«También
les refería Jesús una parábola sobre necesidad de orar siempre. » (Lucas
18: l.)
«Quiero,
pues, que los hombres oren en todo lugar.» (1ª Timoteo 2:8.)»
Te presento una pregunta para que la
consideres seriamente. Es la que encabeza la página. Contiene una palabra:
¿Oras?
Sólo
tú puedes contestarla. Si asistes a los cultos lo puede decir el pastor. Si
tenéis oración en la familia, lo saben tus parientes. Pero si oras en privado,
es algo que sólo lo sabéis tú y Dios.
Lector,
no te ofendas por lo directo de la pregunta. Si tienes el corazón en regla para
con Dios, no tienes por qué asustarte de ella. No desvíes la pregunta diciendo
que «repites tus oraciones». Una cosa es recitar oraciones y otra orar. No me
digas que la pregunta es innecesaria. Escúchame v voy a mostrarte las razones
por las que la pregunto.
I.
TE PREGUNTO SI ORAS, PORQUE LA ORACIÓN ES ABSOLUTAMENTE NECESARIA PARA LA
SALVACIÓN DEL HOMBRE.
Digo
absolutamente necesaria y lo digo con razón. No hablamos de niños o débiles
mentales. No nos referimos al problema de los paganos. A quien se le da poco,
poco le es requerido. Hablo especialmente de los que se llaman cristianos en
países cristianos. Y aquí, ninguna persona puede esperar salvarse si no ora.
Defiendo
la salvación por la gracia. Yo ofrecería de buena gana perdón pleno y gratuito
al mayor pecador que ha existido. No vacilaría en decirle en su lecho de
muerte: «Cree en el Señor Jesucristo, ahora, y serás salvo.» Pero no veo en la
Biblia que un hombre pueda salvarse sin pedir la salvación, sin tan sólo
levantar su corazón interiormente y decir: «Señor Jesús sálvame.» Esto no se
halla en la Biblia. No puedo hallar que nadie vaya a salvarse por sus
oraciones, pero tampoco que pueda salvarse sin oración.
No es
absolutamente necesario que un hombre lea la Biblia para salvarse. Puede que no
sepa leer o que sea ciego y, con todo, tener a Cristo en su corazón. No es
absolutamente necesario que oiga la predicación pública del Evangelio, pues
puede vivir donde no se predique, o ser sordo, o estar imposibilitado en la
cama. Pero, con la oración, ya es distinto: es absolutamente necesario para
salvarse que el hombre ore.
Hay cosas
que no las puede hacer una persona por otra. Todo el mundo sin excepción tiene
que atender a las necesidades de su propio cuerpo o su mente. Nadie puede comer
o dormir por cuenta ajena. Ni aprender a leer. Todas estas cosas las tiene que
hacer cada uno por sí mismo.
Tal como
ocurre con la mente y el cuerpo, ocurre con el alma. Hay ciertas cosas
absolutamente necesarias para la salud del alma. Cada uno debe efectuarlas por
sí mismo. Tiene que arrepentirse. Tiene que suplicar el favor de Cristo él
mismo. Debe hablar a Dios y orar.
¿Cómo
puedes esperar ser salvo por un Dios «no conocido»? ¿Cómo puedes conocer a Dios
sin orar? Para conocer a las personas, en el mundo, tienes que hablar con
ellas. No puedes conocer a Dios, en Cristo, a menos que le hables en oración.
Si quieres ir al cielo tienes que ser su amigo en la tierra. Para serlo, debes
orar.
Lector,
habrá muchos a la diestra de Cristo en el último día. Los 5antos, congregados
de los cuatro puntos cardinales, serán una multitud que nadie podrá nombrar. El
cántico de victoria que brotará de sus gargantas, cuando su redención sea por
fin completa será verdaderamente glorioso. Será más fuerte que las muchas
aguas, y los truenos poderosos. Pero no habrá discordia alguna en este canto.
La experiencia común a todos ellos será que habrán creído. Todos habrán sido
lavados por la sangre de Cristo. Todos habrán nacido de nuevo. Todos habrán
orado. Hemos de pasar por la escuela de la oración, si hemos de ser aptos para
el festival de alabanza.
Lector,
el no orar es estar sin Dios, sin Cristo, sin gracia, sin esperanza y sin
cielo. No te maravilles, pues, de la pregunta: ¿Oras?
II. TE PREGUNTO DE NUEVO SI
ORAS, PORQUE EL HÁBITO DE LA ORACIÓN ES UNA DE LAS MARCAS SEGURAS DEL VERDADERO
CRISTIANO.
Todos los
hijos de Dios en la tierra son iguales a este respecto. Desde el momento que su
religión pasa a ser viva N, real, oran. Es como el primer signo de vida de un
niño cuando nace, que es el respirar; el que nace de nuevo, ora.
Esta es
una de las marcas comunes de todos los elegidos de Dios: «Claman a é1 día y noche.» (Lucas 16: l.) El Espíritu
Santo, que los hace nuevas criaturas obra en ellos el sentimiento de adopción,
y hace que exclamen: «Abba, Padre.» (Romanos 8:15.) El Señor Jesús,
que los vivifica, les da voz y lengua para que no se queden mudos. Dios no
tiene hijos mudos. El orar es parte de su naturaleza, como la del niño es
llorar. Ven su necesidad de misericordia y gracia, su vaciedad y debilidad.
Sólo pueden orar.
He
considerado cuidadosamente las vidas de los santos de Dios en la Biblia. No he
hallado uno sólo que no fuera un hombre de oración. Veo que se menciona como
una característica de las personas piadosas que «invocan al Padre», que
«invocan el nombre del Señor Jesucristo». Hallo que la característica de los
malos es que «no
llaman al Señor» (I Pedro 1: 17; I Corintios 1: 2; Salmo 14: 4).
He leído
sobre las vidas de muchos cristianos eminentes desde los días bíblicos. Los
había de todas clases y denominaciones. Algunos enamorados de la liturgia y
otros sin interés en ella. Pero todos tenían una cosa en común. Eran hombres de
oración.
Los
informes de las sociedades misioneras de nuestros días nos dicen que hay
paganos que reciben el Evangelio en varias partes del globo. Hay conversiones
por todo el mundo. Las personas que se convierten son muy distintas en muchos
aspectos. Pero observo que todos ellos son personas que oran.
Lector,
no niego que un hombre puede orar sin poner en ello el corazón, sin sinceridad.
No digo que el mero hecho de que una persona ore demuestre algo sobre su alma.
Como en otras partes de la religión, aquí también hay engaño e
hipocresía.
Pero esto
puedo decir, que el no orar es una prueba clara de que el hombre no es un
cristiano todavía. No puede realmente sentir sus pecados. No puede amar a Dios.
No puede sentirse deudor a Cristo. No puede anhelar la santidad. No puede
desear el cielo, Todavía tiene que nacer de nuevo. Tiene que ser hecho una
nueva criatura. Es posible que se jacte de su confianza en ser uno de los
elegidos, de tener gracia, fe, esperanza y conocimiento, y engañar a las
personas ignorantes. Pero puedes estar seguro que todo esto son palabras vanas,
si no ora.
Y además,
diré que de todas las evidencias de la obra real del Espíritu, se puede
considerar un sano hábito de oración privada como uno de los más
satisfactorios. Un hombre puede predicar por motivos deficientes. Puede
escribir libros y hacer discursos elocuentes, y parecer diligente en buenas
obras y, con todo, ser un Judas Iscariote. Pero un hombre raramente va a su
aposento, y derrama su alma delante de Dios en secreto, a menos que lo haga en
serio. El Señor mismo dio su sello a la oración como la mejor prueba de la
verdadera conversión. Cuando envió a Ananías a Saulo, que estaba en Damasco, le
dio como única evidencia de su cambio de corazón: «He aquí él ora.» (Hechos 9: 1 l.)
Sé
que puede haber ya muchas cosas en la mente de un hombre antes de ser conducido
a orar. Puede que tengas muchas convicciones, deseos, sentimientos,
intenciones, resoluciones, esperanzas y temores. Pero todas estas cosas son una
evidencia muy incierta. Se hallan a veces en personas no piadosas y, con
frecuencia, quedan en nada. En muchos casos no son más duraderas que una nube
de verano, o el rocío matutino. Una oración sana, sincera, sentida, de un
espíritu contrito y quebrantado, vale más que todas estas otras cosas
juntas.
Sé que
los elegidos por Dios han sido escogidos para la salvación desde toda la
eternidad. Sé que el Espíritu Santo, que los llama a su debido tiempo, en
muchos casos los conduce muy lentamente al conocimiento de Cristo. Pero el ojo
del hombre sólo puede juzgar por lo que ve. No puedo decir que nadie esté
justificado hasta que cree. No me atrevo a decir que alguien cree hasta que
ora. No puedo comprender una fe muda. El primer acto de la fe es hablar con
Dios. La fe es para el alma lo que la vida es para el cuerpo. La oración es a
la fe lo que el respirar a la vida. No se puede comprender que un hombre viva
sin respirar, pero tampoco puedo comprender que alguien crea y no ore.
Lector,
nunca te sorprendas si oyes a los ministros del Evangelio que hacen mucho
énfasis sobre la oración. Este es el punto que queremos hacer ver, queremos
asegurarnos de que oras. Tus puntos de vista sobre la doctrina puede que sean
correctos. Tu amor al protestantismo es cálido, es indiscutible. Pero esto
puede ser sólo conocimiento intelectual y espíritu de partido. Lo que falta
saber es si estás en tratos con el trono de la gracia y si puedes hablar con
Dios, no sólo hablar de Dios.
Lector,
¿quieres descubrir si eres un verdadero cristiano? Si quieres, ten la seguridad
que mi pregunta es de importancia capital: ¿ORAS?
III. TE PREGUNTO SI ORAS, PORQUE
NO HAY DEBER EN LA RELIGIÓN QUE SEA DESCUIDADO TANTO COMO LA ORACIÓN PRIVADA.
Vivimos
en unos días de abundantes manifestaciones de carácter religioso. Hay más
lugares de culto público que nunca antes. Hay más personas que asisten a ellos
que en el pasado, por lo menos en nuestro país. Y con todo, a pesar de toda
esta religión pública, creo que la oración privada es muy descuidada.
Esto no
lo habría dicho hace unos pocos años. Creía, tiempo atrás, que la mayoría de
los cristianos oraban de modo regular. Pero luego he visto que me equivocaba.
Hoy he llegado a la conclusión que un gran número de cristianos profesos no
oran en absoluto.
Sé que
esto es algo que apena, y a muchos les va a asombrar oírlo. Pero estoy
convencido que la oración es simplemente una de las cosas que se considera como
«natural», y que como muchas cosas semejantes es tenida en gran descuido. Es
una de las transacciones privadas que tienen lugar entre Dios y el alma, oculta
a la vista, y por ello hay la tentación de pasarla por alto, y dejarla sin
hacer.
Creo que
hay millares que nunca dicen una palabra en oración. Comen y beben y hacen todo
lo demás necesario al sostén del cuerpo. Respiran el aire de Dios, disfrutan de
su sol y gozan de su misericordia. Tienen cuerpos mortales y les espera el
juicio y la eternidad. Pero nunca hablan con Dios. Viven como si carecieran de
alma. No tienen una palabra que decir al que tiene la vida de ellos en sus
manos, y de cuya boca van a recibir la sentencia de su destino eterno. ¡Cuán
espantoso es esto! Pero, ¡cuán común!
Creo que
hay millones, para los cuales las oraciones no son más que una mera fórmula,
una serie de palabras repetidas de memoria, prácticamente sin significado
alguno. Algunos repiten unas cuantas frases aprendidas en la infancia. Algunos
se contentan con repetir el Credo, sin acordarse de que no hay ninguna petición
en él. Algunos añaden el Padrenuestro, sin el menor deseo de que las solemnes
peticiones que con él se expresan, sean concedidas.
Muchos,
aun los que usan formas adecuadas, repiten sus oraciones una vez se han metido
en la cama; o las van diciendo mientras se lavan o se visten por la mañana. Los
hombres pueden pensar lo que quieran, pero a la vista de Dios esto no es
oración. Las palabras dichas sin pensar son completamente inútiles para el
alma, como el batir un tambor ante un ídolo, como hace el pagano. Donde no hay
el corazón sólo hay servicio de labios, pero esto no lo escucha Dios: no es
oración. Saulo dijo muchas oraciones antes de encontrar al Señor en el camino
de Damasco. Pero no fue hasta que su corazón estaba quebrantado que el Señor
dijo: «He aquí él ora.»
Lector,
¿te sorprende el oír esto? Escúchame y te mostraré que no hablo sin motivos.
¿Crees que mis afirmaciones son exageradas? Préstame atención.
¿Has
olvidado que no es «natural» que nadie ore? La mente carnal es enemiga de Dios.
El deseo de la carne es mantenerse alejado de Dios, y no tener nada que ver con
él. El sentimiento que muestra hacia él no es amor, sino temor. ¿Como podría
orar un hombre si no posee un sentido real de pecado, de necesidades
espirituales, no tiene convicción sobre las cosas invisibles, y no tiene deseo
de santidad o del cielo? Todas estas cosas, la gran mayoría de personas, no las
conocen ni las sienten. Las multitudes andan por el camino ancho. No puede
olvidarse esto. Por ello insisto en que pocos oran.
¿Has
olvidado que no está de moda orar? Es una cosa de la que muchos se
avergonzarían. Muchos preferirían desafiar una tempestad a declarar
públicamente que tienen el hábito de la oración. Muchos se, avergonzarían de
orar ante otro al irse a dormir en la misma habitación en una posada y
preferirían meterse en la cama sin orar. El vestir elegante, ir a bailes y
conciertos, todo esto se considera estimable y está de moda, pero no el orar.
Por ello creo que los que no oran son la mayoría.
Hay que
recordar también la clase de vidas que vive la gente. ¿Es posible suponer que
oran contra el pecado noche y día, cuando se lanzan al mismo con entusiasmo,
Podría decirse? ¿Podemos suponer que oran contra las asechanzas del mundo
cuando se dejan atraer por él? ¿Podemos pensar que piden realmente gracia a
Dios para servirle, cuando ni tienen el menor deseo de hacerlo? ¡Oh, no!, es
más claro que el agua que la gran mayoría no oran, y si lo hacen, no dan ningún
sentido a lo que dicen. El orar y pecar no pueden ir juntos. 0 la oración
consume el pecado, o el pecado ahoga la oración. Por esto creo que pocos
oran.
Recuerda
también la hora de la muerte de muchos. Muchos al llegar la hora de su muerte
parecen totalmente extraños a Dios. No sólo no conocen su Evangelio, sino que
carecen incluso del poder de hablar a Dios. Se sienten terriblemente
desconcertados, tímidos cuando tienen que acercarse a Él. Se ve que no tienen
la costumbre de hacerlo. Recuerdo haber oído a una señora que estaba ansiosa de
que hubiera un ministro del Evangelio a su lado en su última enfermedad.
Deseaba que orara por ella, pero cuando el ministro le preguntó qué es lo que
quería que pidiera a Dios, la anciana no supo contestar. Ni tan sólo tenía idea
de que había de pedirle a Dios la salvación de su ¡alma! Daba la impresión que
todo lo que quería era la fórmula de las oraciones del ministro. Puedo
comprender esto, porque el lecho de muerte es un gran revelador de secretos. Yo
mismo he visto a muchos enfermos y moribundos. Esto me conduce a creer que son
pocos los que oran.
IV. TE PREGUNTO SI ORAS, PORQUE
LA ORACIÓN ES EL ACTO EN LA RELIGIÓN AL QUE MÁS SE NOS ESTIMULA.
Dios
trata de hacer la oración fácil, si el hombre quiere hacer uso de ella. Todo
está dispuesto por parte de Él. Ha previsto todas las objeciones y
dificultades. El camino quebrado ha sido allanado y, por tanto, no queda
ninguna excusa para el hombre que no ora.
Hay un
camino por el que todo hombre, incluso el más pecador e indigno, puede
acercarse a Dios el Padre. Jesucristo ha abierto este camino por medio del
sacrificio que hizo en la cruz. La santidad y la justicia de Dios no tienen que
asustar al pecador y mantenerle lejos. Sólo los que invocan a Dios en el nombre
de Jesús, sólo los que se acogen a la sangre expiatoria de Jesús, hallarán a
Dios en el trono de la gracia, dispuesto a escucharlos. El nombre de Jesús es
un pasaporte infalible para nuestras oraciones. En este nombre, un hombre puede
acercarse a Dios con confianza, y pedir con osadía. Dios se ha comprometido a
escucharle. Lector, recuérdalo. ¿No te anima esto?
Hay un
Abogado o Intercesor siempre esperando para presentar las oraciones de aquellos
que le emplean. Este abogado es Jesucristo. Él mezcla nuestras oraciones con el
incienso de su propia todopoderosa intercesión. Unidas así asciende su suave
fragancia delante del trono de Dios. Aunque son pobres de por sí, son poderosas
en las manos de nuestro Sumo Sacerdote y hermano mayor. Un cheque sin firma al
pie carece de valor: es un pedazo de papel. Unos rasgos con la pluma le dan
todo su valor. La oración de un pobre hijo de Adán es una cosa muy endeble,
pero endosada por la mano del Señor Jesús, vale mucho. Había un empleado en la
ciudad de Roma que estaba designado para que tuviera las puertas siempre
abiertas, para recibir a cualquier ciudadano romano que solicitara ayuda. De la
misma manera el oído del Señor Jesús está siempre abierto para todos los que
quieren gracia y misericordia. El cargo que tiene es para ayudarles. Se deleita
en oír sus oraciones. Lector, al pensar esto, ¿no te sientes animado?
Hay el
Espíritu Santo que siempre está dispuesto a ayudarnos en nuestras debilidades
en la oración. Una parte de sus oficios especiales es ayudarnos en nuestros
esfuerzos para hablar con Dios. No tenemos por qué estar abatidos y afligidos
por el temor de no saber lo que tenemos que decir. El Espíritu nos dará
palabras con sólo que busquemos su ayuda. Él nos suplirá «pensamientos que
respiren y palabras que ardan». Las oraciones de los que pertenecen al Señor
son inspiradas por el Espíritu del Señor: la obra del Espíritu Santo que mora
en ellos como el Espíritu de gracia y de súplica. Sin duda los hijos de Dios
esperan ser escuchados. No es ya que ellos oren, simplemente, sino que el
Espíritu Santo ruega en ellos. Lector, Piensa en esto. ¿No te da ánimos?
Hay
grandes y abundantes promesas para los que oran. Esto lo vernos cuando
consideramos las palabras del Señor- Jesús: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
llamad ~ se os abrirá. Porque, todo aquel que pide, recibe; Y el que busca,
halla; y al que llama, se le abrirá.» (Mateo 7: 7, S.) «Si tenéis fe… todo lo
que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis.» (Mateo 21:22.) «Cualquier cosa
que pidáis al Padre en mi nombre, la haré, para que el Padre sea glorificado en
el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.» (Juan 14:13, 14.) ¿Qué
quería decir el Señor cuando les refirió a los discípulos las parábolas del
amigo a medianoche, y de la viuda importuna? (Lucas 11: 5, 18: 1). Lector,
piensa en estos pasajes. Son sin duda un estímulo a la oración, o no tienen
sentido.
Hay
maravillosos ejemplos en la Escritura sobre el poder de la oración. No hay nada
que parezca demasiado grande, o demasiado difícil para que lo pueda realizar la
oración. Ha obtenido cosas que parecían inalcanzables, imposibles. Ha ganado
victorias sobre el fuego, el aire, la tierra y el agua. La oración abrió paso a
los israelitas a través del mar Rojo. Trajo agua de la roca y pan del cielo. La
oración hizo parar al sol: trajo fuego del cielo sobre él sacrificio de Elías.
La oración trastornó el ejército de Senaquerib. Bien podía decir María, reina
de Escocia, que «temía más las oraciones de John Knox que un ejército de diez
mil hombres». La oración ha curado enfermos, ha resucitado muertos. La oración
ha procurado la conversión de almas. «El hijo de muchas oraciones -dijo la
madre de Agustín- nunca perecerá.» La oración, y la fe lo consiguen todo. Nada
parece imposible para el hombre que tiene el espíritu de adopción. «Déjame», es
la notable respuesta de Dios a Moisés, cuando Moisés estaba tratando de
interceder por los hijos de Israel. (Éxodo 32: 10.) La versión caldea dice: »Deja
de orar.» En tanto que Abraham siguió pidiendo clemencia por Sodoma, el Señor
fue cediendo. Nunca cesó de hacerlo, hasta que Abraham dejó de pedir. Piensa
esto, lector. ¿No te da ánimo para orar?
¿Qué más
se necesita para inducir a un hombre a tomar cualquier paso en religión, que
las cosas que acabo de decir sobre la oración? ¿Qué más puede hacerse para
facilitar el acceso al propiciatorio, o eliminar toda ocasión de tropiezo en el
camino del pecador? Si los demonios en el infierno tuvieran una puerta abierta
así delante de ellos, saltarían de contento.
Pero,
¿dónde va a esconder el hombre su cabeza al fin de la edad si descuida estos
gloriosos estímulos? ¿Qué puede decirse en descargo del hombre que muere sin
oración?
Sin duda,
lector, tienes por qué sentirte ansioso de no pertenecer a ellos. Sin duda,
hago bien preguntándote: ¿ORAS?
V. TE PREGUNTO SI ORAS. PORQUE
LA DILIGENCIA EN LA ORACIÓN ES EL SECRETO DE LA SANTIDAD.
Es
evidente que hay una gran diferencia, individualmente, entre los cristianos. Un
inmenso intervalo entre la vanguardia v la retaguardia de las huestes de
Dios.
Todos
luchan en la misma batalla; pero, los unos pelean con más ardor que los otros.
Todos hacen la obra del Señor; pero, algunos trabajan más. La luz de unos
brilla más que la de otros. Algunos corren más rápido que otros en la misma
carrera. Todo el mundo puede ver estas cosas.
Hay
algunos, que nunca parecen progresar después de su conversión. Han nacido de
nuevo, pero permanecen como niños recién nacidos toda la vida. Aprenden en la
escuela de Cristo, pero no progresan más allá del A B C en sus estudios. Todos
pertenecen al mismo redil, pero algunos se echan y ya no andan más adelante.
Año tras año, se les ve cometiendo los mismos pecados. Su apetito espiritual es
escaso, y son remilgados y difíciles: sólo aceptan leche, no se les puede dar
carne espiritual fuerte: les sienta mal. Siempre en la infancia, débiles, con
la mente poco desarrollada y el corazón angosto: les falta interés más allá de
su pequeño círculo, como diez años atrás. Lamento tener que decirlo, pero es
así.
Hay otros
que siempre están progresando. Crecen como hierba después de la lluvia, como
Israel en Egipto. Siempre van añadiendo gracia sobre gracia, fe sobre fe,
esfuerzo a esfuerzo. Su estatura espiritual crece. Aumenta su fuerza. Cada año
saben más, ven más, creen más y sienten más. Hay en ellos no sólo buenas obras
para probar la realidad de su fe, sino que son celosos de las mismas. No sólo
hacen bien, sino que no se cansan de hacer bien. Intentan hacer cosas grandes,
y las hacen. Si fracasan, lo intentan otra vez. Y si caen, pronto se levantan.
Y con todo, se consideran siervos inútiles. Son ellos los que hacen parecer la
religión deseable a los ojos de los extraños. Incluso los no convertidos tienen
que alabarlos. Cuando los ves te da la impresión que, como Moisés, acaban de
salir de la presencia de Dios. Cuando te separas de ellos tienes la impresión
que en su compañía, tu alma ha estado junto al fuego. Sé que no hay muchos de
esta clase, aunque podría haber más.
Ahora
bien, ¿cómo explicar la diferencia entre estos dos tipos descritos? ¿Por qué
algunos creyentes brillan más y son más santos que otros? Creo que la
diferencia, en casi todos los casos, procede de sus hábitos de oración privada,
que son diferentes. Creo que los que viven una vida santa oran mucho y los
otros, oran poco.
Temo que
esta opinión pueda sobresaltar a algunos lectores. Es indudable que muchos
creen que la santidad sobresaliente es una especie de don, y que sólo unos
pocos pueden aspirar al mismo. Lo admiran a distancia, en los libros. Creen que
es hermoso cuando ven un ejemplo cerca. Pero nunca se les ha ocurrido que pueda
tratarse de algo que todos pueden alcanzar, no un monopolio concedido sólo a
unos pocos creyentes favorecidos.
Yo creo
que ésta es una equivocación peligrosa. Creo que la grandeza, tanto espiritual
como natural, depende mucho más del uso de medios que están al alcance de
cualquiera, que de nada más. Naturalmente, no digo que tengamos el derecho a
esperar una concesión milagrosa de dones intelectuales. Pero sí digo esto, que
cuando un hombre se ha convertido a Dios, el que rebose en él la santidad o no,
depende principalmente de su propia diligencia en el uso de los medios designados.
Afirmo confiadamente que el medio principal por el que la mayoría de los
creyentes pueden llegar a ser grandes en la Iglesia de Cristo, es el hábito de
la oración privada diligente.
Considera
las vidas de los siervos de Dios más notables y útiles, sea en la Biblia o
fuera de ella. Ve lo que se ha escrito de Moisés, de David, de Daniel y de
Pablo. Nota lo que se ha escrito de Lutero, de Bradford, de los reformadores.
Observa lo que se nos dice de las devociones privadas de hombres como
Whitefield, Cecil, Venn, Bickersteth v M’Ches,ne. Dime de uno solo de la
compañía de santos y mártires que no tuviera esta marca de modo prominente: era
un hombre de oración. Lector, puedes estar seguro de ello, ¡la oración es
poder!
La
oración consigue nuevos y continuos derramamientos del Espíritu Santo. Sólo Él
empieza la obra de gracia en el corazón del hombre. Sólo Él puede hacerla
progresar. Pero el Espíritu quiere que se le suplique. Y aquellos que piden
más, siempre serán los que son más influidos por Él.
La oración
es el remedio más seguro contra el diablo y la tentación. Nunca puede
permanecer adherido y resistirse un pecado contra el que se ora con fervor. Si
invocamos al Señor para que le eche, el diablo nunca va a tener un largo
dominio sobre nosotros. Pero hemos de presentar nuestro caso delante del Médico
Celestial, si nos ha de conceder alivio. Hemos de arrastrar a los diablos que
nos acosan a los pies de Cristo y pedirle que los empuje al abismo.
Lector,
¿quieres crecer en la gracia y ser un cristiano santo? Puedes estar seguro que
nunca se te puede hacer una pregunta más importante que ésta: ¿ORAS?
VI. TE PREGUNTO SI ORAS, PORQUE
EL DESCUIDO DE LA ORACIÓN ES UNA DE LAS PRINCIPALES CAUSAS DE QUE LOS
CRISTIANOS SE VUELVAN ATRÁS.
Hay algo
que es volverse atrás en la religión, después de haber hecho una buena
profesión de fe. Personas que van bien durante una temporada, como los gálatas,
pero que luego se desvían para seguir a falsos maestros. Hombres que dan
testimonio en voz muy alta, cuando sus sentimientos arden, pero que luego, como
Pedro, niegan al Señor en la prueba. Personas que pierden el primer amor, como
los cristianos de Éfeso. Personas cuyo celo para hacer el bien se enfría, como
Marcos, el compañero de Pablo. Hombres que siguen al apóstol un tiempo y,
luego, como Dimas, se vuelven al mundo. Todo esto pasa.
Es muy
triste ser un apóstata. Quizás es una de las peores cosas que puede sucederle a
un hombre. Un barco sin timón, un arpa sin cuerdas, una iglesia en ruinas, o un
jardín lleno de malas hierbas, todo esto son cosas tristes, pero un apóstata es
algo más triste aún. La verdadera gracia nunca se extingue, y la verdadera
unión con Cristo nunca se rompe, de esto no me cabe duda. Pero un hombre puede
apartarse tanto, que pierde de vista su propia gracia y desespera de su
salvación. Y si esto no es el infierno, es lo que más se le parece. Una
conciencia herida, una memoria llena de reproches, un corazón atravesado por
las flechas del Señor, esto es un anticipo del infierno.
¿Cuáles
son las razones de este volverse atrás? Creo que, como regla general, el motivo
principal es el descuido de la oración. Esta es mi opinión como ministro de
Cristo, y estudioso del corazón humano.
Cuando se
lee la Biblia sin oración, o se escuchan sermones, o se contrae matrimonio, o
se hacen viajes, en fin, se hacen toda clase de actividades sin oración,
estamos descendiendo peldaños hacia la condición de parálisis espiritual, y se
llega al punto en que Dios permite que esta persona haga una tremenda
caída.
Éste es
el proceso que vemos en el contemporizador Lot, el inestable Sansón, el
apasionado Salomón, el inconsistente Josafat, y el de tantos que podemos hallar
en la Iglesia de Cristo. Con frecuencia, la historia de estos casos es simple:
descuidaron la oración privada.
Lector,
puedes estar bien seguro que los hombres caen primero en privado antes de caer
en público. El problema fue que no doblaron las rodillas. Como Pedro,
descuidaron el aviso del Señor de velar y orar y, por ello, sin fuerzas, en la
hora de la tentación negaron al Señor.
El mundo
toma nota de su caída y se mofa. Pero el mundo no sabe nada de la verdadera
razón. Los paganos consiguieron que el anciano cristiano, Orígenes, ofreciera
incienso a un ídolo cuando le amenazaron con un castigo peor que la muerte. Fue
un gran triunfo para ellos el hacerle caer en la cobardía y la apostasía. Lo
que los paganos no sabían y que nos cuenta el mismo Orígenes, es que aquella
mañana se había levantado y dejado su cuarto de prisa, sin haber terminado sus
oraciones acostumbradas.
Lector,
si eres un verdadero cristiano, confío que nunca caerás en la apostasía. Pero,
si no quieres hacerte atrás, recuerda la pregunta: ¿ORAS?
VII. TE PREGUNTO, FINALMENTE, SI
ORAS, PORQUE LA ORACIÓN ES UNA DE LAS MEJORES RECETAS PARA CONSEGUIR FELICIDAD
Y CONTENTO.
Vivimos
en un mundo en que abundan las penas. Éste es el estado del mundo desde que el
pecado entró en él. No hay pecado sin aflicción. Y hasta que el pecado sea
expulsado del mundo, es en vano intentar escapar de las penalidades.
Para
algunos, la copa de penas que han de beber es mayor que para otros. Pero pocos
son los que se escapan de ellas. Nuestros cuerpos, propiedades, familias,
hijos, amigos, vecinos, todo ello es una posible fuente de cuidados y desazón.
Enfermedades, muertes, separaciones, ingratitudes… todo esto es común. Cuanto
mayores son nuestros afectos, más profundas serán nuestras aflicciones, y
cuanto más amor, más lágrimas.
Y ¿cuál
es la mejor receta para procurarse el contento en un mundo así? ¿Cómo podemos
cruzar este valle de lágrimas con un mínimo de dolor? No conozco mejor receta
que el hábito de llevarlo todo a Dios en oración.
Éste es
el simple consejo que da la Biblia, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo.
¿Qué dice el Salmista? «Llámame en el día de la angustia, y yo te libraré, y tú
me glorificarás.» (Salmo 1:15.) «Echa tu carga sobre Dios y Él te sustentará:
No, no dejará para siempre caído al justo.» (Salmo 55:22.) ¿Qué dice el apóstol
Pablo? «Por nada os inquietéis, sino que sean presentadas vuestras peticiones
delante de Dios mediante oración y ruego con acción de gracias. Y la paz de
Dios, que sobrepasa a todo entendimiento, guardará vuestros corazones y
vuestros pensamientos en Cristo Jesús.» (Filipenses 4:6, 7.) ¿Qué dice el
apóstol Santiago? « ¿Hay alguno afligido entre vosotros? Que ore.»
Esta fue
la práctica de todos los santos cuya historia registra la Escritura. Fue lo que
hizo Jacob cuando temía el encuentro con Esaú. Lo que hizo Moisés cuando el
pueblo estaba a punto de apedrearle en el desierto. Lo que hizo Josué cuando
Israel fue derrotado en Hay. Esto es lo que hizo David cuando estaba en peligro
en Keila; Ezequías, cuando recibió las cartas de Senaquerib. Esto es lo que
hizo la Iglesia cuando pusieron a Pedro en la cárcel, y Pablo cuando fue echado
a la mazmorra de Filipos.
El único
modo de ser realmente feliz en un mundo así es echar siempre todos los cuidados
sobre Dios. Es el tratar de llevar las propias cargas lo que entristece a los
creyentes. Si le presentaran sus cuitas a Dios, podrían llevarlas con más
facilidad que Sansón llevó las puertas de Gaza. Si quieren acarrearlas sobre
sus hombros están siempre abrumados.
Hay un
amigo que está esperando siempre para ayudarnos, si queremos abrirle el pecho
cuando estamos afligidos. Un amigo que se compadecía de los pobres, enfermos y
afligidos cuando estaba sobre la tierra; un amigo que conoce el corazón del
hombre, pues anduvo treinta y tres años entre nosotros, un amigo que llora con
los que lloran, experimentado en quebrantos, un amigo que puede ayudarnos, pues
no hay mal para el que no pueda ofrecer remedio. Este amigo es Jesucristo. El
camino de la felicidad es tener siempre abierto nuestro corazón a Él. ¡Oh!, si
todos fuéramos como el pobre cristiano negro a quien amenazaron castigarle:
«Voy a contárselo al Señor», respondió.
Jesús
puede hacer feliz a aquellos que confían en Él e invocan su nombre, cualesquiera
que sean sus condiciones externas. P-1 puede darles paz en el corazón aunque
estén en una cárcel, contento en medio de la pobreza, consuelo en la
desolación, gozo al borde de una tumba. Hay plenitud en Él para los miembros
que creen, una plenitud que está dispuesto a derramar sobre todo aquel que se
lo pide en oración. ¡Oh, si los hombres quisieran entender que la felicidad no
depende de las circunstancias exteriores, sino del estado del corazón!
La
oración puede aligerar una cruz, por pesada que sea. Puede poner a nuestro lado
a Aquel que nos ayudará a llevarla. La oración puede abrir puertas que a
nosotros nos parecen cerradas a piedra y lodo. Puede traernos a Aquel que dice:
«Éste es el camino, anda por él.» La oración puede dejar pasar un rayo de
esperanza a través de las tinieblas más densas. Puede hacernos oír las
palabras: «No te desampararé ni te dejaré.» La oración puede aliviarnos cuando
se van aquellos a quienes amamos. Puede llenar los huecos de nuestro corazón y
hacer que sus olas agitadas se calmen. ¿Por qué los hombres no se darán cuenta,
como Agar, de que tienen a su lado el pozo del que pueden sacar agua en
abundancia, en tanto que se están muriendo de sed?
Lector,
quiero que seas feliz. Lo mejor que puedo hacer para conseguirlo es preguntarte:
¿ORAS?
Y ahora,
tengo que terminar. Espero que te haya hecho notar cosas que debes considerar
seriamente. Ruego a Dios que bendiga tu alma.
1. Sólo
voy a decir unas pocas palabras a aquellos que no oran. Algunos que leen estas
páginas no pertenecerán al grupo de los que oran. Quiero darles el mensaje que
Dios ha puesto en mis manos para ellos.
Lector
que no oras. Quiero advertirte, y muy solemnemente. Estás en grave peligro. Si
mueres en tu estado presente tu alma será perdida. Te volverás a levantar, pero
será para un estado de miseria eterna. Quiero decirte que de todos los
cristianos profesos, tú eres el que tiene menos excusas. No hay una sola buena
excusa para que vivas sin oración.
Es inútil
decir que no sabes orar. La oración es el acto más simple en toda la religión.
Es simplemente orar a Dios. No se necesita sabiduría ni conocimientos
especiales para empezar. Lo que se requiere es corazón y voluntad. El niño más
débil llora cuando tiene hambre, y el mendigo más pobre extiende la mano y no
pide con lenguaje adornado. El hombre más ignorante tiene palabras para dirigir
a Dios; basta con que quiera decirlas.
Es inútil
decir que no hallas lugar apropiado para hacerlo. Cualquier sitio es apropiado.
Nuestro Señor oraba en una montaña; Pedro en un terrado; Isaac en el campo;
Natanael bajo una higuera; Jonás en el vientre de una ballena. Cualquier sitio
puede ser un aposento, un oratorio, un Betel, para ponernos delante de la
presencia de Dios.
Es inútil
decir que no tienes tiempo. Hay tiempo en abundancia, si se quiere usar. Puede
que no sobre, pero siempre basta. Daniel se cuidaba del reino v oraba tres
veces al día. David era rey de una poderosa nación Y, con todo, decía: «Tarde y mañana
y a mediodía oraré y clamaré, y Él oirá mi voz.» (Salmo 55:17.) Cuando se quiere tener tiempo, se
encuentra.
Es inútil
decir que no puedes orar hasta que tengas fe y un nuevo corazón, y que tienes
que aguardar hasta poseerlos. Esto es añadir más pecado al pecado anterior. Es
malo no convertirse e ir al infierno. Pero aún es peor decir: «Lo sé, pero no
pediré misericordia.» Éste es un tipo de argumento que no se halla respaldado
en la Escritura. «Llamad a Jehová en tanto que está cercano», dice Isaías (55:6).
«Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle… »
(Oseas 14:2.) «Arrepiéntete… y ruega a Dios», le dijo Pedro a Simón el Mago
(Hechos 8:22). Si quieres tener fe y un nuevo corazón, ve al Señor y
pídeselos. El mismo intento de orar ha significado el avivamiento de muchas
almas muertas. ¡Ay, no hay diablo tan peligroso como un diablo mudo!
¡Oh,
lector que no oras! ¿Quién eres tú que no vas a pedirle nada a Dios? ¿Has hecho
un pacto con la muerte y el infierno? ¿No tienes pecados para que te sean
perdonados? ¿No le temes al tormento eterno? ¿No tienes deseo de ir al cielo?
¡Ojalá despertaras de tu presente locura! ¡Que consideraras tu fin! ¡Que te
levantaras y acudieras a Dios! ¡Ay, llega un día en que muchos dirán: «Señor,
Señor, ábrenos»!, pero será tarde: en que muchos dirán a las rocas que los
cubran, y a los collados que los escondan; lo dirán aquellos que nunca
invocaron el nombre de Dios. Lector, con afecto te aviso. Evita este fin para
tu alma. La salvación está cercana. No te pierdas ir al cielo por no
pedirlo.
2. Una
palabra, ahora, para aquellos que tienen verdaderos deseos de salvación, pero
que no saben los pasos que han de seguir o cómo han de empezar. Deseo que
muchos de mis lectores se hallen en este estado mental, Y aunque fuera para uno
sólo, diría estas palabras de aviso y ánimo.
Hay que
dar el primer paso en todo viaje. Tiene que haber un cambio que venza la
inercia de estar quieto. El viaje de Egipto a Canaán duró cuarenta años para
Israel, y fue largo y penoso; por fin atravesaron el Jordán; pero tuvieron que
dar el primer paso. ¿Cuándo da el hombre el primer paso para salir del mundo y
el pecado? Lo da el primer día en que ora de todo corazón.
En todo
edificio hay que poner la primera piedra. Noé tardó 120 años en construir el
arca, pero tuvo que dar el primer golpe de hacha. El templo de Salomón era un
edificio glorioso, pero hubo que colocar la primera piedra. ¿Cuándo empieza a
aparecer el edificio del Espíritu en el corazón del hombre? Empieza, por lo que
podemos juzgar, el primer día que derrama su corazón a Dios en oración.
Lector,
si deseas ser salvo y quieres saber lo que tienes que hacer, te advierto que
vayas hoy mismo a Jesucristo, y en el primer lugar aparte que encuentres, le
pidas en oración que salve tu alma.
Dile que
has oído que recibe a los pecadores, y que ha dicho: «Al que a mí viene no le
echo fuera.» Dile que eres un vil pecador, y que acudes a P-1 por fe en su
invitación. Dile que te pones enteramente en sus manos, que te sientes ruin,
impotente y sin esperanza en ti, y que a menos que él te salve, no puedes ser
salvo. Pídele que te libre de tu culpa, del poder y las consecuencias del
pecado. Pídele que te perdone y te limpie con su propia sangre. Pídele que te
dé un nuevo corazón y ponga el Espíritu Santo en tu alma. Pídele que te dé
gracia, fe y la voluntad y poder de ser su discípulo y siervo el resto de tu
vida y para siempre. Lector: ve este mismo día, y dile estas cosas al Señor
Jesucristo, si piensas seriamente en tu alma.
Díselo
con tus propias palabras, como le dirías a un médico dónde te duele si lo
necesitaras. Si tu alma se siente enferma, puedes decírselo a Cristo.
No dudes,
por el hecho de que eres un pecador, de su buena voluntad para salvarte. Ésta
es su misión, salvar a los pecadores. De sí mismo dice: «No he venido a llamar justos, sino
pecadores a arrepentimiento. » (Lucas 5:32.)
No
esperes a sentirte digno. No esperes nada ni a nadie. El esperar es del diablo.
Tal como estás, ve a Cristo. Cuanto peor te consideres, más necesitas ir a él y
pedirle ayuda. Por más que lo intentes tú nunca vas a mejorarte por tu cuenta
sin ir a Él.
No temas,
aunque tu lenguaje sea pobre, tu lengua débil N, tartamuda. Jesús te entiende,
como una madre entiende al niño que balbucea. Jesús puede leer un suspiro o un
gemido.
No te
desanimes si no recibes respuesta inmediata. Mientras estás hablando, Jesús te
escucha. Si demora la respuesta es por razones de prudencia, y para ver si eres
sincero. Sigue pidiendo, y la respuesta no tardará mucho en llegar. Aunque se
demore algo, llegará al fin.
Lector,
si tienes deseo de ser salvo, recuerda este consejo. Obra con sinceridad y
serás salvo.
3. Voy a
decir algo, finalmente, a los que oran. Espero que algunos que leen este libro
saben bien lo que es la oración y tienen el espíritu de adopción. A los tales
ofrezco unas palabras de exhortación y fraternal consejo. El incienso ofrecido
en el tabernáculo tenía que ser preparado en una forma especial. No se podía
usar cualquier clase de incienso. Del mismo modo, seamos cuidadosos en la forma
y fondo de nuestras oraciones.
Hermano
que oras, sí, yo conozco el corazón del cristiano, sé que muchas veces estás
cansado de tus propias oraciones. Cuando estás de rodillas es cuando te das más
cuenta de las palabras del apóstol: «Quisiera hacer el bien, pero hallo que el
mal está en mí.» Puedes comprender las palabras de David: «Los pensamientos
vanos aborrezco.» Puedes simpatizar con el pobre hotentote convertido que
decía: «Señor, líbrame de todos mis enemigos, especialmente de esta mala persona
que soy yo.» Pocos son los hijos de Dios que no encuentran a menudo la hora de
oración una hora de conflicto. El diablo se llena de coraje contra nosotros
cuando nos ve de rodillas. Y con todo, creo que las oraciones que no nos
cuestan conflicto, deben ser consideradas con alguna sospecha. Creo que
juzgamos pobremente de la bondad de nuestras oraciones, y que la oración que
menos nos complace es la que más complace a Dios. Permíteme decirte, pues, como
compañero en la milicia cristiana, unas palabras de exhortación. En un punto
somos de un mismo sentir: hemos de orar. No podemos dejar de hacerlo.
Insisto,
pues, en la importancia de la reverencia y humildad en la oración. No olvidemos
quiénes somos y cuán solemne es hablar con Dios. Nada de prisas en su presencia,
nada de descuido o liviandad. Digámonos a nosotros mismos: «El lugar en que
estoy es tierra santa. No es nada menos que la puerta del cielo. Si digo lo que
no siento, estoy jugando con Dios. Si abrigo iniquidad en mi corazón, el Señor
no me va a escuchar.» Recordemos las palabras de Salomón: «No te des prisa con tu boca, ni tu corazón
se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y
tú sobre la tierra.» (Eclesiastés 5:2.) Cuando
Abraham habló a Dios, dijo: «Soy polvo y ceniza.» Cuando Job lo hizo, exclamó:
«Soy vil.» Haz tú lo mismo.
En
segundo lugar, te recuerdo la importancia de orar espiritualmente. Quiero decir
que debes esforzarte siempre para tener la ayuda directa del Espíritu en tus
oraciones, y abstenerte de formas hueras. No hay nada tan espiritual que no
pueda, con el tiempo y rutina, transformarse en una forma o molde, y esto es
especialmente verdad de la oración privada. Podemos entrar en la costumbre de
usar las palabras más apropiadas, y ofrecer las peticiones más escriturales y,
con todo, hacerlo todo por rutina, sin sentimiento, e ir dando vueltas, como un
caballo en la noria. Deseo mencionar este punto con cuidado y delicadeza. Sé
que hay algunas cosas que queremos diariamente, y que no hay nada formalístico
en pedirlo con las mismas palabras. El mundo, el demonio y nuestro corazón son
los mismos, cada día igual. Por necesidad, pues, tenemos que pasar por terreno
trillado. Pero, como dije, hemos de ser muy cuidadosos en este punto. Si el
armazón de nuestras oraciones se vuelve por hábito una fórmula, esforcémonos
por vestir y llenar las oraciones, en tanto que sea posible, con el Espíritu.
En cuanto a orar leyendo palabras de un libro, no lo puedo aprobar. Si le
podemos decir al médico el estado de nuestro cuerpo sin un libro, deberíamos
poder decirle a Dios el estado de nuestra alma. No tengo nada en contra de que
después de una fractura de la pierna el individuo use muletas. Es mejor usar
muletas que no poder moverse. Pero si veo a estas personas en muletas toda su
vida, no será una situación de la que podamos felicitarle. Lo deseable es que
se ponga bastante fuerte para tirar las muletas.
Te
recomiendo, luego, la importancia de hacer de la oración un asunto regular de
la vida. Podría decir algo sobre el valor de las horas regulares, durante el
día, para la oración. Dios es un Dios de orden. Las horas para el sacrificio
matutino y vespertino en el templo judío estaban fijadas con un propósito. Uno
de los frutos más visibles del pecado es el desorden. Pero no quisiera poner a
nadie una camisa de fuerza. Sólo digo que es esencial para la salud del alma
orar como un asunto importante durante el día, cada día. Tal como dedicamos
cierto rato a comer, dormir o a los negocios, debemos dedicarlo a la oración.
Escoge tú mismo las horas y ocasiones. Por lo menos, tienes que hablar con Dios
por la mañana, antes de hablar con el mundo: tienes que hablar con Dios por la
noche, después de haberlo hecho con el mundo. Pero deja establecido en tu mente
que la oración es una de las cosas importantes a hacer durante el día, cada
día. No se trata de usar un rato perdido y ocioso, que así se aprovecha, sino
que se trata de un asunto muy importante y necesita su tiempo designado.
Te
recomiendo, luego, la importancia de perseverar en la oración. Una vez has
empezado el hábito, no renuncies a él. Tu corazón puede decir: «Ya tengo las
oraciones con la familia; ¿qué daño puede causarme si dejo las oraciones
privadas?» 0 bien tu cuerpo puede decirte: «Estás fatigado, soñoliento; no
tienes por qué orar hoy.» 0 tu mente dirá: «Tienes un asunto muy importante que
atender: haz las oraciones más cortas.» Todas estas sugerencias proceden
directamente del diablo. Es como si dijéramos: «Descuida tu alma.» No digo que
todas las oraciones tengan que ser de la misma duración; pero sí que no tienes
excusa para dejar de orar. «Orad sin cesar», dice Pablo. No quería decir que
hemos de estar constantemente de rodilla, como alguien ha defendido en el
pasado. Lo que quería decir era que nuestras oraciones tenía que ser como el
holocausto continuo: algo en que hemos de perseverar cada día, que debe ser
como la rotación permanente de siembra y siega, verano e invierno; algo que se
hace de modo regular, como el fuego del altar, que no siempre consume
sacrificios, pero que nunca se apaga. No olvides que puedes unir las devociones
de la mañana y de la noche con oraciones cortitas durante el día. Incluso en
compañía de otros, en los negocios, en la calle, puedes estar enviando
mensajeros alados, en silencio, a la presencia de Dios, como hizo
Nehemías en la misma presencia de Artajerjes. Y no pienses nunca que el tiempo
que dedicas a Dios es perdido. Una nación no se vuelve más pobre porque pierde
un año de trabajo cada siete, al guardar el Día de Reposo. El cristiano nunca
hallará que pierde, a la larga, por el hecho de perseverar en la oración.
Luego, te
recomiendo la importancia de la sinceridad y simplicidad en la oración. No es
necesario gritar, ni aun hablar alto, para demostrar que se es sincero. Pero es
deseable fervor y sinceridad. Hemos de asegurarnos si realmente estamos
interesados en lo que hacemos. La oración «eficaz del justo, tiene mucha
fuerza». Una oración no es eficaz cuando es indiferente, perezosa, indolente.
Esta es la lección que nos enseñan las expresiones usadas en las Escrituras
sobre la oración. Se usan palabras como «luchar, trabajar, esforzarse, clamar,
llamar». Esta es, también, la lección de los ejemplos de la Escritura. Jacob lo
hizo. Le dijo al ángel en Penuel: «No te dejaré
si no me bendices.» (Génesis 22:26.) Daniel
también. Oigamos cómo ruega a Dios: « ¡Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, presta
atención y actúa! ¡No tardes más, por amor de ti mismo, Dios mío!» (Daniel
9:19.) Nuestro Señor Jesucristo es otro:
«En
los días de su carne, habiendo ofrecido ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas…
» (Hebreos 5:7.) ¡Cuán distintas
son muchas de nuestras súplicas, cuán tibias y apáticas! Es muy probable que
Dios diga de muchos: « ¡No quieres realmente lo que estás pidiendo!» Tratemos
de corregir esta falta. Llamemos con más energía a la puerta de la gracia, como
Misericordia, en El Peregrino, como si tuviéramos que perecer si no nos oyen.
Hemos de dejar claro en nuestra mente que las oraciones frías son como un
sacrificio sin fuego. Recordemos la historia de Demóstenes, el gran orador, a
quien un individuo visitó para pedirle que defendiera su causa. El gran orador
le escuchó con displicencia y sin prestar mucha atención, pues el otro le
relataba su historia mostrando poco celo o afecto. El hombre se dio cuenta del
desinterés de Demóstenes y, alarmado, le dijo gritando con ansiedad que todo
era verdad. « ¡Ah! -Contestó Demóstenes- Ahora ya empiezo a creerte.»
Luego, te
recomiendo que ores con fe, pues es muy importante. Deberíamos esforzarnos en
creer que nuestras oraciones siempre son oídas, y que si pedimos cosas conforme
a la voluntad de Dios, siempre serán contestadas. Ésta es la simple orden de
nuestro Señor Jesucristo: «Por eso os digo que todo cuanto rogáis y pedís, creed
que lo estás recibiendo, y lo tendréis.» (Marcos 11:24.) La fe es a la oración como la pluma a la flecha:
sin ella no dará en el blanco. Deberíamos cultivar el hábito de reclamar
promesas en nuestras oraciones. Deberíamos tomar una promesa y decir: «Señor,
aquí has dado tu palabra. Haz por nosotros tal como has dicho.» Ésta era la
costumbre de Jacob, de Moisés y de David. El Salmo 119 está lleno de peticiones
«conforme a tu Palabra». Sobre todo, deberíamos tener la costumbre de esperar
respuestas a nuestras oraciones. Deberíamos hacer como el mercader que envía
sus barcos al mar: no deberíamos estar satisfechos hasta que vemos que
regresan. Los cristianos suelen quedarse cortos en este punto. La Iglesia de
Jerusalén oraba sin cesar para Pedro en la prisión; pero cuando recibieron
respuesta a la oración, les costó trabajo creerlo. (Hechos 12: 15.) «Es una
marca segura de no tomar la oración seriamente el descuido en cuanto a lo que
se recibe de la misma.»
Es
necesario insistir, también, en la importancia de la osadía confiada en la
oración. Algunas veces se ora de un modo familiar que me parece impropio. Pero
la santa osadía es muy de desear. Con esta expresión quiero decir la actitud de
Moisés, el cual, cuando suplicaba a Dios que no destruyera a Israel, dijo: « ¿Por qué han
de hablar los egipcios diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los
montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu
ira Y arrepiéntete de ese mal contra tu pueblo.» (Éxodo 32:12.) Quiero
decir atrevimiento como el de Josué, cuando los hijos de Israel fueron
derrotados en Haí, que dijo: «… ¿Qué harás tú a tú gran nombre?» (Josué 7:9.) Es la osadía con que oraba Lutero. Alguien que le
había oído orar dijo: « ¡Qué espíritu, qué confianza había en sus expresiones!
Con qué reverencia suplicaba, como quien pide a Dios, pero al mismo tiempo con
tal confianza y seguridad, como el que habla con un padre amoroso o un amigo.»
Ésta es la osadía que caracterizaba a Bruce, el gran predicador escocés del
siglo xvii. Se dice que sus oraciones eran «como dardos disparados al cielo».
Aquí me temo que también nos quedamos cortos. No comprendemos bastante bien los
privilegios del creyente. No pedimos con la frecuencia que deberíamos: «Señor,
¿no somos tu pueblo? ¿No es para tu gloria que debemos ser santificados? ¿No es
en tu honor que el Evangelio ha de prosperar?»
Te
recomiendo, luego, la importancia de la plenitud y abundancia en la oración. No
olvido que nuestro Señor nos advierte contra el ejemplo de los fariseos, que
hacían largas oraciones para hacerse ver; y que nos manda que no usemos vanas
repeticiones al orar. Pero, por otra parte, aprueba actos de devoción a fondo,
pues Él mismo se pasa toda la noche orando a Dios. En todo caso, en nuestros
días, no es probable que caigamos en el error de orar demasiado. ¡Lo que
deberíamos temer es que muchos oren demasiado poco! ¿No son hoy día muy pocos
los cristianos que se dedican a la oración? Temo que las devociones privadas de
muchos sean escasas y raquíticas, sólo lo suficiente para demostrar que se está
vivo, nada más. Parece que tienen poco a confesar, a pedir o de qué dar
gracias. Todo esto está mal. No hay nada más común que oír a creyentes que se
quejan de que no progresan. Nos dicen que no crecen en la gracia como deberían.
¿No será porque muchos no la piden? Tienen tanta gracia como piden. Si tienen
poca es porque piden poca.
La causa
de su debilidad se halla en que sus oraciones son minúsculas, contraídas,
apresuradas, estrechas, atrofiadas. No tienen porque no piden. ¡Oh, lector! No
estamos en apuros por culpa de Cristo, sino por culpa nuestra. El Señor dice:
«Abre tu boca y la colmaré de bienes.» Somos como el rey de Israel que golpeó
el suelo tres veces y se paró, cuando debería haber dado seis o más golpes.
Te
recomiendo, luego, la importancia de ser específico en la oración. No
deberíamos estar contentos con peticiones generales. Deberíamos especificar
nuestras necesidades delante del trono de la gracia. No basta con confesar que
somos pecadores, deberíamos mencionar aquello de que la conciencia nos dice que
somos culpables. Deberíamos mencionar las gracias de las que carecemos o
tenemos en escasez. No basta con decir al Señor que estamos atribulados, hemos
de decir lo que nos aflige con todas sus particularidades. Esto es lo que hizo
Jacob cuando temía la ira de su hermano Esaú. Le dice al Señor exactamente lo
que teme. (Génesis 32: 1 l.) Es lo que hizo Eliezer, cuando fue a buscar esposa
para el hijo de su amo. Presenta delante de Dios exactamente lo que quiere
(Génesis 24:12). Esto es lo que hizo Pablo cuando tenía la espina en la carne.
Presentó su súplica clara al Señor (2.a Corintios 12:8). Esto es verdadera fe y
confianza. Deberíamos creer que no hay nada demasiado pequeño para ser nombrado
delante de Dios. El paciente le dice al médico, no sólo que está enfermo, sino
que entra en detalles. ¡Oh, lector! Cristo es el Esposo del alma, el Médico del
corazón, el Padre de su pueblo. Mostrémosle lo que pensamos y sentimos, no
teniendo reservas en nuestra comunicación con él. No le escondamos nada.
Abrámosle el corazón.
Te
recomiendo, luego, la importancia de la intercesión en nuestras oraciones.
Todos somos egoístas por naturaleza, y nuestro egoísmo es muy capaz de
persistir en nosotros aun después de convertidos. Hay la tendencia en nosotros
a pensar sólo en nuestras almas -nuestro propio conflicto espiritual, nuestro
progreso religioso- y a olvidar a otros. Para contrarrestar esta tendencia
tenemos que vigilar y esforzarnos, y aún más, orar. Deberíamos esforzarnos a
poner a otros delante de nosotros ante el trono de la gracia. Deberíamos llevar
en nuestro corazón la carga de todo el mundo, los paganos, los judíos, los
católicos, el cuerpo de verdaderos creyentes, incluidas las iglesias
protestantes, el país en que vivimos, la congregación a que pertenecemos,
nuestra casa, los amigos y parientes con quienes nos relacionamos. Deberíamos
orar por todos ellos. Esta es la caridad más elevada. El que me ama más, me ama
en sus oraciones. Esto es para la salud de nuestra alma. Amplía nuestras
simpatías y corazones. Es para el beneficio de la Iglesia. Las ruedas de la
maquinaria para extender el Evangelio son lubricadas por la oración. El que
intercede, como Moisés en el monte, por la causa de Dios, hace tanto como el
que lucha como Josué en lo más reñido del combate. Esto es ser como Cristo. £1
lleva los nombres de los suyos en su pecho y hombros, como su Sumo Sacerdote
delante del Padre. ¡Oh, qué privilegio el ser como Jesús! Esto es ayudar
verdaderamente a los ministros del Evangelio. Si he de poder escoger una
congregación, dadme gente que ore.
Te
recomiendo, además, la importancia del agradecimiento en la oración. Sé bien
que una cosa es pedir a Dios, Y que el alabar y agradecer es otra. Pero veo en
la Biblia una relación tan íntima entre la oración y la alabanza, que me atrevo
a decir que la verdadera oración lleva siempre consigo la alabanza. No es en
vano que Pablo dice: «Presentad vuestras peticiones delante de Dios mediante
oración y ruego con acción de gracias.» (Filipenses 5:6.) «Perseverad en la
oración, velando en ella con acción de gracias.» (Colosenses 4:2.) Es por su misericordia que no estamos en el
infierno. Por ella tenemos esperanza del cielo. Por ella vivimos en un país con
luz espiritual. Por su misericordia hemos sido llamados por el Espíritu, y no
abandonados para que cosechemos el fruto de nuestros actos. Por misericordia
todavía vivimos y tenemos oportunidades de glorificar a Dios de modo activo o
pasivo. Sin duda deberíamos pensar en esto cuando hablamos con Dios. Nunca
deberíamos abrir los labios en oración sin bendecir a Dios por esta gracia
gratuita por la que vivimos, y por su longanimidad que permanece para siempre.
Nunca hubo un santo que no estuviera lleno de agradecimiento. Hombres como
Whitefield en el pasado siglo, y Bickersteth en el nuestro, nunca se quedaron
cortos en agradecimiento. Oh, lector, si queremos que nuestras lámparas brillen
en nuestros días, hemos de albergar un espíritu de alabanza. Y sobre todo,
hemos de hacer de nuestras oraciones acciones de gracias.
Te
recomiendo, finalmente, la importancia de velar en tus oraciones. La oración es
un punto en que hay que vigilar de un modo especial. Aquí es donde empieza la
verdadera religión, donde florece o se marchita. Dime lo que son las oraciones
de un hombre y te diré cuál es el estado de su alma. La oración es el pulso
espiritual. Por él se pone a prueba la salud espiritual. Por medio de ella
sabemos lo que hay recto o torcido en nuestros corazones. ¡Oh, vigilemos
nuestras oraciones privadas constantemente! Aquí se halla el tuétano y la
médula del cristianismo práctico. Los sermones, los libros, los tratados, las
reuniones de comités, la compañía de personas piadosas, todo es bueno a su
manera, pero no compensan el descuido de la oración privada. Vigila las
situaciones, circunstancias, relaciones que desconectan tu corazón de la
comunión con Dios y hacen que tus oraciones se arrastren. Hay que estar alerta.
Observa qué amigos u ocupaciones dejan a tu alma en la mejor actitud para
hablar con Dios. A éstos tienes que adherirte. Lector, si cuidas tus oraciones,
te aseguro que nada irá mal en tu alma.
Lector,
te ofrezco estos puntos para tu consideración privada. Lo hago con humildad. Yo
soy el que tiene que recordarlos más. Pero creo que es la verdad de Dios, y
todos hemos de tenerlos presentes.
Quiero
que oremos. Quiero que los cristianos de nuestros días sean cristianos que
oren. Quiero que la Iglesia de nuestra época sea una Iglesia que ore. El deseo
que hay en mi corazón, al escribir estas páginas, es incrementar y propagar el
espíritu de oración. Quiero que aquellos que nunca han orado se levanten e
invoquen el nombre de Dios, y que, los que ya lo hacen, vean que no oran en
vano.
Y ahora,
si alguien empieza a orar, u ora con más fervor como resultado de la lectura de
este volumen, le pediré que haga un favor a su autor: que le recuerde en sus
oraciones.
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