siguientes cosas con respecto al castigo y destrucción a que
están expuestos estos impíos israelitas.
1.
Estuvieron siempre expuestos a destrucción; como uno que permanece o camina en
lugares resbaladizos está siempre expuesto a la caída. Esto está implicado en
la manera de su destrucción cuando viene hacia ellos, estando representada por
sus pies resbalando. Lo mismo es expresado en el Salmo 73:18.”Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en
asolamientos los harás caer.”
2.
Implica que estuvieron siempre expuestos a una rápida destrucción repentina.
Como el que camina en lugares resbaladizos está expuesto en cada momento a
caer, no puede predecir si al siguiente momento permanecerá de pie o caerá; y
cuando cae, cae de un sopetón sin advertencia, lo cual está también expresado
en el Sal.73:18-19. “Ciertamente los has puesto en deslizaderos;
en asolamientos los harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente!”
3. Otra
cosa implicada es, que están expuestos a caer por ellos mismos, sin ser
arrojados a tierra por la mano de otro; como aquel que permanece de pie o
camina en suelo resbaladizo no necesita otra cosa que su propio peso para caer
al suelo.
4. La
razón por la que no han caído todavía, ni caen ahora, es solamente porque el
tiempo señalado por Dios no ha llegado. Porque se dice que cuando ese esperado
tiempo, o momento señalado Ilegue, sus pies resbalarán. Luego se dejarán caer,
de la manera en que están inclinados a ello por su propio peso. Dios no los
sostendrá ya más en estos lugares resbaladizos, sino que los dejará ir; y
luego, en ese mismo instante caerán en destrucción; como aquel que se encuentra
en suelos inclinados y resbalosos, o en el filo de un abismo, que no puede
mantenerse firme por sí solo; cuando se deja sin apoyo, inmediatamente cae y se
pierde.
La
observación de estas palabras en las que voy a insistir ahora es ésta: “No hay
otra cosa que mantenga a los hombres impíos fuera del infierno en todo momento
que el mero placer de Dios.” Por el mero placer de Dios quiero significar su
placer soberano, su voluntad arbitraria, no restringida por ninguna obligación,
ni impedida por ninguna dificultad, ni ninguna otra cosa; como si la pura
voluntad de Dios no tuviera ni un momento, en el menor grado, o en ningún otro
aspecto, ningún lugar en la preservación de los impíos. La verdad de esta
observación aparece al considerar lo siguiente:
1. Dios
no desea en ningún instante hacer muestra de su poder arrojando a los impíos en
el infierno. Las manos de los hombres no pueden ser fuertes cuando Dios se
levanta; el más fuerte no tiene poder para resistirle, ni puede librarse de sus
manos. El no sólo es capaz de arrojar a los impíos en el infierno, sino que
puede hacerlo fácilmente. Algunas veces un príncipe terrenal se encuentra con
la dificultad de sujetar a un rebelde que ha encontrado medios para
fortificarse a sí mismo, y se ha hecho fuerte por el número de sus seguidores.
Pero no es así con Dios. No hay Fortaleza que sea defensa contra el poder de
Dios.
Aunque
mano se una con mano, y una vasta multitud de los enemigos de Dios se combinen
y asocien, son fácilmente quebrados en pedazos. Son como grandes montones de
paja ligera ante el torbellino; o grandes cantidades de rastrojo seco ante
llamas devoradoras. Encontramos fácil pisotear y aplastar un gusano que vemos
arrastrarse en la tierra; también es fácil para nosotros cortar o chamuscar un
hilo delgado que agarre cualquier cosa; y así es fácil para Dios, cuando le
place, arrojar a sus enemigos al infierno. ¿Qué somos nosotros para que
permanezcamos de pie frente a Él, ante cuya reprensión la tierra tiembla, y las
rocas son arrojadas?
2.
Ellos merecen ser echados en el infierno; de manera que si la justicia divina
se encuentra en el camino, no hay objeción eficaz contra el uso del poder de
Dios para destruirlos. Antes, por el contrario, la justicia clama fuertemente
por un castigo infinito de sus pecados. La justicia divina dice del árbol que
da a luz las uvas de Sodoma, “córtalo,
¿para qué inutiliza también la tierra?” (Luc. 13:7). La
espada de la justicia divina está en cada momento blandeada sobre sus cabezas,
y no es otra cosa que la misericordia arbitraria y la pura voluntad de Dios que
la detiene.
3.
Ellos ya están bajo una sentencia de condenación al infierno. No sólo merecen
justamente ser arrojados allí, sino que la sentencia de la ley de Dios, esa
regla eterna e inmutable de justicia que Dios ha fijado entre El y la
humanidad, ha ido en su contra, y permanece en su contra; de manera que ya
están dispuestos para el infierno. “El que no
cree, ya ha sido condenado” (Juan 3:18). De modo que cada
inconverso pertenece propiamente al infierno; ese es su lugar; de alli es él. “Vosotros sois de abajo” (Juan 8:23), y allí
estáis atados; es el lugar que la justicia, la palabra de Dios, y la sentencia
de su ley immutable les han asignado.
4.
Ellos ahora son los objetos de ese mismo enojo e ira de Dios que es expresado
en los tormentos del infierno. Y la razón por la que no bajan al infierno en
cualquier momento, no es porque Dios, en cuyo poder están, no está entonces muy
enojado con ellos, como lo está con muchas criaturas miserables que ahora están
siendo atormentadas en el infierno, y allí sienten y experimentan el furor de
su ira. Si, Dios está más enojado con otros tantos que ahora están en la
tierra; sí, sin duda lo está con muchos que están ahora en esta congregación,
con quienes está airado con más facilidad que con muchos de los que se
encuentran ahora en las llamas del infierno. Pero no es porque Dios se haya
olvidado de su impiedad ni se resienta por ello la razón por la que no desata
su mano y los corta. Dios no es en conjunto como uno de ellos, para ellos su
condenación no se duerme; el abismo está preparado, el fuego ya está listo, el
horno está caliente, listo para recibirlos; las llamas se inflaman y arden. La
espada resplandeciente está afilada y se sostiene sobre ellos, y el abismo ha abierto
su boca bajo ellos.
5. El
diablo está listo para caer sobre ellos y asirlos para sí; momento que Dios
permitirá. Ellos le pertenecen; él tiene sus almas en su posesión y bajo su
dominio. La Escritura los representa como sus buenas dadivas (Luc.11:13). Los demonios los vigilan; siempre
están a su diestra por ellos; permanecen esperando por ellos como leones
hambrientos y codiciosos que ven su presa y esperan tenerla, pero por el
momento se retienen. Si Dios retirara su mano, por la cual ellos son
restringidos, volarían sobre sus pobres almas. La serpiente antigua los mira
con asombro; el infierno abre su amplia boca para recibirlos; y si Dios lo
permitiera serían apresuradamente tragados y se perderían.
6. En
las almas de los impíos reinan principios infernales que estuvieran actualmente
encendidos y llameando en el infierno de fuego si no fuera por las
restricciones de Dios. En la naturaleza de cada hombre carnal está colocado un
fundamento para los tormentos del infierno. Hay esos principios corrompidos
reinando y en plena posesión de ellos, que son la semilla del infierno de
fuego. Estos principios son activos y poderosos, excesivos y violentos en su
naturaleza, y si no fuera por la mano restringente de Dios pronto estallarían y
se inflamarían de la misma manera que loarían las corrupciones y enemistad en
los corazones de las almas condenadas, y engendrarían los mismos tormentos que
crean en ellos. Las almas de los impíos son comparadas en la Escritura al mar
en tempestad (Is.57:20). Por el presente,
Dios restringe su impiedad por medio de su gran poder, de la misma manera en
que hace con las coléricas ondas del mar turbulento, diciendo, “hasta aquí
llegarás y no pasarás;” pero si Dios retirara ese poder restringente,
rápidamente se llevaría todo por delante. El pecado es la ruina y la miseria
del alma; es destructiva en su naturaleza; y si Dios lo dejara sin restricción
no faltaría nada para hacer al alma algo perfectamente miserable. La corrupción
del corazón del hombre es inmoderada e ilimitada en su furia; y mientras el
impío vive aquí es como un fuego contenido por las restricciones de Dios, que
si fuera dejado en libertad atacaría con fuego el curso de la naturaleza; y ya
que el corazón es ahora un montón de pecado, de no ser restringido,
inmediatamente convertiría el alma en un horno ardiente, o en un horno de fuego
y azufre.
7. No es
seguridad para los impíos el que en ningún momento haya medios visibles de la
muerte a la mano. No es seguridad para un hombre natural el que está ahora en
salud ni el que no vea ninguna manera en la que pueda ahora partir
inmediatamente de este mundo por algún accidente, ni el que no haya ningún
peligro visible en ningún aspecto en sus circunstancias. La experiencia múltiple
y continua del mundo en todas las edades muestra que no hay evidencia de que un
hombre no está en el borde de la eternidad, y de que el próximo paso no sea en
otro mundo. Lo invisible, el olvido de modos y medios por los que las personas
salen súbita- mente del mundo son innumerables e inconcebibles. Los hombres
inconversos caminan sobre el abismo del infierno en una cubierta podrida, y hay
innumerables lugares tan débiles en esta cubierta que no pueden soportar su
peso; lugares que además no se ven a simple vista. Las flechas de la muerte
vuelan a mediodía sin ser vistas; la vista más aguda no las puede discernir.
Dios tiene tantas maneras diferentes e inescrutables de tomar al impío fuera
del mundo y enviarlos al infierno, que no hay nada que haga parecer que Dios
tuviera necesidad de estar a expensas de un milagro, o salirse fuera del curso
de su providencia, para destruir al impío en cualquier instante. Todos los
medios por los que los impíos parten del mundo están de tal manera en las manos
de Dios, y tan universal y absolutamente sujetos a su poder y determinación,
que no depende sino de la pura voluntad de Dios el que los pecadores vayan en
cualquier momento al infierno, el que los medios nunca sean usados o estén
involucrados en el caso.
8. La
prudencia y el cuidado de los hombres naturales para preservar sus propias
vidas, o el cuidado de otros para preservarlos a ellos, no les brinda seguridad
en ningún momento. De esto dan testimonio la providencia divina y la experiencia
universal. Hay la clara evidencia de que la propia sabiduría de los hombres no
es seguridad para ellos cuando están frente a la muerte; si fuera de otra manera
veríamos alguna diferencia entre los hombres sabios y políticos y los demás con
respecto a su propensión a una muerte temprana e inesperada; pero ¿cómo es esto
en los hechos? “También
morirá el sabio como el necio” (Ecl.2:16).
9.
Todas las luchas y maquinaciones que los hombres impíos usan para escapar del
infierno, mientras continúan rechazando a Cristo, permaneciendo así como
impíos, no les libra del infierno en ningún momento. Casi todo hombre natural
que oye del infierno se adula a sí mismo de que escapará; depende de sí mismo
para su seguridad; se lisonjea a si mismo en lo que ha hecho, en lo que está
haciendo, o en lo que intenta hacer. Cada quien dispone cosas en su mente sobre
cómo evitará la condenación, y se engaña a si mismo planeando su propio bien, y
pensando que sus esquemas no fallarán. Ellos oyen sin embargo que son pocos los
que se salvan, y que la mayor parte de los hombres que han muerto hasta ahora
han ido al infierno; pero cada quien se imagina que planea mejores cosas para
su escape que lo que otros han hecho. El no pretende ir a ese lugar de
tormento; dice dentro de si que intenta tomar cuidado eficaz, y ordenar las
cosas de tal manera que no falle.
Pero
los hijos insensatos de los hombres se engañan miserablemente a Si mismos en
sus propios esquemas, y en confianza de su propia fuerza y sabiduría; no
confían en más que una mera sombra. La mayoría de esos que hasta ahora han
vivido bajo los mismos medios de gracia y han muerto, han ido indudablemente al
infierno; la razón no es que ellos no eran tan sabios como los que ahora están
vivos; no fue porque no planearon cosas que les aseguraran su escape. Si
pudiéramos hablar con ellos, y preguntareis, uno por uno, si ellos esperaban
cuando vivos y cuando oían hablar acerca del infierno que serian objetos de esa
miseria, indudablemente escucharíamos uno por uno contestar: “No, yo nunca
pretendí venir aquí; había dispuesto las cosas de otra manera en mi mente;
pensé haber planeado el bien para mí; ideé un buen patrón. Intenté tomar un
cuidado eficaz; pero vino sobre mí inesperadamente. No lo esperaba en ese
momento y de esa manera; vino como un ladrón. La muerte me burló. La ira de
Dios fue demasiado rápida para mí. 0h mi maldita insensatez! Me estaba
engañando y agradando con sueños vanos acerca de lo que yo haría en el más
allá; y cuando me encontraba diciendo, ‘paz y seguridad, ‘vino sobre mi
destrucción repentina.”
10.
Dios en ningún momento se ha puesto bajo ninguna obligación por alguna promesa
que haya dado, de mantener al hombre natural fuera del infierno. Ciertamente
Dios no ha dado promesas acerca de la vida eterna o de alguna liberación o
preservación de la muerte eterna, sino aquellas que están contenidas en el
pacto de gracia, las promesas son sí y amén. Pero seguramente aquellos que no
son hijos del pacto, que no creen en ninguna de las promesas, no tienen interés
en las promesas del pacto de gracia, y no tienen interés en el Mediador del
pacto. De manera que, aunque alguno haya tenido imaginaciones y pretensiones
acerca de promesas hechas a hombres naturales que buscan con sinceridad, es
claro y manifiesto que no importa los dolores que un hombre natural sufra en la
religión, ni las oraciones que haga, hasta que no crea en Cristo, Dios no está
de ninguna manera bajo la obligación de librarlo en ningún momento de la
destrucción eterna. De manera que así es que los hombres naturales son tornados
en la mano de Dios sobre el abismo del infierno; se han merecido el fiero
abismo, y ya están sentenciados a él; Dios ha sido terriblemente provocado, su
ira es tan grande hacia ellos como la de esos que están actualmente sufriendo
las ejecuciones de la furia de su ira en el infierno, y no han hecho nada en lo
más mínimo para apaciguar o disminuir ese enojo, ni está Dios atado en lo más mínimo
a ninguna promesa de levantarlos en ningún momento.
El
diablo está esperando por ellos, el infierno está abierto de par en par para
ellos, las llamas se reúnen y centellean a su alrededor, los atraparán y
tragarán; el fuego contenido en sus corazones está luchando para estallar; y
ellos no tienen ningún interés en ningún mediador; no hay medios al alcance que
les puedan servir de seguridad. En resumen, no tienen refugio, nada de que
aferrarse; todo lo que los preserva en todo instante es la pura voluntad y la
paciencia no pactual ni obligada de un Dios encolerizado.
APLICACIÓN
Este
terrible tema puede ser útil para hacer despertar algunas personas inconversas
en esta congregación. Esto que has oído es el caso de cada uno de ustedes que
se encuentra fuera de Cristo. Ese mundo de miseria, ese lago de azufre ardiente
se extiende debajo de ti. Allí está el espantoso abismo de las llamas ardientes
de la ira de Dios; alli está la ancha boca del infierno abierta de par en par;
y no tienes nada sobre que permanecer en pie, ni nada de donde agarrarte; no
hay nada entre ti y el infierno sino sólo el aire; es tan sólo el poder y el
puro placer de Dios el que te soporta.
Posiblemente
no eres sensible a esto; te ves fuera del infierno, pero no ves la mano de Dios
en ello; pero contempla otras cosas, como el buen estado de tu constitución
corporal, el cuidado de tu propia vida, y los medios que usas para tu
preservación. Pero verdaderamente estas cosas son nada; si Dios retirara su
mano, ellas no te beneficiarían más en cuanto a evitar tú caída, que lo que
hace el delgado aire al sujetar una persona que se suspende en él.
Tu
impiedad te hace como si fueras tan pesado como el plomo, y te dirigirá hacia
abajo con gran peso y presión directo al infierno; y si Dios te dejara caer,
inmediatamente te sumergirías y rápidamente descenderías dentro del golfo sin
fondo; y tu constitución saludable, y tu propio cuidado y prudencia, y tu mejor
plan, y toda tu justicia, no tendrían más influencia para sujetarte y librarte
del infierno, que lo que una tela de araña puede hacer para frenar una roca al
caer.
De no
ser por el soberano placer de Dios, la tierra no te sostendría un instante
porque eres una carga para ella. La creación gime contigo; la criatura está
hecha sujeta a la esclavitud de tu corrupción, no para ayudarte voluntariamente
a servir al pecado y a Satanás; la tierra no produce su incremento voluntariamente
para satisfacer tus pasiones; ni es voluntariamente un escenario sobre el que
tus impiedades actúen; el aire no te sirve voluntariamente para mantener la
llama de vida de tus órganos vitales, mientras pasas tu vida al servicio de los
enemigos de Dios. Las criaturas de Dios son buenas, y fueron hechas para que el
hombre sirviera a Dios con ellas, y para que no sirvieran voluntariamente a
ningún otro propósito, y para que gimieran cuando eran usadas para propósitos
tan directamente contrarios a su naturaleza y fin. El mundo te vomitaría de no
ser por la mano soberana de Aquel que lo tiene sujetado en esperanza. Las
negras nubes de la ira de Dios están ahora flotando directamente sobre sus
cabezas, llenas de terribles tormentas y truenos; y de no ser por la mano
restringente de Dios hubieran reventado inmediatamente sobre ti. El placer
soberano de Dios, por el presente, detiene su viento agitado; de otro modo vendría
con furia, y tu destrucción llegaría como torbellino. Serias como la paja
menuda del suelo de trillo del verano.
La ira
de Dios es como grandes aguas que están destinadas para el presente; aumentan
más y más, y crecen más y más, hasta que la salida sea dada. Y mientras se
detenga la corriente, más rápido y poderoso será su curso cuando sean desatadas.
Es verdad que el juicio contra tus obras perversas no ha sido ejecutado todavía;
los diluvios de la venganza de Dios han sido retenidos; pero tu culpa
entretanto está constantemente aumentando, y está cada día atesorando más ira;
las aguas están aumentando constantemente, y creciendo más y más poderosas; y
no hay nada fuera del puro placer de Dios que refrene las aguas, las cuales no
quieren ser detenidas, y presionan duramente para ir hacia adelante. Si Dios
tan sólo retirara su mano de la compuerta, se abriría inmediatamente, y los
fieros diluvios del furor e ira de Dios empujarían con furia inconcebible, y
vendría sobre ti con poder omnipotente; y si tu fuera diez mil veces mayor que
lo que es, sí, diez mil veces mayor que la fuerza del más corpulento y robusto
diablo en el infierno, no sería nada para resistirla o soportarla.
El arco
de la ira de Dios está encorvado, la flecha lista en la cuerda, y la justicia
dirige la flecha a tu corazón, y estira el arco, y no es otra cosa que el mero
placer de Dios, y el que un Dios airado que sin ninguna promesa y obligación
del todo, retiene la flecha de embriagarse con tu sangre. Así todos los que de
ustedes nunca han pasado por un gran cambio de corazón, por el gran poder del Espíritu
de Dios sobre sus almas; todos los que de ustedes nunca han nacido de nuevo, ni
han sido hechos nuevas criaturas, ni han sido levantados de la muerte en el
pecado a un nuevo estado, ni han experimentado la luz y la vida, están en las
manos de un Dios airado. Aunque hayan reformado sus vidas en muchas cosas, y
hayan tenido afecciones religiosas, y hayan podido mantener cierta forma de
religión con sus familiares y cercanos, y aún en la casa de Dios, no es otra
cosa que Su mero placer que los preserva de ser consumidos en la destrucción
eterna. No importa cuán poco convencidos estén ahora de la verdad que oyen, a
su tiempo estarán plenemente convencidos de ella. Aquellos que han partido
estando en las mismas circunstancias en que están ustedes, ven que así fue con
ellos; porque la destrucción vino bruscamente sobre la mayoría de ellos; cuando
no la esperaban, y mientras estaban diciendo, ‘paz y seguridad. ‘Ahora ven, que
esas cosas en las que dependían para la paz y la seguridad, no eran más que un
aire delgado y una sombra vacía. El Dios que te sostiene sobre el abismo del
infierno, más que uno que sostenga una araña, o cualquier insecto asqueroso
sobre el fuego, te aborrece, y ha sido terriblemente provocado. Su ira hacia ti
se enciende como fuego; te ve como digno, pero no para otra cosa que para ser
echado en el fuego; es tan puro de ojos que no puede mantenerte a su vista;
eres diez mil veces más abominable a sus ojos que lo que la serpiente venenosa
más odiada es a los nuestros. Le has ofendido infinitamente más que lo que un
rebelde obstinado ofende a su príncipe; y sin embargo, no es otra cosa que su
mano la que te sostiene de caer en el fuego en cualquier momento. No debe ser
atribuido a nadie más el que no hayas ido al infierno la última noche; el que
hayas sufrido otra vez el despertar en este mundo, después de haber cerrado los
ojos para dormir. Y no hay otra razón que dar de por qué no has caído en el
infierno desde que te levantaste en la mañana, que el hecho de que la mano de
Dios te ha sostenido. No hay otra razón que dar de porqué no has ido al
infierno, desde que te sentaste aquí en la casa de Dios, provocando sus ojos
puros por tu modo pecaminoso e impío de atender a su solemne adoración. Si, no
hay otra cosa que dar como razón de por qué no caes en el infierno en este
preciso momento. Oh, pecador, considera el terrible peligro en que estás. Es
sobre un horno de ira, un abismo amplio y sin fondo, lleno del fuego de la ira,
en el que estás soportado por la mano de Dios, cuya ira ha sido provocada e
inflamada tanto contra ti, como contra muchos de los ya condenados en el
infierno. Cuelgas de un hilo delgado, con las llamas de la ira divina destellando
alrededor, y listas en todo momento para chamuscarlo y quemarlo en dos; y no
tienes interés ni por un instante en ningún Mediador, ni en nada en qué
aferrarte para salvarte a ti mismo, ni para librarte de las llamas de la ira.
Ni siquiera hay algo en ti, nada de lo que hayas hecho ni puedas hacer, para
inducir a Dios a per- donarte. Por eso te pido que consideres los siguientes
puntos de modo más particular:
1. Mira
de quien es la ira. Es la ira de un Dios infinito. Si fuera solamente la ira de
un hombre, aunque fuera la del príncipe más poderoso, sería comparativamente
pequeña para ser considerada. La ira de reyes es mucho más terrible,
especialmente la de monarcas absolutos, que tienen las posesiones y las vidas
de sus súbditos enteramente en su poder para disponer de ellas a su mera
voluntad. “Como rugido de cachorro de
león es el terror del rey; el que to enfurece peca contra sí mismo” (Prov.20:2). El súbdito que se
encoleriza mucho contra un príncipe arbitrario, está expuesto a sufrir los
tormentos más extremos que el arte humano puede inventar o que el poder humano
puede infligir. Pero las más grandes potestades terrenales, en su mayor
majestad y fuerza, cuando están vestidos de sus más grandes terrores, no son más
que gusanos débiles y despreciables de la tierra en comparación al Gran y
Todopoderoso Creador y Rey del cielo y a tierra. Es en realidad poco lo que ellos
pueden hacer n el momento en que ellos están más encolerizados, y cuando han
ejercido el extremo de su furia. Todos los reyes de la tierra son como
langostas ante Dios; son nada y menos que nada; tanto su amor como su odio son
tornados en poco. La ira del gran Rey de reyes es tanto más terrible que la de
ellos, como lo es su majestad. “Mas os
digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más
pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después
de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a
éste temed” (Luc. 12:4,5).
2. Es a
la furia de su ira a la que estás expuesto. A menudo leemos de la furia de
Dios; como en Is.59:18. “Como
para retribuir con ira a sus enemigos, y dar el pago a sus adversarios.” Así
también Is.66:15. “Porque he aquí que Jehová vendrá con
fuego, y sus carros como torbellino, para descargar su ira con furor, y su
represión con llama de fuego.” Y en muchos otros lugares. También Ap.19:15; allí leemos de “el lagar del vino del furor y
de la ira del Dios Todopoderoso.” Las palabras son en extremo
terribles. Si solamente se hubiera dicho, “la ira de Dios,” los términos
implicarían algo infinitamente terrible; pero es “el furor y la ira de Dios.”
iLa furia de Dios! ¡el furor de Jehová! ¡Oh, cuán terrible debe ser eso! ¿Quién
puede pronunciar o concebir lo que estas expresiones implican en sí mismas?
Pero además, “el furor y la ira del Dios Todopoderoso.” Como si hubiera una
gran manifestación de su poder omnipo- tente en lo que el furor de su ira
realiza; como si la omnipotencia estuviera encolerizada y ejercida de tal
manera que los hombres no pueden ejercer su fuerza en contra del furor de su
ira. Oh! entonces, ¡cuál será la consecuencia! ¡Qué será de aquellos pobres gusanos
que la sufrirán! ¿Quién tendrá manos fuertes para esto? ¿Qué corazón la podrá
resistir? ¡A qué terrible, indecible, inconcebible profundidad de miseria está
sumergida la pobre criatura que esté sujeta a esto! Considera esto, tú que
estás aquí presente, y aún permaneces en un estado no regenerado. Que Dios ejecutará
el furor de su enojo, implica, que El infligirá su ira sin piedad. Cuando Dios
observe la extremidad inefable de tu caso, y vea tu tormento estar tan
vastamente desproporcionado a tu fuerza, y vea cómo tu pobre alma es molida, y
se hunde como si estuviera en tinieblas infinitas; no tendrá compasión de ti,
no contenderá las ejecuciones de su ira, y ni siquiera aligerará su mano no
habrá moderación ni misericordia, no apaciguará su viento agitado; no tendrá
cuidado de tu bienestar, ni será en ningún sentido cuidadoso, a menos que
sufras mucho más en cualquier otra manera, que lo que sufrirías con lo que la
justicia estricta requiere. Nada será retenido por el hecho de que sea demasiado
fuerte de sobrellevar. “Pues
también yo procederé con furor; no perdonará mi ojo, ni tendré misericordia; y
gritarán a mis oídos con gran voz, y no los oiré (Ez.8:18). Ahora
Dios está presto a tener piedad de ti; este es un día de misericordia; puedes
gritar ahora con el aliento de obtener misericordia. Pero cuando el día de
misericordia pase, tus gritos y chillidos de lamento y dolor serán en vano;
estarás enteramente perdido y alejado de Dios, como para que nadie se interese
en tu bienestar. Dios no tendrá otra cosa que hacer contigo que ponerte a
sufrir miseria; no continuarás en existencia para otro fin que no sea ese;
porque serás un vaso de ira preparado para destrucción; y no habrá otro uso
para este vaso, que ser llenado a plenitud de ira. Dios estará tan lejos de
tener piedad de ti cuando grites, que se dice que solamente “reirá y se burlará” (Prov.1:25,26ss).
Cuán
terribles son esas palabras, las cuales proceden del gran Dios, “los pisé con mi ira, y los hollé con mi furor;
y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis ropas” (Is.63:3). Es quizás imposible
concebir otras palabras que expresen con más claridad la idea de despre- cio,
odio, y furia de indignación. Si clamas a Dios para que tenga piedad de ti, El
estará tan lejos de hacer tal cosa en tu doloroso caso, o de mostrarte ningún
cuidado o favor, que, en lugar de ello, te hollará bajo sus pies. Y aunque
sabrá que no podrás sobrellevar el peso de la omnipotencia sobre ti, no tendrá
consideración, sino que te aplastará bajo sus pies sin misericordia; hará volar
tu sangre al molerte, y salpicará sobre sus vestidos, de tal manera que
manchará todas sus ropas. No sólo te odiará, sino que te tendrá bajo el
desprecio más extremo; no habrá otro lugar más adecuado para ti que el estar
bajo sus pies, ser pisoteado como el fango de las calles.
3. La
miseria a la que estás expuesto es aquella que Dios infligirá con el fin de
mostrarte lo que la ira de Jehová es. Dios ha tenido en su corazón el mostrar a
los ángeles y a los hombres cuán excelente es su amor, y también cuan terrible
es su ira. Algunas veces los reyes terrenales tienen en mente mostrar cuán
terrible es su ira, por los castigos extremos que ejecutan en contra de
aquellos que le provocan. Nabucodonosor, ese monarca poderoso y orgulloso del imperio
caldeo, estuvo presto a mostrar su ira cuando se encolerizó contra Sadrac,
Mesac y Abednego; y de esa manera dió orden de que el fiero horno ardiente
fuera calentado siete veces más de como estaba. Sin duda, fue levantado al
grado más extremo de furor que el arte humano podía levantar.
Pero el
gran Dios está también presto a mostrar su ira, y magnificar su terrible
majestad y omnipotencia, en los sufrimientos extremos de sus enemigos. “¿Y qué, si Dios, quieren demostrar su ira y
hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados
para destrucción?” (Rom.9:22). Y viendo que ésta es su diseño,
aquello que El ha determinado, mostrar cuán terrible es la ira, la furia y el
furor de Jehová cuando no es refrenada, El lo llevará a cabo. Sucederá ante un
testigo algo que será espantoso. Cuando el gran Dios airado se haya levantado y
ejecutado su terrible venganza sobre el pobre pecador, y cuando el miserable
esté sufriendo el peso y el poder infinito de su indignación, entonces Dios
llamará al universo completo para que contemple esa terrible majestad y omnipotencia
que será vista en ella. “Y los
pueblos serán como cal quemada; como espinos cortados serán quemados con fuego.
Oíd, los que estáis lejos, lo que he hecho; y vosotros los que estáis cerca,
conoced mi poder. Los pecadores se asombraron en Sión, espanto sobrecogió a los
hipócritas” (Is.33:12-14). Así será
con aquellos de ustedes que están en un estado de no conversión, si continúan
en él. El poder infinito, la majestad y lo terrible del Dios omnipotente será
magnificado sobre ti, en la inefable fuerza de tus tormentos. Serás atormentado
en la presencia de los san- tos ángeles, y en la del Cordero; y cuando te
encuentres en ese estado de sufrimiento, los habitantes gloriosos del cielo
irán y verán el terrible espectáculo, para que puedan ver lo que es la ira y el
furor del Todopoderoso; y cuando lo hayan visto, caerán y adorarán es gran
poder y majestad. “Y de mes
en mes, y de día de reposo, en día de reposo, vendrán todos a adorar delante de
mí, dijo Jehová. Y saldrán, y verán los cadáveres de los hombres que se
rebelaron contra mí; porque su gusano nunca morirá, ni su fuego se apagará, y
serán abominables a todo hombre” (Is.66:23-24).
4. Es
una ira eterna. Sería terrible sufrir este furor y esta ira del Dios
Todopoderoso por un momento; pero debes sufrirla por toda la eternidad. No
habrá fin para esta aguda y horrible miseria. Cuando mires hacia delante, verás
un largo para siempre, una duración infinita ante ti, la cual tragará tus
pensamientos, y sor- prenderá tu alma; y estarás absolutamente desesperado de
no tener liberación, de no tener fin, de no mitigar, de no tener reposo del
todo. Conocerás ciertamente que deberás consumirte luchando contra esta
venganza todopoderosa y ausente de misericordia durante largas edades, millones
de millones de edades. Y cuando así lo hayas hecho, cuando esas tantas edades
hayan pasado sobre ti de esa manera, conocerás que eso es sólo un punto de lo
que queda. De manera que tu castigo será verdaderamente infinito. ¡0h, quién
puede expresar cuál es el estado del alma en tales circunstancias! Todo lo que
podamos decir acerca de ello solamente da una representación muy débil; es inexpresable e
inconcebible, porque “¿quién conoce el poder de la ira de Dios?”
¡Cuán
terrible es el estado de esos que diariamente y a cada hora están en peligro de
esta gran ira y miseria infinita! Pero ese es el lúgubre caso de cada alma en
esta congregación que todavía no ha nacido de nuevo, no importa cuán moralistas,
estrictos, sobrios y religiosos puedan ser. ¡Oh, si tan sólo consideraras esto,
ya seas joven o viejo! Hay razón para pensar, que hay muchos ahora en esta
congregación oyendo este discurso, que eventualmente serán sujetos de esta
miseria por toda la eternidad. No sabemos quiénes son, ni en qué asientos
están, ni qué pensamientos tienen ahora. Puede que ahora están cómodos, y oigan
todas estas cosas sin mucha turbación, y están ahora enfadándose a sí mismos de
que ellos no son esas personas, prometiéndose también que escaparán. Si
conociéramos de una persona, sólo de una en esta congregación, que fuera sujeto
de esta miseria, ¡qué terrible sería pensar en ello! Si supiéramos quien es,
¡qué vista más terrible fuera el mirar a tal persona! ¡Cómo surgiría un grito
de lamento amargo por él de parte del resto de la congregación! Pero ¡ay! en
lugar de uno, ¡cuántos de ustedes recordarán este discurso en el infierno!
Sería un milagro si algunos de los que están ahora presentes no se encontraran
en el infierno dentro de poco tiempo, o antes de que este año termine. Y no sería
un milagro si algunas personas, de las que ahora están aquí sentadas en algunos
asientos de esta casa de reunión, en salud, quietos y seguros, se encuentren
allí antes de mañana en la mañana. Aquellos de ustedes que continúen en un
estado natural, que piensen que serán librados del infierno más tiempo,
¡estarán allí en poco tiempo! su condenación no se tarda; vendrá velozmente, y,
con toda probabilidad, muy prontamente, sobre muchos de ustedes. Ustedes tienen
razón al admirarse de que no están ya en el infierno. Es dudoso el caso de
algunos que ustedes han visto y conocido, que nunca merecieron el infierno más
que ustedes, y que una vez parecieron igualmente estar vivos como ustedes.
Su caso
ha perdido toda esperanza; ahora están gritando en extrema miseria y perfecta
desesperación; pero ustedes están aquí en la tierra de los vivientes, en la
casa de Dios, y tienen una oportunidad de obtener salvación. ¡Qué no darían
esas pobres, condenadas y desesperanzadas almas por un día de oportunidad como
el que ahora disfrutas! Y ahora tienes una oportunidad extraordinaria, un día
en el que Cristo tiene ampliamente abierta la puerta de la misericordia,
permanece allí llamando, y gritando con alta voz a los pobres pecadores; un día
en el que muchos están uniéndose a Él, y apresurándose a entrar en el reino de
Dios. Muchos vienen diariamente del este, oeste, norte y sur; muchos que
estuvieron últimamente en la misma condición miserable en que están ustedes, y
que ahora están en un estado de alegría, con sus corazones llenos de amor por
aquel que los amó y los lavó de sus pecados con su propia sangre, y se gozan en
la esperanza de la gloria de Dios. ¡Cuán terrible será ser echado a un lado en
aquel día! ¡Ver a tantos festejando, mientras te estás consumiendo y
pereciendo! !Ver a tantos regocijándose y cantando con gozo del corazón,
mientras tienes motivo para lamentarte con pena interior, y clamar a gritos con
vejación del espíritu! ¿Cómo pueden descansar aun un momento en tal condición?
¿No son sus almas tan preciosas como las almas de la gente de Suffield (un
pueblo de las inmediaciones) que están yendo a Cristo día tras día? No hay
muchos de ustedes aquí que han vivido un largo tiempo en el mundo, y hasta este
día no han nacido de nuevo? y son así extranjeros de la nación de Israel, y no
han hecho otra cosa desde su existencia que atesorar ira en contra del día de
la ir
Oh,
señores, su caso, en una manera especial, es peligroso en extremo. Su culpa y
dureza de corazón es extremadamente grande. No ven ustedes cómo generalmente
las personas de su edad son pasados por alto y dejados en el notable presente y
maravillosa dispensación de la misericordia de Dios? Tienen necesidad de
considerarse a ustedes mismos, y despertar por completo del sueño. No pueden
Ilevar la carga del furor y la ira del Dios infinito. Y ustedes, hombres y
mujeres jóvenes, negarán esta preciosa época que ahora disfrutan, cuando tantos
otros de su edad están renunciando a todas las vanidades juveniles, y yendo a Cristo?
Tienen ahora una oportunidad extraordinaria; pero si la rechazan, les pasará
como a esas personas que gastaron todos los días preciosos de su juventud en el
pecado, y ahora han pasado a un estado de ceguera y endurecimiento. Y ustedes,
hijos, que están sin convertir, no saben que van al infierno, a sobrellevar la
terrible ira de ese Dios, que ahora está enojado contigo cada día y noche?
Estarán ustedes contentos de ser hijos del diablo, cuando tantos otros niños en
la tierra están convertidos, y han venido a ser los hijos santos y alegres del
Rey de reyes? Que cada uno que esté sin Cristo, y colgando sobre el abismo del
infierno, ya sea anciano o anciana, de mediana edad, joven o niños, oigan ahora
los fuertes llamados de la palabra y la providencia de Dios. Este año aceptable
del Señor, un día de tanto favor para algunos, será sin lugar a dudas un día de
notable venganza para otros. Los corazones de los hombres se endurecerían, y su
culpa se incrementaría aprisa en un día como éste, si niegan salud a sus almas.
Nunca hubo tanto peligro para estas personas de ser entregadas a la dureza de
corazón y ceguera de mente. Dios ahora parece estar reuniendo apresuradamente a
sus escogidos de todas partes de la tierra; y probablemente la mayor parte de
los adultos que se salvarán, serán traídos dentro de poco tiempo, y será como
el gran repartimiento del Espíritu sobre los judíos en los días de los
apóstoles. Los elegidos obtendrán la salvación, y el resto será cegado. Si éste
fuera tu caso, maldecirás este día eternamente, y maldecirás el día en que
naciste al ver el tiempo de repartimiento del Espíritu, y desearás haber muerto
e ido al infierno antes de haberlo contemplado. Ahora, indudablemente, como lo
fue en los días de Juan el Bautista, el hacha está colocada de una manera
extraordinaria a la raíz de los árboles, para que todo árbol que no dé buen
fruto, sea cortado, y arrojado al fuego. Por tanto, que todo aquel que esté sin
Cristo, despierte ahora y huya de la ira por venir. La ira del Dios
Todopoderoso se cierne ahora sobre una gran parte de esta congregación. Que
cada uno huya de Sodoma: “Dense prisa y
escapen por sus vidas; no miren tras sí, escapen al monte, no sea que
perezcan.”
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