Artículo de Edgar R. Aponte
Es muy probable que usted haya escuchado a varias personas que profesan
ser cristianas decir “Yo declaro”, una expresión muy común en ciertos círculos
pentecostales. Joel Osteen publicó un libro titulado de esta manera, y en las
próximas líneas haremos una reseña de “Yo declaro: 31 promesas para proclamar
sobre su vida”.
Este libro está compuesto por 31 capítulos, donde cada uno es el
desarrollo de una de las 31 promesas que el autor invita al lector a declarar
sobre su vida, para así poder cumplir sus sueños y tener éxito. En la
introducción, Osteen dice que “nuestras palabras tienen poder creativo. Cuando
declaramos algo, ya sea bueno o malo, damos vida a lo que estamos diciendo”
(v). Él dice que las personas no se dan cuenta de que cuando hablan de ellas
mismas están profetizando su futuro. “Si yo profetizo mi futuro, quiero
profetizar algo bueno” (vii). El autor desea que las personas usen “este libro
como su guía para declarar su victoria cada día. Declare salud. Declare favor.
Declare abundancia”
Un ejemplo de ese ejercicio de declaración es pararse frente al espejo y
decir: “Buenos días, guapa. Buenos días, bendito, próspero, exitoso, fuerte,
talentoso, creativo, confiado, seguro, disciplinado, enfocado y muy favorecido
hijo del Dios Altísimo”. Los 31 capítulos son el desarrollo de estos
adjetivos y sueños. Cualquier lector curioso se preguntaría dónde da Dios esas
31 promesas, cosa que Osteen no menciona.
Mi intención en lo que resta es analizar algunos puntos importantes que
pude notar durante la lectura del libro, y las enseñanzas que están detrás.
El origen de “Yo declaro”
No creo que la expresión “yo declaro” sea original de Osteen, ya que el
libro no tiene un año de ser publicado, y hace años que hemos escuchado esta expresión.
Lo que sí tengo claro que no es original de Osteen es la idea de que “nuestras
palabras crean realidades”. En Estados Unidos y América Latina es común
escuchar a líderes religiosos, regularmente asociados al llamado “evangelio de
la prosperidad”, afirmar que nuestra mente y nuestras palabras tienen el poder
de crear cosas materiales y hacer que los sucesos ocurran. Esa es la tesis de
este libro. Este concepto tiene su origen en una corriente filosófica
denominada “Nuevo Pensamiento” (“New Thought”, en inglés).
El Nuevo Pensamiento comenzó en el siglo XIX, y ganó mucha popularidad en
los Estados Unidos en las primeras décadas de 1900. También se le conocía como
“Mente Sanadora” o “Armonialismo”. Aunque el movimiento nace en el siglo XIX,
sus orígenes se encuentran en las ideas del inventor sueco Emanuel Swedenborg,
que en su búsqueda del alma humana dijo que Dios se le reveló y lo declaró
“Revelador de Dios”. Swedenborg decía hablar con el apóstol Pablo, Martín
Lutero, y en ocasiones con Moisés. Negó las verdades del cristianismo y
enseñaba que el mundo físico era una extensión de la mente, y que por lo tanto
la mente podía formar y dictar cosas materiales.
Estas ideas fueron desarrolladas en Estados Unidos por Phineas Quimby,
quien se conoce como el padre del Nuevo Pensamiento. Quimby decía que lo que
alguien cree es realidad, incluyendo las enfermedades. Los proponentes de este
movimiento tomaron ideas de diferentes religiones, especialmente del
cristianismo.
Estas ideas fueron popularizadas por el gurú Ralph Waldo Trine, quien
publicó un libro en 1897 que vendió millones de copias. Trine decía que lo que
uno afirmaba con la mente y con palabras ocurría; que las razones de las
enfermedades en las personas eran porque hablaban o pensaban en ellas. Pero las
enseñanzas no llegaron a las iglesias de mano de Trine, quien negaba la Biblia
y la deidad de Cristo, sino a través del pastor E. W. Kenyon. Kenyon fue
compañero de estudio de Trine en la escuela de oratoria Emerson College en
Massachusetts. El predicador Kenyon es conocido por su idea del “pensamiento
positivo”. Él enseñó que las confesiones positivas eran la clave para una vida
próspera. También se le conoce como el padre del evangelio de la prosperidad.
Kenyon influenció a personas como Oral Roberts, fundador de la universidad que
lleva su nombre, donde estudió Joel Osteen.
En resumen, la idea del “yo declaro” no es más que la representación de
las ideas paganas originalmente conocidas como “Nuevo Pensamiento”, que luego
popularizaron algunos pastores con el término “pensamiento positivo y
próspero”.
El “yoísmo” de “Yo declaro”
El cristianismo bíblico es cristocéntrico. La Biblia enseña que Cristo
es el centro de la Biblia, y que el Antiguo Testamento atestigua de Él (Lc.
24:44). La Palabra de Dios nos enseña que Jesucristo es Dios encarnado, el Hijo
obediente, el postrer Adán, el verdadero Israel, y el heredero del trono de
David (cf. Jn. 1:14; Mt. 1:1; 2:15; Ro. 5:12-21; 1 Co. 15:20-28; Fil. 2:6-11); y que al mismo tiempo es Yahweh, el Señor (Jn. 8:58; Hch. 2:36). Cristo
vino a vivir la vida que nosotros no pudimos vivir, a recibir la muerte que
nosotros merecemos, y resucitó al tercer día declarando victoria sobre la
muerte, para que todo aquel que se arrepienta de sus pecados y ponga su fe en
Él como Señor y Salvador sea salvo y tenga vida eterna. El Cordero de Dios murió
como sustituto de todos los que en Él crean.
Por su parte, este libro de “Yo declaro” es estrictamente antropocéntrico,
centrado en el hombre. Todo es acerca de mí, y nada acerca de Cristo y lo que
Él hizo en la cruz. Expresiones como estas son comunes: “yo declaro que las
personas serán buenas conmigo” (59), “éste es mi tiempo de brillar” (141). Y
llega al punto de decir que el hombre está en control: “Yo tengo el control”
(166).
La hermenéutica de “Yo declaro”
Es evidente en las páginas de “Yo declaro” la pobre hermenéutica del
autor. Osteen trata la Biblia como si fuera un libro mágico de la novela Harry
Potter, y, en los mejores casos, la moraliza de una forma triste. Por ejemplo,
cita Salmos 2:8, donde Dios dice: “pídeme, y te daré por herencia las
naciones”. Osteen aplica este versículo a su lector, diciéndole: pídele a Dios
y te dará tus sueños (148). Cualquiera que haya leído con detenimiento su
Biblia sabe que el Salmo 2 es un texto mesiánico. El libro de Hechos aplica
este Salmo a Jesús (Hch. 4:23-27). El versículo que Osteen usa en realidad
habla sobre la soberanía de Cristo sobre las naciones. Dios Padre le dio a su
Hijo las naciones como herencia. Esto habla del alcance del evangelio a los
gentiles. Es un versículo que los misioneros han usado por años.
Osteen hace algo similar con Job 3:25 (139), usando
ese versículo para decir que las calamidades de Job le llegaron porque él las
llamó con su mente, ignorando totalmente el contexto y todo lo que enseña el
capítulo 1. Lo mismo hace con otros versículos del Nuevo Testamento, donde solo
cita la mitad de un versículo para decir algo diferente a lo que el texto
enseña. Por ejemplo, después de narrar la historia del milagro donde Jesús
convirtió el agua en vino en Juan 2, Osteen concluye lo siguiente: Este vino
era excelente. Un buen vino toma entre veinte y treinta años. Jesús aceleró el
proceso del vino. Y luego añade: “Quizás normalmente le costaría veinte años
pagar su casa, pero la buena noticia es que a Dios le gusta acelerar los
procesos (56-57)”. En fin, el uso de la Biblia en este libro es un recordatorio
de la popular expresión de que “todo texto usado fuera de contexto es un
pretexto”.
Poniendo palabras en la boca de Dios
La Biblia es bastante clara en su prohibición de añadirle o quitarle
palabras (Dt. 4:2; Ap. 22:19). Dios nos
da eso como mandamiento; desobedecerle es condenatorio. Tristemente, eso es lo
que Osteen hace en su libro, cuando pone palabras en la boca de Dios cuando la
Biblia no las expresa (cf. 10, 52, 68, 84, 148, 156), trayendo condenación sobre
su alma. Y no es que use palabras a modo de ilustración, sino que cita usando
comillas. Por ejemplo, en la página 148, inmediatamente después de citar Salmos
2:8, Osteen añade: “Dios dice: Pídeme cosas grandes, pídeme acerca de esos
sueños ocultos que yo he puesto en tu corazón, y pídeme por esas promesas que
en lo natural parecen imposibles de cumplir”. En ninguna parte la Biblia dice
eso. Esto es herejía.
El panenteísmo de “Yo declaro”
El panenteísmo enseña que la creación es una extensión de lo divino. El
término significa “todo en dios”. Esto está ligado a la idea de que todo está
cambiando, incluyendo “dios” y los seres humanos, lo cual es totalmente opuesto
a lo que la Biblia enseña. Lamentablemente, entre los maestros del evangelio de
la prosperidad es común encontrar ideas panenteístas y panteístas (todo es
dios). Por ejemplo, Paul Crouch ha dicho públicamente: “yo soy un pequeño dios.
Críticos, ¡aléjense!” Otro predicador de la prosperidad, Kenneth Copeland, ha
dicho: “Usted no tiene a Dios en usted, usted es uno”. Osteen es un poco más
sofisticado y sutil. Él usa el lenguaje de ADN. Dice que los humanos tenemos el
ADN de Dios, que nuestra sangre es real porque somos hijos del Rey (118-120). Y
¡claro!, sí tenemos la sangre de realeza divina, debemos andar, vestir y hablar
como reyes, concluye Osteen (120).
Yo me pregunto si el supuesto hecho de que los humanos tengan el ADN de
Dios es lo que le permite a Osteen igualar la Palabra de Dios a la palabra
humana. Esto es lo que hace cuando motiva a su lector a que crea en el poder de
su propia palabra y le diga al cáncer “te derrotaré”. Para ilustrar esto, él
hace una analogía con el poder de la Palabra de Dios en la creación cuando dijo
“sea la luz” y la luz fue (170-171).
Conclusión
Permítame ser claro en algo, este libro no es cristiano. Estas
“promesas” son cosas que cualquier libro espiritista, místico y de auto ayuda
le dirían. Estamos ante un libro religioso motivacional, pero no un libro
cristiano.
La motivación de hacer esta reseña es la cantidad de personas que han creído estas distorsiones. Me preocupa que algunas personas entiendan que son salvas por estar de acuerdo o por agradarle lo que leen en este libro, cuando quizás no lo sean. “Yo declaro” es un libro con un carácter universal, que cualquier religioso o pagano puede afirmar. Aquí no hay evangelio, no hay cruz, no hay pecado, y mucho menos hay perdón y reconciliación con el Dios trino y verdadero. El “dios” que se presenta en este libro se parece más a la imagen de un abuelo tierno que está en la grada del estadio animando y gritándole a su nieto que siga corriendo, que todo va bien en la carrera. No es el Dios santo, omnipresente, omnisciente, verdadero, justo y misericordioso que se reveló en la Biblia, el que “de tal manera amó al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Queridos hermanos!! lei su blog desde Bolivia!! Me parece muy interesante poder mostrar a los creyentes estas verdades latentes por las cuales les insto a seguir predicando la palabra a tiempo y fuera de tiempo!!! un abrazo Dios los bendiga!!!
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